20 noviembre 2007

ELOGIO DEL INDIDUALISMO

Uno de los conceptos tabú de Educación para la Ciudadanía es el del individualismo. La misma denominación de la asignatura ya encierra un elemento semántico colectivo bastante significativo: (la) ciudadanía. Es lógico que así sea, pues si el eje de la materia es el colectivo ciudadano, la antítesis de ello no puede ser otra que el individuo singular. Lo sospeché desde que le eché la primera ojeada al programa de la asignatura, pero hasta que no leí el manual de Santillana no me día cuenta hasta qué punto había sido proscrito el término.

El tema 1 se abre con lo que llama el “barómetro de la ciudadanía” en el que, antes de entrar en materia, el alumno tiene la oportunidad de hacer un test que le revelará qué tipo de ciudadano es. El cuestionario consta de 8 preguntas, cada una con tres contestaciones posibles. Los resultados vienen baremados según predominen las respuestas “a”, “b” o “c”. Si predominan las respuestas “a” -que son las fetén- el libro te da la enhorabuena (“eres lo que se dice un tío guay”, dice textualmente), de lo que se deduce que, para este alumno, EpC sería innecesaria. En cambio, si predominan las respuestas “b” o “c”, el diagnóstico es claro: reeducación. Las respuestas “b”, que son las malas, concluyen que “no te mojas nunca y evitas meterte en líos”. Y las “c”, que son las pésimas, diagnostican, atención, que “¡eres un individualista! Te crees el ombligo del mundo. No te importa nada ni nadie, pero quieres a todo el mundo a tu servicio. A este paso acabarás más solo que la una”. Le dan ganas a uno de llorar.

Para explicar la dramática desproporción que existe entre la correspondiente conducta/respuesta y el juicio que ello merece a los ojos de EpC, lo ilustraré con una de las preguntas más elocuentes del test:

“Observas que a un grupo de amigos que destrozan los cristales de un coche:

a) Intervienes llamando a las autoridades competentes.
b) Sales corriendo y te alejas.
c) Te unes a ellos”.

Sintetizando: si llamas a la policía “eres un tío guay”; si te alejas, “evitas meterte en líos”, y si te unes a ellos -cuidado- “¡eres un individualista!”.

¡Lo que eres es un delincuente, no un individualista! Además, ¿qué tiene que ver ser individualista con “creerse el ombligo del mundo”? ¿Qué tiene que ver ser un individualista con que “no te importe nada ni nadie”? ¿Qué tiene que ver ser un individualista con “querer tener a todo el mundo a ti servicio”? Ya sabe: la próxima vez que se una a un grupito de vándalos que destrozan un coche, usted será… un individualista (a pesar de delinquir en grupo). Es de suponer que el mismo calificativo merece cualquiera que le pega un tiro a otro, ¿no? Porque lo más grave de perpetrar un crimen así, no parece que sea el resultado sino el modo: individualmente.

En el mismo sentido puede leerse lo siguiente:

“Te invitan a dar una vuelta en moto de paquete:

a) Aceptas sólo si también hay un casco para ponértelo tú.
b) Subes, pero te cuelgas el casco en el brazo mientras no veas a la policía.
c) Subes de todos modos”.

En efecto, si el chiquillo se monta en la moto sin caso es un… ¡individualista!

No es difícil extraer la moraleja pedagógica de toda esta patraña infecta: el individualismo es malo porque está íntimamente relacionado con destrozar coches (en grupo) y montar en moto sin casco, en cambio, el gregarismo es algo bueno y deseable, porque es indispensable para tener identidad, es decir, para “sentirse que uno forma parte de un grupo”, como asegura J. A Marina. Dicho de otra forma: es mejor estar en el rebaño que pensar solo.

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