06 noviembre 2007

LOS BIENES COMUNES. Politica

Días antes a la onomástica de El Pilar, Mariano Rajoy (asesorado de nuevo por el enemigo) colgó de Internet un vídeo de unos dos minutos en el que invitaba a los españoles a sentirse orgullosos de serlo y a manifestarlo por las calles con la bandera nacional. Las reacciones no se hicieron esperar: "estridente", "lamentable", "patético" o "franquista" fueron los epítetos más repetidos por parte de todo el espectro izquierdista. Lo cierto es que el presidente del PP nada tenía que ganar con ello, y sí algo, aunque no mucho, que perder. Los asesores de Rajoy deberían saber que el discurso de la derecha (por llamarla de alguna manera de la que ni siquiera están orgullosos sus partidarios) es un discurso sometido a dos riesgos con sendas reprobaciones. O se les acusa de extremistas o de antipatriotas. Cualquiera que sea la postura del PP sobre el asunto más trivial, en uno de estos dos sentidos, la izquierda le acusará de lo contrario. Si izan la bandera, se les acusa de fachas y usurpadores (sic) de los bienes comunes. Si la arrían, se les tacha de poco patriotas y de despreciar los símbolos de la democracia constitucional.


El PSOE (maestros inconmensurables de la agitación y el agit-prop) han inventado eso del “patriotismo social”, el “patriotismo cívico” o incluso el “republicanismo monárquico”. Tienen perfectamente cubierto su ideario, si no por ideas, sí por conceptos. Esto es determinante en el socialismo. Más vale una frase que una idea. Por el contrario, la derecha moderna vive uno de sus momentos más efervescentes en lo que a ideas se refiere, refutando la creencia clásica de que sólo en el socialismo hay intelectuales e ideas revolucionarias. Ahora sucede justamente lo contrario: el debate de las ideas y la revolución intelectual la encabeza la derecha liberal, mientras la izquierda ha ido quedando arrinconada intelectualmente incluso por sus antiguos preceptores. No quiero decir con esto que el ideario de esta derecha sea necesariamente el mejor, cosa que habrá que ir demostrando, sino que el socialismo subsiste en este ámbito con las migajas de otra época a la que se resisten a dar el certificado de defunción. A pesar de todo ello, la derecha moderna, el PP, tiene mucho que aprender, sobre todo en el campo del agit-prop.

La invocación de Rajoy al orgullo patrio y sus emblemas fue inmediatamente reprobado por el PSOE por “apropiarse de los símbolos de todos con fines partidistas”. El PP volvía a no tener escapatoria: antes del delito ya le habían impuesto la pena. El efectismo socialista es implacable, reconozcámoslo. Los cocineros de Génova deberían poder salir de esta ratonera en la que el PSOE les tiene atrapados. El día de la Hispanidad fue una oportunidad de oro (desdeñada de nuevo) para que los intelectuales liberales explicaran, a propósito de la bandera y el himno, la polémica de los bienes comunes, pero como sucede a menudo, falta perspectiva. Las res communes omnium, las cosas de todos, a las que tan aficionado es el socialismo, al ser “comunes” y al ser “de todos” pueden ser usadas “por todos los comuneros”, es decir, por todos los españoles o los que se sientan como tal. Sobra decir que nadie usurpa (sic) estos símbolos por exhibirlos o designarlos como suyos, precisamente porque al ser de todos son también suyos, a la vez que de los demás. ¿Usurpo (sic) la bandera nacional si llevo una por la calle?, ¿violo esa “comunidad de todos” por silbar el himno?, ¿trasgredo la ley cuando me tumbo en la playa a tomar el sol para broncearme yo solo?, ¿o acaso necesito licencia municipal para pasear por la Gran Vía, ya que ocupo, mientras camino, un espacio público que nadie más puede ocupar mientras yo paseo?


La consigna de sancionar a todo aquel que haga uso de los bienes comunes procede exclusivamente de los que consideran que esos bienes les pertenecen a ellos más que al resto, o aquellos que se avergüenzan de los mismos. Pocas veces tenemos la fortuna de ver a un socialista rodeado de la bandera constitucional (salvo cuando el protocolo no le deja otra salida). En cambio es harto frecuente contemplarlos alrededor de la también preconstitucional, y por tanto ilegal, enseña republicana, con la que incluso se atavió la entonces Ministra de Cultura, Carmen Calvo, en la presentación de un libro sobre el Edén perdido de la segunda República.

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