06 febrero 2006

NIÑOS FILÓSOFOS. Sociedad

Se ha publicado recientemente un informe del Instituto Nacional de Calidad (¿?) de la Enseñanza realizado sobre niños de sexto de primaria (y EGB) en el que se pueden observar ciertos aspectos de un enorme interés. Entre los resultados de este estudio me gustaría separar aquellos estrictamente académicos y aquellos que van más allá. Los primeros no creo que sean especialmente dramáticos. El 5% de los niños piensa que la brújula fue el instrumento decisivo de la Revolución Industrial (angelitos…); el 45% cree que el teléfono es un “medio de comunicación de masas” (lo cual, en sentido estricto, no deja de ser perfectamente cierto, otra cosa es lo que los adultos denominamos “medios de comunicación de masas”); el 30% sostiene que la palabra “tuvo” es un recipiente para guardar cosas (seamos indulgentes: conozco casos vivos de sujetos de 25 años que escriben “ojo” con “h”, o sea, “hojo”); y el 42% de ellos asegura que la expresión “llevar la voz cantante” es algo así como ser solista en un coro (lo cual tampoco inculpa severamente a los críos: en realidad es el que lleva la voz cantante; lo que ocurre es que los adultos, de nuevo, le damos otro significado). En fin, nada nuevo bajo el sol. Pensé que la crisis de la enseñanza era otra cosa.

Ahora bien, al margen de este catálogo de “horrores” (que no me parecen para tanto) hay un par de preguntas de este examen infantil que me han dejado estupefacto: una por su magnificencia y otra por perplejidad que me ha producido. Lo que tienen en común ambas es su carácter estrictamente filosófico, aunque los niños aún estén al margen de esta apasionante materia.

La primera de ellas denuncia que el 70% de niños no sabe trazar el camino más corto entre dos puntos. Esto sí es verdaderamente grave. Es más, deroga la teoría kantiana de los conceptos apriorísticos. Según Kant, en todo ser humano tienen lugar, de forma natural, una serie de conceptos que no hace falta sean aprendidos, ya que el instinto intelectual del ser humano los posee en sí. Pues de acuerdo con esto, no. De acuerdo con este análisis empírico, el ser humano (en este caso de unos 8 años) no sabe (no posee el conocimiento) de cuál es el recorrido más breve entre dos puntos señalados en un plano. Uno de los ejemplos característicos del “concepto apriorístico kantiano” es precisamente este: el de la distancia más corta entre dos puntos. Así que, una de dos: o Kant erraba, o nuestros niños son subnormales. Prefiero pensar lo primero, porque a lo segundo me resisto. Pero voy más allá: no puedo creer el resultado de este cuestionario colegial. Y no lo creo porque sé firmemente que es falso. Dicho de otra forma: me juego la vida, a que un niño sabe perfectamente cuál es el camino más corto entre dos puntos, otra cosa es que no sepa responderlo en un examen de esta naturaleza, o que lo entienda de otro modo. Si a un niño le planteas el problema práctico de ir él mismo de un lado a otro estoy seguro de que caminará en línea recta. Así que que ni la teoría kantiana debe decaer ni la subnormalidad de los críos debe imponerse. La cuestión es que no entienden la pregunta, no son capaces de plantearse el problema como una cuestión abstracta, sino como una cuestión práctica. Ahí está el asunto.

La segunda de las cuestiones, en cambio, está planteada como un problema matemático. Se dice: “La bolsa A contiene 12 bolas rojas y 4 verdes, y la bolsa B contiene 20 bolas rojas y 10 verdes. Si sacamos a ciegas una bola de cada bolsa ¿de cuál es más probable que salga la roja? Las 5 soluciones propuestas son las siguientes: 1. La A/ 2. La B/ 3. Las dos igual/ 4. No sé/ 5. Depende de la suerte. El 21% responde que la bolsa A (considerada por el Ministerio de Ecuación como la respuesta correcta), el 60% contesta que la B (errónea para el Ministerio), el 6% considera que la probabilidad es idéntica, el 4% no tiene ni puñetera idea, y, en fin, el resto (el 9%) está convencido que “depende de la suerte”. EXACTO! Esta es la respuesta correcta. Depende de la suerte!

No tengo ni la más mínima duda de que la respuesta correcta es “depende de la suerte”. Si se hubiera preguntado a los alumnos cuál es la relación que existe en cada bolsa entre bolas rojas y verdes, los mocetes tendrían que haber respondido que en la bolsa A, una para cada 3, y el la B, una para cada dos. Esa es la proporción entre bolas de cada color. Ahora, la probabilidad de que salga una u otra no depende de la proporción, sino del azar. La pregunta está mal formulada. No es lo mismo preguntar de qué bolsa estén más posibilidades de que salga una bola roja, que preguntar qué proporción de bolas de un color hay por cada una del otro en cada bolsa. Son cosas distintas.

Pensemos: en una bolsa hay un millón de bolas negras y una blanca. La probabilidad de sacar la blanca no depende de la probabilidad, sino de la suerte. Lo mismo que para las negras. La suerte puede hacer que salga una negra o una blanca. Por tanto, la probabilidad azarosa de que salga una bola blanca o una negra es del 50%: o sale una o sale otra. Es más, puede suceder que de una serie de sucesivas extracciones, salga la bola blanca una y otra vez. Depende de la suerte. ¿Qué posibilidades hay de que me toque la lotería? Lo mismo: depende de la suerte. No una entre todos los números sorteados, sino la misma que de que no me toque. El azar es la causa de la probabilidad matemática. Si se realiza un análisis empírico como el planteado de las bolas negras y las blancas, y tras las sucesivas extracciones saliera siempre la bola blanca (cosa que es perfectamente posible a pesar de ser una contra un millón), alguien sacaría la conclusión de que la blanca tiene más posibilidades de salir la próxima vez que una negra. Pues no, dependerá otra vez de la suerte. La relación entre ambos tipos de bolas seguirá siendo la misma, pero las posibilidades seguirán dependiendo del azar.

Así que si la pregunta a los niños se les hubiera formulado como “qué proporción de bolas rojas hay por cada bola verde”, habría que hacer la división correspondiente. Pero lo que se les ha preguntado es otra cosa. Se les pregunta por las “probabilidades del azar”, olvidando que el azar no está sujeto a probabilidades. Así de sencillo.

Quién califica esto, ¿un matemático o un filósofo? Yo procedería de la siguiente forma: pondría un 10 (o matrícula de honor) a este 9%, y suspendía al resto. Al los de “la bolsa A”, por listos. A los de “la bolsa B”, por tontos. A los de “las dos por igual”, por vagos. A los de “no sé”, un 5, por honrados (a pesar de ser también unos vagos). Y a los de “depende de la suerte”, lo dicho: un 10, o más...

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