
Entre este “ejército verde” escogido por Gore para conferenciar a lo ancho de la geografía española se estaban desde Ana Rosa Quintana hasta Adolfo Domínguez pasando por Ágata Ruíz de la Prada o por Lucía Echevarría. En la conferencia que ofrecieron tras la convención estos tres últimos, explicaron cuáles eran las condiciones y los términos de su misión. Se comprometen a impartir diez charlas en colegios, asociaciones, etc., a asumir personalmente cualquier desvirtuación que hagan respecto del discurso oficial algorero y, atención (y esto es lo mejor), a no cobrar cantidad alguna por ello. Más aún, deben costearse ellos mismos todos los gastos que les ocasione su apostolado. La cosa carecería de importancia si el líder de dicho ejército hiciera lo propio. Pero, oh paradoja, Al Gore cobra por conferencia ¡200.000 €! Y lo que es mejor, les exige a sus discípulos que no cobren por hacer lo mismo que él hace. La franquicia del embudo: yo puedo seguir siendo multimillonario a costa del neoapocalipsis, pero vosotros no. Es lógico: lo que pudieran cobrar sus discípulos es exactamente lo mismo que él dejaría de ingresar si diera todas esas conferencias.
No obstante, Lucía Echevarría, en su alocución, y a pesar de exponer una razón incontestable para apoyar la causa (“cuando era una niña nevaba todos los inviernos en Madrid, algo que ya no ocurre”, dijo), quiso dejar claro que el mensaje de Gore pretende tranquilizar a la gente. Eso sí, advirtiendo a continuación que “en 45 años no habrá planeta”, lo cual sosegó extraordinariamente al auditorio. La franquicia del embudo, algo muy progresista. Un mensaje universal del que sólo puede sacar partido su promotor, no sus colaboradores. Formidable manera de agradecer a sus discípulos los servicios prestados. Un negocio del que sólo puede sacar tajada el franquiciador, nunca el franquiciado. Extraordinario.
¿Qué es ésto, solidaridad, misericordia, ecologismo de balconcillo o simplemente impostura?
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