05 octubre 2006

PACTAR CON FIERAS. Política

Imagínese a usted mismo en la sabana, en la selva o donde quiera que habiten fieras a granel. Usted está cercado por fieras hambrientas que quieren zampárselo sin guarnición ni aliño. ¿Qué haría usted? Evidentemente tirar de rifle o de cualquier otro medio de defensa con el que cuente. Obvio. ¿A que no se le pasaría por la imaginación intentar apaciguar a las fieras o confiar en que, saciadas en un momento determinado, pudieran dejarle escapar con vida? No, claro. Usted no es un mentecato. Con las fieras hay que aplicar la misma fuerza que ellas pretenden ejercer sobre uno. Este sería el razonamiento más ordenado de un hombre acosado.

La posibilidad de confiar en las fieras es una opción perfectamente lícita pero si de salvar la vida se trata, lo mejor es descartarla. De la misma manera, esperar pacientemente a que las fieras que le rodean se aburran de usted es una esperanza que tampoco debe desdeñarse, pero resulta, asimismo, un tanto idílica. De modo que la solución de la fuerza es la más ajustada a las circunstancias del caso.

Ahora imagine usted que vive no en la selva, sino en una Comunidad Autónoma en la que unos salvajes le coaccionan; matan, extorsionan y secuestran periódicamente. ¿Qué haría? En tal caso, habría que partir de un esquema semejante al anterior: o intentar apaciguar a los salvajes, o esperar a que se aburran o directamente plantarles cara con las mismas armas que ellos violentan su libertad a diario. Esta última posibilidad es la que se ha venido empleando hasta la fecha con mayor o menor éxito. Esperar a que se aburran no parece que sea una solución válida cuando durante más de 40 años no han decaído en su empeño. Y ¿qué hay de la solución paccionada? Como en el caso de las fieras selváticas, el pacto es una posibilidad pero sin duda es la última de las soluciones racionales. Primero, porque las fieras no atienden a razones. Si atendieran no serían fieras, serían personas. Y segundo, porque además corre usted un riesgo significativo: perder las otras soluciones o entrar en un “juego salvaje”.

Pues bien, parece que "a alguien se le ha ocurrido algo para intentar pactar con otro para conseguir algo", que diría Gila. Es decir, se ha planteado el pacto con las fieras. Pero este pacto es antinatural de por sí. Antinatural porque une a interlocutores de distinta especie: por un lado a demócratas (en el sentido amplio de la palabra...), y por otro a fieras, es decir, a seres cuya única fórmula de acción ha sido el salvajismo. ¿Usted cuando va al zoo, habla con los monos o con los tigres? Supongo que no, aunque nunca sabe uno. Lo mismo sucede con el “diálogo bestial”. No es un diálogo, es una bestialidad. Ni siquiera cuando las fieras están ya amaestradas es posible un diálogo con ellas. Porque siguen siendo fieras, amaestradas pero fieras. Las personas en cambio hablan (o lo intentan), don del que carecen las bestias.

En cualquier caso, y al margen de esta consideración natural, existen varias razones tanto a favor como en contra para la “negociación bestial”. La razón a favor de la negociación es el ser el camino más corto para salir del atolladero. Imagínese de nuevo usted en la selva rodeado de fieras. Si tuviera a mano una buena cantidad de comida, no dudaría en arrojársela. Es más, en el dilema de supervivencia, cualquiera arrojaría a los leones a otra persona que compartiera rama en el mismo árbol para así salvar el pellejo propio. Evidentemente. Pero como digo, todo ello representaría la solución recta, en sentido puramente geométrico, es decir, la más fácil. Ni la más justa ni la más conveniente. Simplemente una solución simple y rápida, aunque no demasiado limpia. El que esté de acuerdo con esta hipótesis de salvación, que los hay, puede defenderla, aunque yo no le voy a prestar mi ayuda para ello, del mismo modo que él no me la prestaría a mí para defender la tesis que me parece más adecuada.

Los inconvenientes de la negociación con las fieras, por contra, son más abundantes. No me querría extender, por lo que seré sintético. Ya he adelantado que cualquier negocio con las fieras es antinatural. El negocio con diablo es nulo de pleno derecho. Supone plegarse a la táctica del horror que ha regido la vida de las bestias. Implica además reconocer la violencia, la bestialidad, como una forma de hacer política. Se requiere echar de comer a las fieras a gusto de éstas, lo que es, sin entrar en mayores, excesivo y costosísimo, tanto social como políticamente.

Pondérense estos argumentos y decídase, pero decídase con brío. Todo lo demás es un “negocio bestial”.

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