27 octubre 2006

LA IDENTIDAD HIPERTROFIADA. Sociedad.

No sabría decir quién ha sido más sectaria en este país, desde, digamos, la Guerra Civil, si la izquierda o la derecha. Supongo que habrá muchos matices y no creo que sea una medición sencilla, desde luego. Alguien con bastante autoridad ha escrito que el sectarismo español se derivaba del altísimo analfabetismo y de ser España un país controlado de antiguo por la Iglesia (refiriéndose a los años 30 del siglo pasado, claro está). A mi modo de ver, el sectarismo político que por desgracia hoy padecemos tiene varias causas. El de los propios políticos (y no pocos periodistas, por cierto) se debe a que, por decirlo pronto y bien, hablan más con el estómago que con el cerebro, y así no es de extrañar que digan lo que dicen. El de los votantes, el de la gente espectadora de la política, sin embargo, me parece más complejo.

Muchas personas necesitan incluirse en un grupo, identificarse con algo, como si no pudieran orientarse en la vida sin eso. Uno dice “yo soy anarquista”, o uno dice “yo soy de izquierdas”, y parece que se queda más tranquilo. En el fondo, se trataría una vez más del fetiche de la Identidad. Y uno puede entender que todos tengamos la necesidad de trazar ciertas líneas que seguir en el mundo para orientarnos un poco. El problema es cuando, como creo que ocurre ahora en España, la Identidad se hipertrofia. Por dos motivos. El primero, porque deriva en onfaloscopia, que significa ni más ni menos que contemplación del ombligo. Y la onfaloscopia daña gravemente la percepción no sólo de uno mismo, sino también de los otros y del mundo en general. El segundo, porque la identidad hipertrofiada pide a gritos un Otro al que odiar, precisamente para seguir hipertrofiándose (para la derecha, ese otro es la izquierda, para la izquierda, ese otro es la derecha, para los nacionalistas vascos, es España, para los nazis, eran los judíos, para Cuba es Estados Unidos y para Estados Unidos es Cuba, en fin, sobran los ejemplos).

Y el odio, claro está, lleva a donde lleva. Desde luego, coadyuva también al sectarismo lo que Kant denominaba la “minoría de edad”, al referirse a aquellos que siendo ya adultos se conforman con las explicaciones que reciben sin atreverse a pensar por sí mismos. Y también cierto pánico muy español a no hacer lo mismo que todo quisqui, a no pensar lo mismo que todo quisqui, lo cual, por cierto, no deja de ser bastante infantil también. No obstante, por lo que se refiere al sectarismo de los que no son políticos, me parece que estos dos últimos elementos no son tan decisivos como el primero. Ahora bien, ¿de dónde vendría esa hipertrofia de la Identidad? Seguramente la clave está en una palabra que ha salido antes: la gente es espectadora de la política. Es decir, la gente siente que no tiene ninguna o muy poca capacidad de decisión en los asuntos públicos o políticos, y justamente la hipertrofia identitaria vendría a aliviar un poco esa sensación. Sería, por así decir, un nuevo opio del pueblo.

Por Gabriel C.

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