13 julio 2005

LA TELEVISÓN PÚBLICA. Política

Nuestra televisión pública se permite el lujo de sostener dos canales de naturaleza supuestamente distinta. “La primera”, es una televisión de las denominadas generalistas, es decir, que lo mismo te ponen tres folletines de sobremesa (uno detrás de otro) de lunes a viernes, como un programa en el que una infeliz carnicera de un pueblo de Toledo intercambia, sin ella saberlo, su vida durante una semana con una actriz porno de Barcelona. “La 2”, como también sabemos, es una televisión pretendidamente indi, esto es, algo que interesa a 4 culturetas que difícilmente alcanzan a entender lo que ven, pero eso les hace más interesantes. Por eso se dice que la televisión posee una doble faceta: la informativo-cultural y la del entretenimiento. Sea pues que aquella finalidad la intenta colmar “La 2”, mientras que del entretenimiento, en general, se encarga “La primera”. Sin embargo, la cosa no es tan fácil.

Llegado el momento de dilucidar si es conveniente que la tv pública desaparezca o si por el contrario sería necesario que continuase en la misma línea que hasta la fecha, se pueden formular las siguientes consideraciones. El sostenimiento de la televisión pública sólo se justifica por la pretendida salvaguarda de un supuesto “interés público”, que deba ser objeto de protección a toda costa. Un “interés público” que sólo el poder público, la madre patria, pueda amparar; o siquiera proteger con mayor eficacia que las empresas de tv privada. Lo que pasa es que el Gobierno de turno se suele tomar este dogma a pecho y acostumbra a llevar a cabo esta hercúlea misión de la forma más zafia posible. La propia Carmen Caffarel, directora general del ente a la sazón, justificó hace unos meses el intervencionismo editorial del Ejecutivo en los Telediarios apoyándose en “la legitimidad de las urnas”. Dicho de otra forma, que como el PSOE ganó las elecciones, aunque fuera por accidente, tenemos que tragarnos al Lorenzo Milá de turno y a la Julita Otero por narices (por no decir otra cosa). Pero no porque la Caffarel quiera, sino porque así lo ha querido el pueblo. En verdad, lo mismo han pensado los anteriores Gobiernos aunque no lo dijeran.

Pero como ya sabemos, esta función social que debiera cumplir la “cosa”, más que proteger el sacrosanto interés del telespectador, más bien lo deja a la intemperie. Y me pregunto: ¿si un día prendiéramos la televisión y la “uno” hubiera dejado de emitir, qué pasaría? Pues una de dos: o que daríamos saltos de gozo por no tener que pagar ya con nuestros impuestos a Anita Obregón, o bien que otros caerían en una profunda depresión por no poder ver dos veces al día la versión televisada de “El País”; o ambas cosas. O sea, RTVE no cumple en absoluto con esos principios platónicos de favorecer al pobrecito espectador. Y es que los números cantan: desde que (des)gobierna el PSOE, no se sabe aún por qué, la audiencia de “la primera” ha caído cual kamikaze nipón, dejando expedita la cuota de pantalla para “la 3” y “la 5”. De ahí que, lejos de reaccionar, el Gobierno le haya abierto el canal a su principal acreedor: Polanco (el cual merece capítulo aparte).

Conclusión: “La primera” no sirve para nada. Salvo el ímpetu de vaquilla Manolita del “Grand Prix de verano” y las galas de “La Rioja, eres única”, lo demás está desfasado. Y lo que no lo está da lástima. Solución: hay que terminar con esta cadena (con la dificultad añadida de que quien se quisiera hacer con ella tendría que cagar con su pasivo…). De la misma forma que no existe un periódico oficial (aunque sí uno oficioso, en cuya Web les recomendaría que pusieran un icono bajo el nombre “filtraciones”) tampoco echaríamos en falta a “la uno”: entretiene mal, las privadas lo hacen mucho mejor y para colmo, la letanía de anuncios que tiene que soportar uno lesiona todos y cada uno de Derechos Humanos reconocidos por la ONU, así en general.

Pienso que podríamos sobrevivir, pues, con bastante decoro con un solo canal, “La 2” dedicada a prestar esa hipócrita misión educativo-cultural a base de documentales, programas infantiles como Barrio Sésamo y Los Lunnis (no como Shin-Chan!) y de iluminados como de Eduard Punset y Antonio Gasset (esos indómitos genios). Aunque fuera para poder verlos en algún zapping de otra cadena.

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