Tras la famosa entrevista-masaje con la que Iñaki Gabilondo homenajeó (y se homenajeó a sí mismo) a Rodríguez Zapatero, el micrófono indiscreto de Cuatro reveló, no ya una indiscreción de la táctica electoral del presidente, sino uno de los rasgos principales de su personalidad: el cinismo. “Nos conviene que haya tensión”, sentenció Zapatero, a lo que el veterano periodista respondió: “A mí me parece que os conviene muchísimo”. La escena no pudo ser más elocuente: el gran censor de la crispación y sus medios afines desvelando (a micrófono abierto) ¡su deseo de que hubiera crispación!
La maquinaria de agit-prop socialista, implacable ella, tardó en reinterpretar las palabras de Zapatero la mitad de tiempo que tardó el PP en denunciarlas. A pesar de los esfuerzos del gabinete de propaganda del PSOE intentando hacer que las palabras significasen, una vez más, lo que ellos querían que significasen (al puro estilo Humpty Dumpty y de la neo-lengua orwelliana) las palabras, afortunadamente, tienen un significado tasado. El DRAE define la tensión como el “estado de oposición u hostilidad latente entre personas o grupos humanos, como naciones, clases, razas, etc”. Es cierto que el Diccionario admite otras acepciones, pero el contexto, la intención, el secretismo con el que se lo comunicó Zapatero a Gabilondo y el proverbial cinismo del secretario general del PSOE no admitían otra acepción más exacta.
Yendo un poco más allá, y para calibrar en su justa medida hasta qué punto la actitud de Zapatero volatilizaba sus constantes acusaciones contra el PP, basta recordar sus propias palabras:
"Si reprimiendo una mala palabra, si aguantándome un desahogo contribuyo a evitar tensión, habrá merecido la pena" (3 de marzo de 2007)
"Hay que trabajar por una España muy diferente a la que se quiere dibujar con las trazas del ruido y la tensión" (24 de junio de 2007).
"Se debe abrir una nueva etapa en la que se dé por acabado el tiempo de la crispación y de la tensión" (7 de agosto de 2007).
"Lo deseable los próximos años es que haya menor tensión política" (23 de octubre de 2007).
Pero a Zapatero no le bastaba con acusar al PP de crispar mientras confesaba que su táctica era precisamente la de crispar (al igual que Gabilondo, que acusó a los periodistas que difundieron el vídeo, proporcionado por su propia cadena, de pretender “crispar”), sino que su intención, además, era “dramatizar”, ¡justo lo que le echaba en cara al Partido Popular! “Y luego, ya a empezar, a partir de este fin de semana, a dramatizar un poco”, dijo; a lo que Gabilondo (a pesar de negarlo posteriormente) asintió: “Ya”.
Por cierto, hay otra entrada en el DRAE que no admite demasiadas apelaciones:
“Cinismo: Desvergüenza en el mentir o en la defensa y práctica de acciones o doctrinas vituperables. 2. Impudencia, obscenidad descarada”.
La descripción y el resumen perfecto de Rodríguez Zapatero, el zapaterismo y ese catecismo buenista llamado Educación para la Ciudadanía cuyos primeros y máximos incumplidores son sus propios autores.
Pepe Burglary blog (o la suite del Gorgojo)
Blog de opinión política y sociedad + crítica de discos.
16 febrero 2008
12 enero 2008
LA CULPA, DE FRANCO. Educación
El informe PISA publicado a primeros de diciembre de 2007 ha vuelto a dejar en evidencia nuestro sistema educativo. No satisfechas las encuestas con la calidad de la enseñanza de nuestro país, el Programa para la Evaluación Internacional de los Alumnos constató que nuestros quinceañeros están a la cola en comprensión lectora, ciencia y matemáticas. Conviene tener en cuenta que en esta evaluación sólo participaron 10 Comunidades Autónomas, quedando al margen algunas de las tradicionalmente más excelentes como Madrid, y varias de las más deficientes en casi todo como Extremadura, Castilla-La Mancha, Canarias, Ceuta y Melilla.
El Gobierno Inmune de Zapatero ni siquiera tragó saliva ante estos resultados. Se limitó a decir que “son mejorables” (Mercedes Cabrera) y que “nuestro sistema educativo no ofrece un mal rendimiento, el problema es que hemos tenido muchas generaciones en España con un bajo rendimiento educativo, fruto del país que teníamos” (Zapatero). Vamos, que la culpa es de Franco. Somos, mejor dicho, nuestros hijos son víctimas de la malformación de sus padres, o sea, nosotros; y nosotros, a nuestra vez, de los nuestros, o sea, de nuestros padres, que esos sí se educaron en el diabólico franquismo. Causalidad completada: la culpa es de Franco.
Cualquiera con un mínimo de antecesores en la familia con formación escolar o académica, incluso con progresistas recalcitrantes como es mi caso, sabrá por sus mayores que el “sistema de Franco” era infinitamente mejor que el de la EGB. Mi generación fue, para que se hagan a la idea, la de los diagramas de Venn y los conjuntos. Neopedagogía que nada nos aportó a los de mi quinta, salvo la pérdida de tiempo. De ahí en adelante, el progresismo pedagógico -a través de la LOGSE- ha hecho estragos dando al traste con la generación anterior, la mía, y la anterior, la de mis padres. Sí, la de Franco. Como comentaba Bruno Aguilera en ABC (10-XII-2007):
“En el PSOE la indignidad ya raya en desfachatez. Pues dicen que la culpa es de los padres, que somos unos mantas porque nos educamos bajo el franquismo. Como argumento propagandístico no está mal, aunque tiene el pequeño inconveniente de que es lisa y llanamente mentira. Primero porque la mayoría de los padres actuales se educaron cuando Franco ya había muerto. Y segundo porque el nivel educativo durante el franquismo era muchísimo más elevado que el actual”.
La entrevista que hizo Juan Cruz a la Ministra del ramo en El País (8-XII-2007) sólo evidenció algo que desconocíamos muchos: que la señora Cabrera sería capaz de negar que llovía el día que Noé fletó el Arca, o como dijo aquel: estaba hablando como esos entrenadores que pierden y elogian al equipo. ¿Cuál fue su sensación cuando recibió los datos?, preguntó el entrevistador, a lo que respondió ella:
“Estamos en el grupo de de los países más desarrollados de la OCDE”.
Teniendo en cuenta que España estaba 18 puntos por debajo de la media de la OCDE en matemáticas, a 31 en lectura y a 12 en ciencias, no parece que la contestación de la Ministra fuera precisamente muy objetiva. Por si fuera poco añadía: “Y no estamos empeorando”. No, simplemente, perdíamos 5 puntos respecto a 2003 en matemáticas, 20 en lectura y ganábamos un maravilloso punto en ciencias. Si el valor ponderado de este punto que ganábamos respecto a 2003 era superior, según las estimaciones de la Ministra, a esos otros 25 puntos perdidos en aquellas otras dos materias (5+20) las cuentas cuadraban. Si por el contrario se valora el “saldo neto” respecto al de 2003 la cifra es de “-24 puntos”. Lo que no es precisamente un indicio de “no haber empeorado”, como sostenía la señora Cabrera. Las explicaciones de la Ministra fueron de lo puramente peregrino a lo grotesco pasando por las falsedades flagrantes:
“El informe PISA distingue por áreas; y nosotros estamos en el área mediterránea, y ahí estamos por delante”.
El que no se consuela es porque no quiere, o como suele decirse: “mal de muchos…”.
“Los centros escolares necesitan identidad propia”.
Como si la identidad propia (¿?) de los centros fuera a paliar la hecatombe en la que se encuentra sumida la educación.
“El sistema educativo español ha sido capaz de responder a los retos que ha tenido esta sociedad en los últimos 30 años”.
Afirmación simplemente falsa. O:
“Lo peor del sistema educativo es la imagen que tiene, y que no se corresponde con la realidad”.
Como si el problema de la educación fuera una cuestión meramente estética.
Tampoco se olvidó Cabrera de la consigna de su jefe de filas:
“Los grandes avances en la educación de este país se han producido en las últimas 2 o 3 décadas. Hemos tenido un gran colapso educativo que duró mucho tiempo”.
Dicho de otra forma: la culpa es de Franco y el progresismo ha implantado un sistema educativo magnífico que, eso sí, aún tiene que mejorar algo… Contradecir la palabra del progresismo sólo genera, según la ministra, crispación:
“El pacto entre los partidos tendría que consistir fundamentalmente en no utilizar la educación para tirarse los trastos”.
O sea, que criticar la LOGSE y la LOE es ilegítimo y además no ayuda a un supuesto pacto de Estado entre no se sabe quién. El colmo de la desvergüenza se produciría cuando tanto Zapatero como la Ministra del ramo aseguraron semanas después que no se aprobaría ninguna norma de carácter educativo en lo que quedaba de legislatura. Postura que aunque, razonable desde el punto de vista del momento, era precisamente lo contrario de lo que se esperaba del Gobierno tras varapalo del informe PISA.
Un par de semanas después, el Ministerio de Educación invitó al director del Informe PISA para dar una conferencia que aclarara las incógnitas -es un decir- que el estudio arrojaba sobre nuestro modelo educativo. Andreas Scheleicher, otra lumbrera, recalcó que el sistema de la repetición de curso es indeseable porque “consume muchos recursos y es poco productivo” y que lo que se necesita es que cada alumno tenga una atención personalizada; o que la razón de que los alumnos no entiendan lo que leen se debe a “un sistema que promueve la memorización de conceptos y su repetición”, cuando una de las pocas cosas ciertas de nuestra educación es que ha arrumbado la memoria hasta la inconsecuencia más temeraria. Eso sí, tranquilizó al auditorio cuando aclaró que “no es que los alumnos sean incapaces de leer, sino que les cuesta reflexionar, extrapolar y sacar con colusiones”. Uf, menos mal. Por un momento pensé que la “capacidad lectora” consistía en descifrar los signos gráficos, o sea, las letras, independientemente de su significado. Tras sus afirmaciones no quedaba otro remedio que llegar a la conclusión que los datos del famoso informe eran tan poco creíbles como el discurso de su máximo responsable.
La opinión de algún otro “experto” supuestamente afecto al sistema fue desternillante. Antonio Bolívar, catedrático de didáctica y organización escolar, comentó los resultados del PISA en El País con una indulgencia más que generosa observando que dicho informe:
“No es una liga de clasificación, al modo de fútbol, para ver en qué puesto se ha quedado”.
Menos mal, porque si así fuera sería como negar que los tres últimos clasificados en la liga de fútbol no tengan que descender. Sin conocer al exégeta de El País, deduje que se trataba del típico maestro que les dice a sus alumnos eso de que los exámenes no son importantes y que sólo sirven para “evaluar la progresión académica del alumnado”. Todo para que no se estresen, no vaya a ser que si estudian más de una hora al día se traumaticen de por vida. Recordaba a las palabras de El Criticón de Gracián:
“Consuélase aquel de no estudiar y dice que no piensa cansarse, pues no se premian letras ni se estiman méritos. Escúsase éste de no se hombre de substancia diciendo que no hay quien lo sea”.
¿Cómo que el informe PISA no era un ranking para ver en qué puesto se ha quedado? Las conclusiones de la prueba vienen recogidas en una lista de 57 países en la que hay un número 1 y un número 57, es decir, un primero y un último. El mejor y el peor. ¿O nos intentaba explicar lo que significa aparecer en el primer puesto de una lista o en el último? ¿O acaso, dado que no se trata de ninguna clasificación según él -que lo era-, es indiferente quedar el primero que el último? A tenor de los argumentos que ofrecía, parecía que sí: “Más que pretender hacer un ranking, [el informe] analiza el rendimiento de estudiantes de 15 años en ciencias, lectura y matemáticas”. Intentar salvarle la cara a nuestro sistema educativo por la vía absurdo-reduccionista las causas de su éxito no era una buena idea. El hecho de que el examen de PISA se redujera a niños de 15 años y a las citadas materias si bien arroja unos resultados desoladores no ofrece dato alguno para restarle credibilidad. Según la interpretación de Bolívar, no hay que alarmarse porque un puñado de quinceañeros sean unos tarugos, y exclusivamente en esas tres insignificantes disciplinas (ciencias, lectura y matemáticas). “Sin alarmismos, que conducen poco lejos” -apuntaba-. Pero si el Gobierno Central carecía motivos para sacar pecho –aunque sí para sostener las excusas más inverosímiles- a la Comunidad de La Rioja, líder absoluta en todas las áreas evaluadas, le faltó el tiempo para enviarnos un tríptico en el que se reflejaban las maravillas del sistema educativo riojano, envidia, supongo, de todas aquellas autonomías que pretendiendo ser más que las demás se han dedicado a descuidar lo más importante del Estado social: la educación. “Tampoco conviene depreciar los datos ricos que aporta”, añadía a continuación. De forma admirable, Antonio Bolívar, supo entresacar en las primeras líneas de su columna varios mensajes positivos de donde no había nada que sacar:
1) El informe PISA no es un ranking, o sea, da igual quedar primeros que últimos.
2) Valora sólo a los chicos de 15 años, lo que supone que no demuestra prácticamente nada de nuestro sistema educativo.
3) Se ciñe exclusivamente a las ciencias, la lectura y las matemáticas.
4) Lo peor que podemos hacer es alarmarnos por ello.
La falta de motivos de alarma venía avalada por los “altos niveles de equidad” de nuestro país. Se preguntará usted qué significa esto. La “equidad educativa” es una expresión fantástica. El nivel de equidad, por lo visto, no quiere decir otra cosa que las diferencias entre los mejores estudiantes y los peores no son elevadas. La equidad, según esto, da lugar a lo “educativamente justo” -permítaseme el retruécano-. Y a su vez procede de la justicia. Para que nos entendamos: un sistema equitativo es un sistema justo. Pero la equidad del sistema educativo no tiene nada que ver con la equidad en sentido estricto. Para cualquier profano -y yo lo soy-, equidad educativa debería suponer dos cosas: primero, igualdad de posibilidades para todos, es decir, que cada uno tuviera lo que le corresponde, o sea, una educación de calidad hasta el momento que estuviera dispuesto a recibirla; y segundo, dar a cada uno lo que le corresponde, es decir, al alumno brillante sobresalientes y al vago ceros. Sin embargo, la “equidad educativa” no tiene que ver nada con ello. Tiene que ver con la equiparación -que no equidad- entre las notas de los alumnos. Lo lógico sería que un sistema educativo equitativo fuera aquel que diera a cada uno lo que le corresponde. Al niño que estudia mucho un sobresaliente y al que hace pellas un cero. Pero, insisto, no es así. La equidad educativa se refiere a la equivalencia entre los alumnos, es decir, a lo iguales o desiguales que sean académicamente. Sí, es extraño, pero por lo que se ve, en la jerga neopedagógica es así. El principal problema que presenta extrapolar la equidad a lo que no tiene nada que ver con ella es que deja de ser equitativa, si acaso uniformadora, pero no justa. La cuestión es que el uniforme tampoco tiene nada que ver con la equidad. Tendrá que ver, a lo sumo, con ser iguales, pero no con ser justos y equitativos. Un lío. Bueno, nada de lío, sino un puré de conceptos orientados exclusivamente al confusionismo.
En cualquier caso, en equidad académica, como observaba Bolívar, somos unos fenómenos: nuestros adolescentes tienen un nivel bastante parecido. La pega es que no son igual de brillantes sino igual de mendrugos. Como señalaba Xavier Pericay en ABC (16-XI-2007):
“¿Más iguales? Tal vez, pero en ignorancia”.
Como decía muy elocuentemente la noticia aneja al artículo de nuestro catedrático “el problema es que apenas tenemos alumnos en los niveles más altos de resultados”. Que, en efecto, es un problema, pero nada de lo que alarmarse. La solución que proponía el columnista era “centrarse en incrementar la calidad y la excelencia del sistema (sic), especialmente en aquellos puntos en que PISA denota graves deficiencias”. El desconcierto entonces era absoluto: ¿existen graves deficiencias, o no? ¿Deberíamos alarmaros en tal caso, o no? Deduje que no. Si tenemos la solución no hay de qué alarmarse. Y si se vuelve a fallar tendremos más soluciones que evitarán de nuevo la alarma. En cualquier caso, resulta irónico que tras constatar la ruina del sistema, lo único que estén dispuestos a ofrecernos los ideólogos del mismo sea “incrementar la calidad y la excelencia”, cuando ni aquella ni ésta han sido jamás ni para la LOGSE ni para la LOE los ejes de la educación. Bien pensado puede que las coartadas de los exegetas del PISA tuvieran una gran parte de razón en aquello que decía Edwin Collins: “Things can only get better”. Si el incremento de la calidad y la excelencia se refería a que las cosas sólo podían ir a mejor, acepto la tesis del Ministerio y sus acólitos, aunque soy tan escéptico en ello que, aun con todo, pienso que las cosas aún pueden empeorar. Bolívar coincidía con Zapatero al decir que:
“La mejora del entorno cultural, con los déficit históricos que arrastramos, es un proceso lento en el que habrá que incidir con políticas agresivas compensatorias en los próximos años”.
De nuevo el déficit histórico en el que parecer ser nada ha tenido que ver la LOGSE, sino Franco. Otra vez la excusa recurrente de la lenta evolución del lento proceso (de la democratización republicanista de España, se entiende) que reinstauró Zapatero y que en sus primeros 4 años de legislatura, lógicamente, no le dio tiempo más que a aprobar una espléndida Ley (LOE) que culminaría definitivamente la democratización efectiva de nuestra pobre patria hipotecada en su excelencia escolar por el Gobierno de Aznar y por Franco. Y concluía su reflexión con esta enigmática frase:
“PISA muestra que, en educación, lo que importa finalmente es el aprendizaje conseguido, objetivo último de toda la política educativa”.
Ignacio Camacho revelaba la solución a todo este dislate pedagógico con su agudeza habitual la siguiente manera:
“Pero no hay que inquietarse: el Gobierno del buen rollito y el ansia infinita de paz ha encontrado la panacea del progreso docente, el antídoto pedagógico de eficacia universal, el formativo bálsamo social que borrará las huellas del descalabro y hará de nuestros escolares una muchachada culta, talentosa, capacitada y feliz, orgullo del presente y dueña del futuro. Se llama Educación para la Ciudadanía. Estamos salvados”.
El Gobierno Inmune de Zapatero ni siquiera tragó saliva ante estos resultados. Se limitó a decir que “son mejorables” (Mercedes Cabrera) y que “nuestro sistema educativo no ofrece un mal rendimiento, el problema es que hemos tenido muchas generaciones en España con un bajo rendimiento educativo, fruto del país que teníamos” (Zapatero). Vamos, que la culpa es de Franco. Somos, mejor dicho, nuestros hijos son víctimas de la malformación de sus padres, o sea, nosotros; y nosotros, a nuestra vez, de los nuestros, o sea, de nuestros padres, que esos sí se educaron en el diabólico franquismo. Causalidad completada: la culpa es de Franco.
Cualquiera con un mínimo de antecesores en la familia con formación escolar o académica, incluso con progresistas recalcitrantes como es mi caso, sabrá por sus mayores que el “sistema de Franco” era infinitamente mejor que el de la EGB. Mi generación fue, para que se hagan a la idea, la de los diagramas de Venn y los conjuntos. Neopedagogía que nada nos aportó a los de mi quinta, salvo la pérdida de tiempo. De ahí en adelante, el progresismo pedagógico -a través de la LOGSE- ha hecho estragos dando al traste con la generación anterior, la mía, y la anterior, la de mis padres. Sí, la de Franco. Como comentaba Bruno Aguilera en ABC (10-XII-2007):
“En el PSOE la indignidad ya raya en desfachatez. Pues dicen que la culpa es de los padres, que somos unos mantas porque nos educamos bajo el franquismo. Como argumento propagandístico no está mal, aunque tiene el pequeño inconveniente de que es lisa y llanamente mentira. Primero porque la mayoría de los padres actuales se educaron cuando Franco ya había muerto. Y segundo porque el nivel educativo durante el franquismo era muchísimo más elevado que el actual”.
La entrevista que hizo Juan Cruz a la Ministra del ramo en El País (8-XII-2007) sólo evidenció algo que desconocíamos muchos: que la señora Cabrera sería capaz de negar que llovía el día que Noé fletó el Arca, o como dijo aquel: estaba hablando como esos entrenadores que pierden y elogian al equipo. ¿Cuál fue su sensación cuando recibió los datos?, preguntó el entrevistador, a lo que respondió ella:
“Estamos en el grupo de de los países más desarrollados de la OCDE”.
Teniendo en cuenta que España estaba 18 puntos por debajo de la media de la OCDE en matemáticas, a 31 en lectura y a 12 en ciencias, no parece que la contestación de la Ministra fuera precisamente muy objetiva. Por si fuera poco añadía: “Y no estamos empeorando”. No, simplemente, perdíamos 5 puntos respecto a 2003 en matemáticas, 20 en lectura y ganábamos un maravilloso punto en ciencias. Si el valor ponderado de este punto que ganábamos respecto a 2003 era superior, según las estimaciones de la Ministra, a esos otros 25 puntos perdidos en aquellas otras dos materias (5+20) las cuentas cuadraban. Si por el contrario se valora el “saldo neto” respecto al de 2003 la cifra es de “-24 puntos”. Lo que no es precisamente un indicio de “no haber empeorado”, como sostenía la señora Cabrera. Las explicaciones de la Ministra fueron de lo puramente peregrino a lo grotesco pasando por las falsedades flagrantes:
“El informe PISA distingue por áreas; y nosotros estamos en el área mediterránea, y ahí estamos por delante”.
El que no se consuela es porque no quiere, o como suele decirse: “mal de muchos…”.
“Los centros escolares necesitan identidad propia”.
Como si la identidad propia (¿?) de los centros fuera a paliar la hecatombe en la que se encuentra sumida la educación.
“El sistema educativo español ha sido capaz de responder a los retos que ha tenido esta sociedad en los últimos 30 años”.
Afirmación simplemente falsa. O:
“Lo peor del sistema educativo es la imagen que tiene, y que no se corresponde con la realidad”.
Como si el problema de la educación fuera una cuestión meramente estética.
Tampoco se olvidó Cabrera de la consigna de su jefe de filas:
“Los grandes avances en la educación de este país se han producido en las últimas 2 o 3 décadas. Hemos tenido un gran colapso educativo que duró mucho tiempo”.
Dicho de otra forma: la culpa es de Franco y el progresismo ha implantado un sistema educativo magnífico que, eso sí, aún tiene que mejorar algo… Contradecir la palabra del progresismo sólo genera, según la ministra, crispación:
“El pacto entre los partidos tendría que consistir fundamentalmente en no utilizar la educación para tirarse los trastos”.
O sea, que criticar la LOGSE y la LOE es ilegítimo y además no ayuda a un supuesto pacto de Estado entre no se sabe quién. El colmo de la desvergüenza se produciría cuando tanto Zapatero como la Ministra del ramo aseguraron semanas después que no se aprobaría ninguna norma de carácter educativo en lo que quedaba de legislatura. Postura que aunque, razonable desde el punto de vista del momento, era precisamente lo contrario de lo que se esperaba del Gobierno tras varapalo del informe PISA.
Un par de semanas después, el Ministerio de Educación invitó al director del Informe PISA para dar una conferencia que aclarara las incógnitas -es un decir- que el estudio arrojaba sobre nuestro modelo educativo. Andreas Scheleicher, otra lumbrera, recalcó que el sistema de la repetición de curso es indeseable porque “consume muchos recursos y es poco productivo” y que lo que se necesita es que cada alumno tenga una atención personalizada; o que la razón de que los alumnos no entiendan lo que leen se debe a “un sistema que promueve la memorización de conceptos y su repetición”, cuando una de las pocas cosas ciertas de nuestra educación es que ha arrumbado la memoria hasta la inconsecuencia más temeraria. Eso sí, tranquilizó al auditorio cuando aclaró que “no es que los alumnos sean incapaces de leer, sino que les cuesta reflexionar, extrapolar y sacar con colusiones”. Uf, menos mal. Por un momento pensé que la “capacidad lectora” consistía en descifrar los signos gráficos, o sea, las letras, independientemente de su significado. Tras sus afirmaciones no quedaba otro remedio que llegar a la conclusión que los datos del famoso informe eran tan poco creíbles como el discurso de su máximo responsable.
La opinión de algún otro “experto” supuestamente afecto al sistema fue desternillante. Antonio Bolívar, catedrático de didáctica y organización escolar, comentó los resultados del PISA en El País con una indulgencia más que generosa observando que dicho informe:
“No es una liga de clasificación, al modo de fútbol, para ver en qué puesto se ha quedado”.
Menos mal, porque si así fuera sería como negar que los tres últimos clasificados en la liga de fútbol no tengan que descender. Sin conocer al exégeta de El País, deduje que se trataba del típico maestro que les dice a sus alumnos eso de que los exámenes no son importantes y que sólo sirven para “evaluar la progresión académica del alumnado”. Todo para que no se estresen, no vaya a ser que si estudian más de una hora al día se traumaticen de por vida. Recordaba a las palabras de El Criticón de Gracián:
“Consuélase aquel de no estudiar y dice que no piensa cansarse, pues no se premian letras ni se estiman méritos. Escúsase éste de no se hombre de substancia diciendo que no hay quien lo sea”.
¿Cómo que el informe PISA no era un ranking para ver en qué puesto se ha quedado? Las conclusiones de la prueba vienen recogidas en una lista de 57 países en la que hay un número 1 y un número 57, es decir, un primero y un último. El mejor y el peor. ¿O nos intentaba explicar lo que significa aparecer en el primer puesto de una lista o en el último? ¿O acaso, dado que no se trata de ninguna clasificación según él -que lo era-, es indiferente quedar el primero que el último? A tenor de los argumentos que ofrecía, parecía que sí: “Más que pretender hacer un ranking, [el informe] analiza el rendimiento de estudiantes de 15 años en ciencias, lectura y matemáticas”. Intentar salvarle la cara a nuestro sistema educativo por la vía absurdo-reduccionista las causas de su éxito no era una buena idea. El hecho de que el examen de PISA se redujera a niños de 15 años y a las citadas materias si bien arroja unos resultados desoladores no ofrece dato alguno para restarle credibilidad. Según la interpretación de Bolívar, no hay que alarmarse porque un puñado de quinceañeros sean unos tarugos, y exclusivamente en esas tres insignificantes disciplinas (ciencias, lectura y matemáticas). “Sin alarmismos, que conducen poco lejos” -apuntaba-. Pero si el Gobierno Central carecía motivos para sacar pecho –aunque sí para sostener las excusas más inverosímiles- a la Comunidad de La Rioja, líder absoluta en todas las áreas evaluadas, le faltó el tiempo para enviarnos un tríptico en el que se reflejaban las maravillas del sistema educativo riojano, envidia, supongo, de todas aquellas autonomías que pretendiendo ser más que las demás se han dedicado a descuidar lo más importante del Estado social: la educación. “Tampoco conviene depreciar los datos ricos que aporta”, añadía a continuación. De forma admirable, Antonio Bolívar, supo entresacar en las primeras líneas de su columna varios mensajes positivos de donde no había nada que sacar:
1) El informe PISA no es un ranking, o sea, da igual quedar primeros que últimos.
2) Valora sólo a los chicos de 15 años, lo que supone que no demuestra prácticamente nada de nuestro sistema educativo.
3) Se ciñe exclusivamente a las ciencias, la lectura y las matemáticas.
4) Lo peor que podemos hacer es alarmarnos por ello.
La falta de motivos de alarma venía avalada por los “altos niveles de equidad” de nuestro país. Se preguntará usted qué significa esto. La “equidad educativa” es una expresión fantástica. El nivel de equidad, por lo visto, no quiere decir otra cosa que las diferencias entre los mejores estudiantes y los peores no son elevadas. La equidad, según esto, da lugar a lo “educativamente justo” -permítaseme el retruécano-. Y a su vez procede de la justicia. Para que nos entendamos: un sistema equitativo es un sistema justo. Pero la equidad del sistema educativo no tiene nada que ver con la equidad en sentido estricto. Para cualquier profano -y yo lo soy-, equidad educativa debería suponer dos cosas: primero, igualdad de posibilidades para todos, es decir, que cada uno tuviera lo que le corresponde, o sea, una educación de calidad hasta el momento que estuviera dispuesto a recibirla; y segundo, dar a cada uno lo que le corresponde, es decir, al alumno brillante sobresalientes y al vago ceros. Sin embargo, la “equidad educativa” no tiene que ver nada con ello. Tiene que ver con la equiparación -que no equidad- entre las notas de los alumnos. Lo lógico sería que un sistema educativo equitativo fuera aquel que diera a cada uno lo que le corresponde. Al niño que estudia mucho un sobresaliente y al que hace pellas un cero. Pero, insisto, no es así. La equidad educativa se refiere a la equivalencia entre los alumnos, es decir, a lo iguales o desiguales que sean académicamente. Sí, es extraño, pero por lo que se ve, en la jerga neopedagógica es así. El principal problema que presenta extrapolar la equidad a lo que no tiene nada que ver con ella es que deja de ser equitativa, si acaso uniformadora, pero no justa. La cuestión es que el uniforme tampoco tiene nada que ver con la equidad. Tendrá que ver, a lo sumo, con ser iguales, pero no con ser justos y equitativos. Un lío. Bueno, nada de lío, sino un puré de conceptos orientados exclusivamente al confusionismo.
En cualquier caso, en equidad académica, como observaba Bolívar, somos unos fenómenos: nuestros adolescentes tienen un nivel bastante parecido. La pega es que no son igual de brillantes sino igual de mendrugos. Como señalaba Xavier Pericay en ABC (16-XI-2007):
“¿Más iguales? Tal vez, pero en ignorancia”.
Como decía muy elocuentemente la noticia aneja al artículo de nuestro catedrático “el problema es que apenas tenemos alumnos en los niveles más altos de resultados”. Que, en efecto, es un problema, pero nada de lo que alarmarse. La solución que proponía el columnista era “centrarse en incrementar la calidad y la excelencia del sistema (sic), especialmente en aquellos puntos en que PISA denota graves deficiencias”. El desconcierto entonces era absoluto: ¿existen graves deficiencias, o no? ¿Deberíamos alarmaros en tal caso, o no? Deduje que no. Si tenemos la solución no hay de qué alarmarse. Y si se vuelve a fallar tendremos más soluciones que evitarán de nuevo la alarma. En cualquier caso, resulta irónico que tras constatar la ruina del sistema, lo único que estén dispuestos a ofrecernos los ideólogos del mismo sea “incrementar la calidad y la excelencia”, cuando ni aquella ni ésta han sido jamás ni para la LOGSE ni para la LOE los ejes de la educación. Bien pensado puede que las coartadas de los exegetas del PISA tuvieran una gran parte de razón en aquello que decía Edwin Collins: “Things can only get better”. Si el incremento de la calidad y la excelencia se refería a que las cosas sólo podían ir a mejor, acepto la tesis del Ministerio y sus acólitos, aunque soy tan escéptico en ello que, aun con todo, pienso que las cosas aún pueden empeorar. Bolívar coincidía con Zapatero al decir que:
“La mejora del entorno cultural, con los déficit históricos que arrastramos, es un proceso lento en el que habrá que incidir con políticas agresivas compensatorias en los próximos años”.
De nuevo el déficit histórico en el que parecer ser nada ha tenido que ver la LOGSE, sino Franco. Otra vez la excusa recurrente de la lenta evolución del lento proceso (de la democratización republicanista de España, se entiende) que reinstauró Zapatero y que en sus primeros 4 años de legislatura, lógicamente, no le dio tiempo más que a aprobar una espléndida Ley (LOE) que culminaría definitivamente la democratización efectiva de nuestra pobre patria hipotecada en su excelencia escolar por el Gobierno de Aznar y por Franco. Y concluía su reflexión con esta enigmática frase:
“PISA muestra que, en educación, lo que importa finalmente es el aprendizaje conseguido, objetivo último de toda la política educativa”.
Ignacio Camacho revelaba la solución a todo este dislate pedagógico con su agudeza habitual la siguiente manera:
“Pero no hay que inquietarse: el Gobierno del buen rollito y el ansia infinita de paz ha encontrado la panacea del progreso docente, el antídoto pedagógico de eficacia universal, el formativo bálsamo social que borrará las huellas del descalabro y hará de nuestros escolares una muchachada culta, talentosa, capacitada y feliz, orgullo del presente y dueña del futuro. Se llama Educación para la Ciudadanía. Estamos salvados”.
08 diciembre 2007
“ESCLAVOS” MILLONARIOS
La esclavitud existe. Y se halla mucho más cerca de nosotros de lo que pensamos. Dicen que en Marruecos, India o China existen personas (ciudadanos diría el progresismo) que trabajan en condiciones de esclavitud y son comprados y vendidos como tales. Pero no me refiero a este tipo de esclavos. Me refiero a los esclavos multimillonarios.
¿Son contradictorios los términos esclavo y multimillonario? No, según John Carlin, que destapaba -es un decir- la noticia en El País (5-VIII-2007) con un artículo titulado Esclavos de lujo. El reclamo semántico del encabezamiento hacía prácticamente irresistible la lectura de la columna. Por lo visto, según el periodista inglés, los futbolistas de élite son esclavos de sus respectivos clubes. Ha leído usted bien: esclavos. Eso sí, esclavos de lujo. Adviértase que no es lo mismo ser un esclavo de lujo que un esclavo millonario. Un esclavo de lujo viene a ser un esclavo lujoso, es decir, una res laboris de élite. Una especie de caballo de carreras que siempre gana. En cambio, un esclavo millonario es -en pura teoría- una res laboris con un sueldo de millones de euros. El primer inconveniente es que no todos los jugadores de primera división son jugadores de élite, ni siquiera en los equipos europeos más elitistas. El segundo consiste en que es falso que los futbolistas sean esclavos por mucho que los visionarios de la maldad del mercado y el anticonsumismo sostengan lo contrario: primero, porque eligen dónde desean jugar, y segundo, porque nadie trafica con ellos si ellos no quieren.
Según John Carlin, en el fútbol europeo existe el “tráfico de esclavos”. Un tráfico en el que las figuras del balón son “compradas, vendidas e incluso alquiladas” fruto del libérrimo capricho de los dueños de los clubes. A pesar de que los futbolistas “trabajan pocas horas haciendo lo que más les gusta, ganan más [mucho más] en una semana que el presidente del Gobierno español [en un año], se hacen famosos y tienen a su alcance mujeres por un tubo” -según admite el periodista británico- resulta que son unos míseros esclavos. A propósito de Robben antes de fichar por el Real Madrid, decía Carlin: “Si tiene suerte jugará donde él desea. Si no, acabará siendo otra víctima más del gran mercado contemporáneo de esclavos de superlujo”. Ésto, además de ser absolutamente falaz, es sencillamente indecente. Basta con que usted se responda a las siguientes preguntas para comprobar el nivel de esclavitud que, siempre según Carlin, alberga nuestro sistema laboral.
¿Conoce usted a alguien que trabaje pocas horas haciendo lo que más le gusta que gane mucho más en una semana que el presidente del Gobierno español en un año y que tenga a su alcance mujeres por un tubo?
¿Conoce alguien que tenga la suerte de trabajar donde desea? Es más ¿conoce a alguien que trabaje en una empresa que esté al nivel de los clubes profesionales de fútbol y que gane tanto dinero como un futbolista profesional? Si es así, le ruego me lo comunique para echar instancia en la empresa.
O a la inversa ¿puede un trabajador corriente -de esos que se gastan medio sueldo en ir al fútbol dos o tres veces al mes- elegir la empresa en la que quiere trabajar y cuánto quiere ganar para “tener mujeres por un tubo”? Usted y yo conocemos la respuesta. El problema, según el corresponsal inglés, es que “a cambio de de la felicidad material, se entrega la libertad; los placeres de la carne, el alma. El pacto con el diablo en estado puro”. Hay gente que no se conforma con nada, que aspiran a la perfección moral del Orbe, a la felicidad plena del Ser Humano y al Ansia Infinita de Pazzzzz. Uno de ellos es Zapatero. Otro, John Carlin.
Los jugadores de fútbol son unos trabajadores privilegiados. Ni de élite ni de lujo. Privilegiados. Trabajan pocas horas (muy pocas) haciendo lo que más les gusta, ganan más (mucho, muchísimo más) en una semana que cualquier presidente de Gobierno en un año y son famosos, lo que no tiene otro atractivo que poder tener a su alcance “mujeres por un tubo”. Es decir, mucho, muchísimo más que usted y yo. La pega es que usted y yo, lo mismo el 98% de los asalariados de este país, daríamos la mitad de nuestra vida laboral por poder trabajar en unas condiciones medianamente parecidas a las de un futbolista.
Deduzco que lo que más le dolía a Carlin es que “a cambio de la felicidad material, los futbolistas entregan su libertad y que por los placeres de la carne, entregan su alma”. Otros de los inconvenientes de los sofismas chuscos del columnista británico es que ese mismo porcentaje de trabajadores jamás obtiene ni la milésima parte de felicidad material que un futbolista, sin contar con que la libertad del peón que contrata indefinidamente con una fábrica suele limitarse a poder desistir de su contrato sin derecho a indemnización ni paro.
El último inconveniente de la tesis de Carlin es que el 99% de los trabajadores de 18 a 33 años (que suele ser la edad laboral de los balompedistas) ni siquiera “tienen a su alcance mujeres por un tubo” sino que, más bien, tienen que esperar a que las mujeres “se dejen caer por el tubo” (cosa que no sucede casi nunca) o en otro caso, estar dispuestos a pagar “por un tubo” para disfrutar de “los placeres de la carne”, eso sí, sin perder el alma a cambio. Lo cual es un alivio. 50€ y la cama aparte, que decía el chiste. En cambio, los futbolistas, tras una agotadora jornada laboral de dos horas, entran gratis a los locales de moda, ligan con misses España (o mejor, les ligan las miss España), les invitan a las copas y se las llevan al catre en coches de 15 millones de pesetas. Y por si fuera poco, su vida laboral se reduce a unos 15 años. La vida perfecta. Perfecta si conservasen su alma, claro. Porque en estas condiciones no hay “mujer por un tubo” que valga, y menos que se disfrute. Qué horror. “El pacto con el diablo en estado puro”. Cuando el diablo quiera, que pase por mi casa.
La crónica de Carlin resulta chusca. La gran mayoría de trabajadores sin cualificar (como los futbolistas) se levantan a las 5 de la mañana para coger un autobús o un metro que les lleva a un centro de trabajo donde deben fichar 5 minutos antes de las 6 para realizar una labor mecánica durante 8 horas seguidas con un descanso de 15 minutos. Cinco días a la semana. Siete en algunos casos. Eso sí es lo más parecido a ser un esclavo. Pero levantarse a las 9 para ir a entrenar a las 10 durante dos horas y tener libre de 12 de la mañana hasta la hora de acostarse no lo llamaría yo ser un esclavo, por mucho que el entrenador no lo ponga a uno de titular los domingos, sobre todo si se tiene en cuenta que cada uno de ellos ingresa ¡en un día! lo que aproximadamente gana un peón de fábrica ¡en un año! Lo que se agrava si constatamos que la inmensa mayoría de los trabajadores españoles ni eligen dónde quieren prestar sus servicios, ni cuánto quieren ganar; ni mucho menos. Más aún si se trata de personas sin cualificación, como es el caso de los futbolistas. Ah, y no tienen a su alcance “mujeres por un tubo”, que parece que era lo más importante del asunto…
¿Son contradictorios los términos esclavo y multimillonario? No, según John Carlin, que destapaba -es un decir- la noticia en El País (5-VIII-2007) con un artículo titulado Esclavos de lujo. El reclamo semántico del encabezamiento hacía prácticamente irresistible la lectura de la columna. Por lo visto, según el periodista inglés, los futbolistas de élite son esclavos de sus respectivos clubes. Ha leído usted bien: esclavos. Eso sí, esclavos de lujo. Adviértase que no es lo mismo ser un esclavo de lujo que un esclavo millonario. Un esclavo de lujo viene a ser un esclavo lujoso, es decir, una res laboris de élite. Una especie de caballo de carreras que siempre gana. En cambio, un esclavo millonario es -en pura teoría- una res laboris con un sueldo de millones de euros. El primer inconveniente es que no todos los jugadores de primera división son jugadores de élite, ni siquiera en los equipos europeos más elitistas. El segundo consiste en que es falso que los futbolistas sean esclavos por mucho que los visionarios de la maldad del mercado y el anticonsumismo sostengan lo contrario: primero, porque eligen dónde desean jugar, y segundo, porque nadie trafica con ellos si ellos no quieren.
Según John Carlin, en el fútbol europeo existe el “tráfico de esclavos”. Un tráfico en el que las figuras del balón son “compradas, vendidas e incluso alquiladas” fruto del libérrimo capricho de los dueños de los clubes. A pesar de que los futbolistas “trabajan pocas horas haciendo lo que más les gusta, ganan más [mucho más] en una semana que el presidente del Gobierno español [en un año], se hacen famosos y tienen a su alcance mujeres por un tubo” -según admite el periodista británico- resulta que son unos míseros esclavos. A propósito de Robben antes de fichar por el Real Madrid, decía Carlin: “Si tiene suerte jugará donde él desea. Si no, acabará siendo otra víctima más del gran mercado contemporáneo de esclavos de superlujo”. Ésto, además de ser absolutamente falaz, es sencillamente indecente. Basta con que usted se responda a las siguientes preguntas para comprobar el nivel de esclavitud que, siempre según Carlin, alberga nuestro sistema laboral.
¿Conoce usted a alguien que trabaje pocas horas haciendo lo que más le gusta que gane mucho más en una semana que el presidente del Gobierno español en un año y que tenga a su alcance mujeres por un tubo?
¿Conoce alguien que tenga la suerte de trabajar donde desea? Es más ¿conoce a alguien que trabaje en una empresa que esté al nivel de los clubes profesionales de fútbol y que gane tanto dinero como un futbolista profesional? Si es así, le ruego me lo comunique para echar instancia en la empresa.
O a la inversa ¿puede un trabajador corriente -de esos que se gastan medio sueldo en ir al fútbol dos o tres veces al mes- elegir la empresa en la que quiere trabajar y cuánto quiere ganar para “tener mujeres por un tubo”? Usted y yo conocemos la respuesta. El problema, según el corresponsal inglés, es que “a cambio de de la felicidad material, se entrega la libertad; los placeres de la carne, el alma. El pacto con el diablo en estado puro”. Hay gente que no se conforma con nada, que aspiran a la perfección moral del Orbe, a la felicidad plena del Ser Humano y al Ansia Infinita de Pazzzzz. Uno de ellos es Zapatero. Otro, John Carlin.
Los jugadores de fútbol son unos trabajadores privilegiados. Ni de élite ni de lujo. Privilegiados. Trabajan pocas horas (muy pocas) haciendo lo que más les gusta, ganan más (mucho, muchísimo más) en una semana que cualquier presidente de Gobierno en un año y son famosos, lo que no tiene otro atractivo que poder tener a su alcance “mujeres por un tubo”. Es decir, mucho, muchísimo más que usted y yo. La pega es que usted y yo, lo mismo el 98% de los asalariados de este país, daríamos la mitad de nuestra vida laboral por poder trabajar en unas condiciones medianamente parecidas a las de un futbolista.
Deduzco que lo que más le dolía a Carlin es que “a cambio de la felicidad material, los futbolistas entregan su libertad y que por los placeres de la carne, entregan su alma”. Otros de los inconvenientes de los sofismas chuscos del columnista británico es que ese mismo porcentaje de trabajadores jamás obtiene ni la milésima parte de felicidad material que un futbolista, sin contar con que la libertad del peón que contrata indefinidamente con una fábrica suele limitarse a poder desistir de su contrato sin derecho a indemnización ni paro.
El último inconveniente de la tesis de Carlin es que el 99% de los trabajadores de 18 a 33 años (que suele ser la edad laboral de los balompedistas) ni siquiera “tienen a su alcance mujeres por un tubo” sino que, más bien, tienen que esperar a que las mujeres “se dejen caer por el tubo” (cosa que no sucede casi nunca) o en otro caso, estar dispuestos a pagar “por un tubo” para disfrutar de “los placeres de la carne”, eso sí, sin perder el alma a cambio. Lo cual es un alivio. 50€ y la cama aparte, que decía el chiste. En cambio, los futbolistas, tras una agotadora jornada laboral de dos horas, entran gratis a los locales de moda, ligan con misses España (o mejor, les ligan las miss España), les invitan a las copas y se las llevan al catre en coches de 15 millones de pesetas. Y por si fuera poco, su vida laboral se reduce a unos 15 años. La vida perfecta. Perfecta si conservasen su alma, claro. Porque en estas condiciones no hay “mujer por un tubo” que valga, y menos que se disfrute. Qué horror. “El pacto con el diablo en estado puro”. Cuando el diablo quiera, que pase por mi casa.
La crónica de Carlin resulta chusca. La gran mayoría de trabajadores sin cualificar (como los futbolistas) se levantan a las 5 de la mañana para coger un autobús o un metro que les lleva a un centro de trabajo donde deben fichar 5 minutos antes de las 6 para realizar una labor mecánica durante 8 horas seguidas con un descanso de 15 minutos. Cinco días a la semana. Siete en algunos casos. Eso sí es lo más parecido a ser un esclavo. Pero levantarse a las 9 para ir a entrenar a las 10 durante dos horas y tener libre de 12 de la mañana hasta la hora de acostarse no lo llamaría yo ser un esclavo, por mucho que el entrenador no lo ponga a uno de titular los domingos, sobre todo si se tiene en cuenta que cada uno de ellos ingresa ¡en un día! lo que aproximadamente gana un peón de fábrica ¡en un año! Lo que se agrava si constatamos que la inmensa mayoría de los trabajadores españoles ni eligen dónde quieren prestar sus servicios, ni cuánto quieren ganar; ni mucho menos. Más aún si se trata de personas sin cualificación, como es el caso de los futbolistas. Ah, y no tienen a su alcance “mujeres por un tubo”, que parece que era lo más importante del asunto…
24 noviembre 2007
BACHILLERATO: ¿MENÚ O A LA CARTA?
Dándole una vuelta de tuerca más al sistema educativo de la “máxima exigencia”, como nos aseguran espasmódicamente desde las filas el PSOE, el Gobierno de Rodríguez Zapatero acaba de aprobar en octubre el Real Decreto por el que deberá regirse el Bachillerato a partir del curso 2008-2009. Días después de que el Ministerio de Educación presentara dos informes en los que se volvía a constatar el desaguisado provocado por la LOGSE y de los que se dsprende que podemos seguir presumiendo de tener una tasa de fracaso escolar que casi duplica a la media de la UE, el departamento de Mercedes Cabrera presentó el nuevo bachillerato caracterizado, entre otras cosas, por conceder a los malos alumnos el derecho a repetir curso por un sistema “de menú” o “a la carta”. Según esta reloaded versión de la “máxima exigencia” socialista, los jovencitos que hayan suspendido tres o más asignaturas podrían elegir entre repetir el curso completo o sólo las materias no aprobadas. O sea, lo que se dice repetir por el sistema de “menú”: económico, asequible y siempre facultativo. Al leer la noticia en El País me llamó la atención un pequeño detalle:
Nótese la posición subsidiaria en la que quedan los padres. Primero es el libérrimo arbitrio del mocete y, luego, si acaso, cabe la hipótesis de admitir de soslayo que los padres tengan también algo que decir. Lamentable.
No obstante, se concede a los chavales otra alternativa que es la del genuino bachillerato “a la carta” para todos aquellos que repitiendo curso con tres o cuatro asignaturas quieran, además, matricularse de otras tantas del siguiente curso, “parecido a lo que se hace en la universidad”, apuntaba el redactor del diario progubernamental. ¿Cabe mayor despropósito?
Extrapolar el sistema universitario a la enseñanza no superior es un error monumental que sólo puede deberse a la miopía intelectual de sus autores y que parte del mismo error que ha provocado el descalabro del sistema educativo español: atribuirle al alumno la condición de “protagonista” de todo el sistema. La voluntad del alumno dentro del colegio o del instituto es, si no nula, prácticamente nula. El alumno, por así decirlo, es el sujeto pasivo de la enseñanza, jamás el activo. Debe plegarse -debería plegarse- a lo que le exigieran sus profesores y debería someterse a las consecuencias de su falta de disciplina tanto académica como cívica sin solución de continuidad.
Para empezar, la enseñanza superior ofrece un ámbito de elecciones muy amplio: uno paga por ella, decide qué asignaturas cursa, cuáles estudia, cuáles aparta temporalmente, en cuánto tiempo quiere concluir la carrera o si prefiere abandonarla, ya sea la primera semana o la última. Nada de esto sucede en la enseñanza inferior, o por lo menos no debería suceder. Si se le concede al adolescente un margen de decisión similar al del estudiante universitario lo más probable es que, a la vez que arruina su propia formación, arrastre consigo a todo el sistema educativo.
¿Qué puede esperarse de un estudiante que suspende 4, 5, 6, 7 asignaturas al que el sistema le obsequia con la posibilidad de decidir libremente si le apetece estar un curso entero con otras tantas materias? ¿Qué se consigue permitiendo a un quinceañero ir a clase dos horas el lunes, otras dos el martes, tres el miércoles, etc.?
“Repetir todo el curso o sólo las tres o cuatro asignaturas suspensas será decisión de los alumnos y, si son menores de edad, también de sus padres” (3-XI-2007).
Nótese la posición subsidiaria en la que quedan los padres. Primero es el libérrimo arbitrio del mocete y, luego, si acaso, cabe la hipótesis de admitir de soslayo que los padres tengan también algo que decir. Lamentable.
No obstante, se concede a los chavales otra alternativa que es la del genuino bachillerato “a la carta” para todos aquellos que repitiendo curso con tres o cuatro asignaturas quieran, además, matricularse de otras tantas del siguiente curso, “parecido a lo que se hace en la universidad”, apuntaba el redactor del diario progubernamental. ¿Cabe mayor despropósito?
Extrapolar el sistema universitario a la enseñanza no superior es un error monumental que sólo puede deberse a la miopía intelectual de sus autores y que parte del mismo error que ha provocado el descalabro del sistema educativo español: atribuirle al alumno la condición de “protagonista” de todo el sistema. La voluntad del alumno dentro del colegio o del instituto es, si no nula, prácticamente nula. El alumno, por así decirlo, es el sujeto pasivo de la enseñanza, jamás el activo. Debe plegarse -debería plegarse- a lo que le exigieran sus profesores y debería someterse a las consecuencias de su falta de disciplina tanto académica como cívica sin solución de continuidad.
Para empezar, la enseñanza superior ofrece un ámbito de elecciones muy amplio: uno paga por ella, decide qué asignaturas cursa, cuáles estudia, cuáles aparta temporalmente, en cuánto tiempo quiere concluir la carrera o si prefiere abandonarla, ya sea la primera semana o la última. Nada de esto sucede en la enseñanza inferior, o por lo menos no debería suceder. Si se le concede al adolescente un margen de decisión similar al del estudiante universitario lo más probable es que, a la vez que arruina su propia formación, arrastre consigo a todo el sistema educativo.
¿Qué puede esperarse de un estudiante que suspende 4, 5, 6, 7 asignaturas al que el sistema le obsequia con la posibilidad de decidir libremente si le apetece estar un curso entero con otras tantas materias? ¿Qué se consigue permitiendo a un quinceañero ir a clase dos horas el lunes, otras dos el martes, tres el miércoles, etc.?
20 noviembre 2007
ELOGIO DEL INDIDUALISMO
Uno de los conceptos tabú de Educación para la Ciudadanía es el del individualismo. La misma denominación de la asignatura ya encierra un elemento semántico colectivo bastante significativo: (la) ciudadanía. Es lógico que así sea, pues si el eje de la materia es el colectivo ciudadano, la antítesis de ello no puede ser otra que el individuo singular. Lo sospeché desde que le eché la primera ojeada al programa de la asignatura, pero hasta que no leí el manual de Santillana no me día cuenta hasta qué punto había sido proscrito el término.
El tema 1 se abre con lo que llama el “barómetro de la ciudadanía” en el que, antes de entrar en materia, el alumno tiene la oportunidad de hacer un test que le revelará qué tipo de ciudadano es. El cuestionario consta de 8 preguntas, cada una con tres contestaciones posibles. Los resultados vienen baremados según predominen las respuestas “a”, “b” o “c”. Si predominan las respuestas “a” -que son las fetén- el libro te da la enhorabuena (“eres lo que se dice un tío guay”, dice textualmente), de lo que se deduce que, para este alumno, EpC sería innecesaria. En cambio, si predominan las respuestas “b” o “c”, el diagnóstico es claro: reeducación. Las respuestas “b”, que son las malas, concluyen que “no te mojas nunca y evitas meterte en líos”. Y las “c”, que son las pésimas, diagnostican, atención, que “¡eres un individualista! Te crees el ombligo del mundo. No te importa nada ni nadie, pero quieres a todo el mundo a tu servicio. A este paso acabarás más solo que la una”. Le dan ganas a uno de llorar.
Para explicar la dramática desproporción que existe entre la correspondiente conducta/respuesta y el juicio que ello merece a los ojos de EpC, lo ilustraré con una de las preguntas más elocuentes del test:
“Observas que a un grupo de amigos que destrozan los cristales de un coche:
a) Intervienes llamando a las autoridades competentes.
b) Sales corriendo y te alejas.
c) Te unes a ellos”.
Sintetizando: si llamas a la policía “eres un tío guay”; si te alejas, “evitas meterte en líos”, y si te unes a ellos -cuidado- “¡eres un individualista!”.
¡Lo que eres es un delincuente, no un individualista! Además, ¿qué tiene que ver ser individualista con “creerse el ombligo del mundo”? ¿Qué tiene que ver ser un individualista con que “no te importe nada ni nadie”? ¿Qué tiene que ver ser un individualista con “querer tener a todo el mundo a ti servicio”? Ya sabe: la próxima vez que se una a un grupito de vándalos que destrozan un coche, usted será… un individualista (a pesar de delinquir en grupo). Es de suponer que el mismo calificativo merece cualquiera que le pega un tiro a otro, ¿no? Porque lo más grave de perpetrar un crimen así, no parece que sea el resultado sino el modo: individualmente.
En el mismo sentido puede leerse lo siguiente:
“Te invitan a dar una vuelta en moto de paquete:
a) Aceptas sólo si también hay un casco para ponértelo tú.
b) Subes, pero te cuelgas el casco en el brazo mientras no veas a la policía.
c) Subes de todos modos”.
En efecto, si el chiquillo se monta en la moto sin caso es un… ¡individualista!
No es difícil extraer la moraleja pedagógica de toda esta patraña infecta: el individualismo es malo porque está íntimamente relacionado con destrozar coches (en grupo) y montar en moto sin casco, en cambio, el gregarismo es algo bueno y deseable, porque es indispensable para tener identidad, es decir, para “sentirse que uno forma parte de un grupo”, como asegura J. A Marina. Dicho de otra forma: es mejor estar en el rebaño que pensar solo.
El tema 1 se abre con lo que llama el “barómetro de la ciudadanía” en el que, antes de entrar en materia, el alumno tiene la oportunidad de hacer un test que le revelará qué tipo de ciudadano es. El cuestionario consta de 8 preguntas, cada una con tres contestaciones posibles. Los resultados vienen baremados según predominen las respuestas “a”, “b” o “c”. Si predominan las respuestas “a” -que son las fetén- el libro te da la enhorabuena (“eres lo que se dice un tío guay”, dice textualmente), de lo que se deduce que, para este alumno, EpC sería innecesaria. En cambio, si predominan las respuestas “b” o “c”, el diagnóstico es claro: reeducación. Las respuestas “b”, que son las malas, concluyen que “no te mojas nunca y evitas meterte en líos”. Y las “c”, que son las pésimas, diagnostican, atención, que “¡eres un individualista! Te crees el ombligo del mundo. No te importa nada ni nadie, pero quieres a todo el mundo a tu servicio. A este paso acabarás más solo que la una”. Le dan ganas a uno de llorar.
Para explicar la dramática desproporción que existe entre la correspondiente conducta/respuesta y el juicio que ello merece a los ojos de EpC, lo ilustraré con una de las preguntas más elocuentes del test:
“Observas que a un grupo de amigos que destrozan los cristales de un coche:
a) Intervienes llamando a las autoridades competentes.
b) Sales corriendo y te alejas.
c) Te unes a ellos”.
Sintetizando: si llamas a la policía “eres un tío guay”; si te alejas, “evitas meterte en líos”, y si te unes a ellos -cuidado- “¡eres un individualista!”.
¡Lo que eres es un delincuente, no un individualista! Además, ¿qué tiene que ver ser individualista con “creerse el ombligo del mundo”? ¿Qué tiene que ver ser un individualista con que “no te importe nada ni nadie”? ¿Qué tiene que ver ser un individualista con “querer tener a todo el mundo a ti servicio”? Ya sabe: la próxima vez que se una a un grupito de vándalos que destrozan un coche, usted será… un individualista (a pesar de delinquir en grupo). Es de suponer que el mismo calificativo merece cualquiera que le pega un tiro a otro, ¿no? Porque lo más grave de perpetrar un crimen así, no parece que sea el resultado sino el modo: individualmente.
En el mismo sentido puede leerse lo siguiente:
“Te invitan a dar una vuelta en moto de paquete:
a) Aceptas sólo si también hay un casco para ponértelo tú.
b) Subes, pero te cuelgas el casco en el brazo mientras no veas a la policía.
c) Subes de todos modos”.
En efecto, si el chiquillo se monta en la moto sin caso es un… ¡individualista!
No es difícil extraer la moraleja pedagógica de toda esta patraña infecta: el individualismo es malo porque está íntimamente relacionado con destrozar coches (en grupo) y montar en moto sin casco, en cambio, el gregarismo es algo bueno y deseable, porque es indispensable para tener identidad, es decir, para “sentirse que uno forma parte de un grupo”, como asegura J. A Marina. Dicho de otra forma: es mejor estar en el rebaño que pensar solo.
13 noviembre 2007
DICTADURA SÍ: LA DEL PROLETARIADO. Política
El 13 de noviembre, Joan Herrera, portavoz del grupo de parlamentario de IU-ICV en el Congreso de los Diputados, pronunció unas palabras bastantes sensatas:
"Es una vergüenza que en España se permita a los grupos ultraderechistas salir a la calle con banderas nazis con toda impunidad. Es lamentable que en España aún se permitan, con total impunidad, manifestaciones de carácter fascista, nazi y xenófobo, además de las de exaltación del franquismo. Es una vergüenza que España sea el único país de la Europa Occidental donde se pueda negar el holocausto y donde se permite salir a la calle con carteles racistas y con banderas nazis con toda impunidad".
Dejando a un lado la obsesión de la impunidad en la que insistía el diputado verdi-rojo, coincido en que este tipo de manifestaciones son aterradoras. Existe, como en otros muchos casos, una línea muy fina entre la libertad de expresión y la apología delictiva. Ahora bien, aun cuando se pudiera estar de acuerdo con Herrera en general, olvidó un insignificante género de manifestaciones: las soviéticas. Cuando digo soviéticas me refiero, claro está, a la apología de la dictadura del proletariado, esa que en el siglo XX le costó la vida a cerca de cien millones de inocentes. Esa misma que defienden en la coalición del líder ecologista catalán.
Este razonamiento tan intelectualmente estéril de censurar (con razón) los movimientos nazis y aplaudir (gratuitamente) a los antinazis (que son igualmente nauseabundos aunque de signo contrario, lo cual nada dice a su favor) descansa en una deducción lógica tan estúpida como esta:
1- Los nazis son malos.
2- Todo aquello que se opone a la maldad es bueno.
3- Los antifascistas se oponen a los nazis.
Conclusión: los antifascistas son buenos.
A partir de ahí, cualquier agrupación de nostálgicos de la Unión Soviética, del anticapitalismo, del dirigismo, de la auténtica alienación de individuo en beneficio de la colectividad, e incluso del estalinismo o el maoísmo (cuyas Web, que no escasean, pueden visitarse tranquilamente desde casa), es decir, cualquier grupo de fanáticos del totalitarismo más cruel que ha existido jamás, son automáticamente “buenos”. Muchas veces me he preguntado cómo es posible no ya que no les de vergüenza a toda esta gente hacer apología de la URSS y de sus derivados, sino que además sean tratados con la mayor indulgencia (impunidad, que diría Herrera) por los medios cuando no directamente con alabanzas por ser los defensores de esas “utopías perdidas” en las que muchos, socialistas de todos los partidos, aún siguen pensando en sus ratos libres.
"Es una vergüenza que en España se permita a los grupos ultraderechistas salir a la calle con banderas nazis con toda impunidad. Es lamentable que en España aún se permitan, con total impunidad, manifestaciones de carácter fascista, nazi y xenófobo, además de las de exaltación del franquismo. Es una vergüenza que España sea el único país de la Europa Occidental donde se pueda negar el holocausto y donde se permite salir a la calle con carteles racistas y con banderas nazis con toda impunidad".
Dejando a un lado la obsesión de la impunidad en la que insistía el diputado verdi-rojo, coincido en que este tipo de manifestaciones son aterradoras. Existe, como en otros muchos casos, una línea muy fina entre la libertad de expresión y la apología delictiva. Ahora bien, aun cuando se pudiera estar de acuerdo con Herrera en general, olvidó un insignificante género de manifestaciones: las soviéticas. Cuando digo soviéticas me refiero, claro está, a la apología de la dictadura del proletariado, esa que en el siglo XX le costó la vida a cerca de cien millones de inocentes. Esa misma que defienden en la coalición del líder ecologista catalán.
Este razonamiento tan intelectualmente estéril de censurar (con razón) los movimientos nazis y aplaudir (gratuitamente) a los antinazis (que son igualmente nauseabundos aunque de signo contrario, lo cual nada dice a su favor) descansa en una deducción lógica tan estúpida como esta:
1- Los nazis son malos.
2- Todo aquello que se opone a la maldad es bueno.
3- Los antifascistas se oponen a los nazis.
Conclusión: los antifascistas son buenos.
A partir de ahí, cualquier agrupación de nostálgicos de la Unión Soviética, del anticapitalismo, del dirigismo, de la auténtica alienación de individuo en beneficio de la colectividad, e incluso del estalinismo o el maoísmo (cuyas Web, que no escasean, pueden visitarse tranquilamente desde casa), es decir, cualquier grupo de fanáticos del totalitarismo más cruel que ha existido jamás, son automáticamente “buenos”. Muchas veces me he preguntado cómo es posible no ya que no les de vergüenza a toda esta gente hacer apología de la URSS y de sus derivados, sino que además sean tratados con la mayor indulgencia (impunidad, que diría Herrera) por los medios cuando no directamente con alabanzas por ser los defensores de esas “utopías perdidas” en las que muchos, socialistas de todos los partidos, aún siguen pensando en sus ratos libres.
06 noviembre 2007
LOS BIENES COMUNES. Politica
Días antes a la onomástica de El Pilar, Mariano Rajoy (asesorado de nuevo por el enemigo) colgó de Internet un vídeo de unos dos minutos en el que invitaba a los españoles a sentirse orgullosos de serlo y a manifestarlo por las calles con la bandera nacional. Las reacciones no se hicieron esperar: "estridente", "lamentable", "patético" o "franquista" fueron los epítetos más repetidos por parte de todo el espectro izquierdista. Lo cierto es que el presidente del PP nada tenía que ganar con ello, y sí algo, aunque no mucho, que perder. Los asesores de Rajoy deberían saber que el discurso de la derecha (por llamarla de alguna manera de la que ni siquiera están orgullosos sus partidarios) es un discurso sometido a dos riesgos con sendas reprobaciones. O se les acusa de extremistas o de antipatriotas. Cualquiera que sea la postura del PP sobre el asunto más trivial, en uno de estos dos sentidos, la izquierda le acusará de lo contrario. Si izan la bandera, se les acusa de fachas y usurpadores (sic) de los bienes comunes. Si la arrían, se les tacha de poco patriotas y de despreciar los símbolos de la democracia constitucional.
El PSOE (maestros inconmensurables de la agitación y el agit-prop) han inventado eso del “patriotismo social”, el “patriotismo cívico” o incluso el “republicanismo monárquico”. Tienen perfectamente cubierto su ideario, si no por ideas, sí por conceptos. Esto es determinante en el socialismo. Más vale una frase que una idea. Por el contrario, la derecha moderna vive uno de sus momentos más efervescentes en lo que a ideas se refiere, refutando la creencia clásica de que sólo en el socialismo hay intelectuales e ideas revolucionarias. Ahora sucede justamente lo contrario: el debate de las ideas y la revolución intelectual la encabeza la derecha liberal, mientras la izquierda ha ido quedando arrinconada intelectualmente incluso por sus antiguos preceptores. No quiero decir con esto que el ideario de esta derecha sea necesariamente el mejor, cosa que habrá que ir demostrando, sino que el socialismo subsiste en este ámbito con las migajas de otra época a la que se resisten a dar el certificado de defunción. A pesar de todo ello, la derecha moderna, el PP, tiene mucho que aprender, sobre todo en el campo del agit-prop.
La invocación de Rajoy al orgullo patrio y sus emblemas fue inmediatamente reprobado por el PSOE por “apropiarse de los símbolos de todos con fines partidistas”. El PP volvía a no tener escapatoria: antes del delito ya le habían impuesto la pena. El efectismo socialista es implacable, reconozcámoslo. Los cocineros de Génova deberían poder salir de esta ratonera en la que el PSOE les tiene atrapados. El día de la Hispanidad fue una oportunidad de oro (desdeñada de nuevo) para que los intelectuales liberales explicaran, a propósito de la bandera y el himno, la polémica de los bienes comunes, pero como sucede a menudo, falta perspectiva. Las res communes omnium, las cosas de todos, a las que tan aficionado es el socialismo, al ser “comunes” y al ser “de todos” pueden ser usadas “por todos los comuneros”, es decir, por todos los españoles o los que se sientan como tal. Sobra decir que nadie usurpa (sic) estos símbolos por exhibirlos o designarlos como suyos, precisamente porque al ser de todos son también suyos, a la vez que de los demás. ¿Usurpo (sic) la bandera nacional si llevo una por la calle?, ¿violo esa “comunidad de todos” por silbar el himno?, ¿trasgredo la ley cuando me tumbo en la playa a tomar el sol para broncearme yo solo?, ¿o acaso necesito licencia municipal para pasear por la Gran Vía, ya que ocupo, mientras camino, un espacio público que nadie más puede ocupar mientras yo paseo?
La consigna de sancionar a todo aquel que haga uso de los bienes comunes procede exclusivamente de los que consideran que esos bienes les pertenecen a ellos más que al resto, o aquellos que se avergüenzan de los mismos. Pocas veces tenemos la fortuna de ver a un socialista rodeado de la bandera constitucional (salvo cuando el protocolo no le deja otra salida). En cambio es harto frecuente contemplarlos alrededor de la también preconstitucional, y por tanto ilegal, enseña republicana, con la que incluso se atavió la entonces Ministra de Cultura, Carmen Calvo, en la presentación de un libro sobre el Edén perdido de la segunda República.
El PSOE (maestros inconmensurables de la agitación y el agit-prop) han inventado eso del “patriotismo social”, el “patriotismo cívico” o incluso el “republicanismo monárquico”. Tienen perfectamente cubierto su ideario, si no por ideas, sí por conceptos. Esto es determinante en el socialismo. Más vale una frase que una idea. Por el contrario, la derecha moderna vive uno de sus momentos más efervescentes en lo que a ideas se refiere, refutando la creencia clásica de que sólo en el socialismo hay intelectuales e ideas revolucionarias. Ahora sucede justamente lo contrario: el debate de las ideas y la revolución intelectual la encabeza la derecha liberal, mientras la izquierda ha ido quedando arrinconada intelectualmente incluso por sus antiguos preceptores. No quiero decir con esto que el ideario de esta derecha sea necesariamente el mejor, cosa que habrá que ir demostrando, sino que el socialismo subsiste en este ámbito con las migajas de otra época a la que se resisten a dar el certificado de defunción. A pesar de todo ello, la derecha moderna, el PP, tiene mucho que aprender, sobre todo en el campo del agit-prop.
La invocación de Rajoy al orgullo patrio y sus emblemas fue inmediatamente reprobado por el PSOE por “apropiarse de los símbolos de todos con fines partidistas”. El PP volvía a no tener escapatoria: antes del delito ya le habían impuesto la pena. El efectismo socialista es implacable, reconozcámoslo. Los cocineros de Génova deberían poder salir de esta ratonera en la que el PSOE les tiene atrapados. El día de la Hispanidad fue una oportunidad de oro (desdeñada de nuevo) para que los intelectuales liberales explicaran, a propósito de la bandera y el himno, la polémica de los bienes comunes, pero como sucede a menudo, falta perspectiva. Las res communes omnium, las cosas de todos, a las que tan aficionado es el socialismo, al ser “comunes” y al ser “de todos” pueden ser usadas “por todos los comuneros”, es decir, por todos los españoles o los que se sientan como tal. Sobra decir que nadie usurpa (sic) estos símbolos por exhibirlos o designarlos como suyos, precisamente porque al ser de todos son también suyos, a la vez que de los demás. ¿Usurpo (sic) la bandera nacional si llevo una por la calle?, ¿violo esa “comunidad de todos” por silbar el himno?, ¿trasgredo la ley cuando me tumbo en la playa a tomar el sol para broncearme yo solo?, ¿o acaso necesito licencia municipal para pasear por la Gran Vía, ya que ocupo, mientras camino, un espacio público que nadie más puede ocupar mientras yo paseo?
La consigna de sancionar a todo aquel que haga uso de los bienes comunes procede exclusivamente de los que consideran que esos bienes les pertenecen a ellos más que al resto, o aquellos que se avergüenzan de los mismos. Pocas veces tenemos la fortuna de ver a un socialista rodeado de la bandera constitucional (salvo cuando el protocolo no le deja otra salida). En cambio es harto frecuente contemplarlos alrededor de la también preconstitucional, y por tanto ilegal, enseña republicana, con la que incluso se atavió la entonces Ministra de Cultura, Carmen Calvo, en la presentación de un libro sobre el Edén perdido de la segunda República.
02 noviembre 2007
LA FRANQUICIA DE AL GORE. Sociedad
El sumo pontífice del ecoapocapipsis, Al Gore, ha decidido proclamar su mensaje por todo el orbe, para lo cual ha montado una franquicia de apóstoles que se encargarían de hacer proliferar sus consignas ecopuritanas. La Junta que preside Manuel Chaves, persuadida por el ex presidente de EE.UU de que Andalucía es una de las regiones donde el armagedón climático va a causar su primeros efectos, acaba de organizar una conferencia para reclutar a todos aquellos que, deseando colaborar de forma altruista por la salvación de la Humanidad, están dispuestos a pregonar tales vaticinios con fidelidad estricta al líder de dicho movimiento.
Entre este “ejército verde” escogido por Gore para conferenciar a lo ancho de la geografía española se estaban desde Ana Rosa Quintana hasta Adolfo Domínguez pasando por Ágata Ruíz de la Prada o por Lucía Echevarría. En la conferencia que ofrecieron tras la convención estos tres últimos, explicaron cuáles eran las condiciones y los términos de su misión. Se comprometen a impartir diez charlas en colegios, asociaciones, etc., a asumir personalmente cualquier desvirtuación que hagan respecto del discurso oficial algorero y, atención (y esto es lo mejor), a no cobrar cantidad alguna por ello. Más aún, deben costearse ellos mismos todos los gastos que les ocasione su apostolado. La cosa carecería de importancia si el líder de dicho ejército hiciera lo propio. Pero, oh paradoja, Al Gore cobra por conferencia ¡200.000 €! Y lo que es mejor, les exige a sus discípulos que no cobren por hacer lo mismo que él hace. La franquicia del embudo: yo puedo seguir siendo multimillonario a costa del neoapocalipsis, pero vosotros no. Es lógico: lo que pudieran cobrar sus discípulos es exactamente lo mismo que él dejaría de ingresar si diera todas esas conferencias.
No obstante, Lucía Echevarría, en su alocución, y a pesar de exponer una razón incontestable para apoyar la causa (“cuando era una niña nevaba todos los inviernos en Madrid, algo que ya no ocurre”, dijo), quiso dejar claro que el mensaje de Gore pretende tranquilizar a la gente. Eso sí, advirtiendo a continuación que “en 45 años no habrá planeta”, lo cual sosegó extraordinariamente al auditorio. La franquicia del embudo, algo muy progresista. Un mensaje universal del que sólo puede sacar partido su promotor, no sus colaboradores. Formidable manera de agradecer a sus discípulos los servicios prestados. Un negocio del que sólo puede sacar tajada el franquiciador, nunca el franquiciado. Extraordinario.
Entre este “ejército verde” escogido por Gore para conferenciar a lo ancho de la geografía española se estaban desde Ana Rosa Quintana hasta Adolfo Domínguez pasando por Ágata Ruíz de la Prada o por Lucía Echevarría. En la conferencia que ofrecieron tras la convención estos tres últimos, explicaron cuáles eran las condiciones y los términos de su misión. Se comprometen a impartir diez charlas en colegios, asociaciones, etc., a asumir personalmente cualquier desvirtuación que hagan respecto del discurso oficial algorero y, atención (y esto es lo mejor), a no cobrar cantidad alguna por ello. Más aún, deben costearse ellos mismos todos los gastos que les ocasione su apostolado. La cosa carecería de importancia si el líder de dicho ejército hiciera lo propio. Pero, oh paradoja, Al Gore cobra por conferencia ¡200.000 €! Y lo que es mejor, les exige a sus discípulos que no cobren por hacer lo mismo que él hace. La franquicia del embudo: yo puedo seguir siendo multimillonario a costa del neoapocalipsis, pero vosotros no. Es lógico: lo que pudieran cobrar sus discípulos es exactamente lo mismo que él dejaría de ingresar si diera todas esas conferencias.
No obstante, Lucía Echevarría, en su alocución, y a pesar de exponer una razón incontestable para apoyar la causa (“cuando era una niña nevaba todos los inviernos en Madrid, algo que ya no ocurre”, dijo), quiso dejar claro que el mensaje de Gore pretende tranquilizar a la gente. Eso sí, advirtiendo a continuación que “en 45 años no habrá planeta”, lo cual sosegó extraordinariamente al auditorio. La franquicia del embudo, algo muy progresista. Un mensaje universal del que sólo puede sacar partido su promotor, no sus colaboradores. Formidable manera de agradecer a sus discípulos los servicios prestados. Un negocio del que sólo puede sacar tajada el franquiciador, nunca el franquiciado. Extraordinario.
¿Qué es ésto, solidaridad, misericordia, ecologismo de balconcillo o simplemente impostura?
18 octubre 2007
BUENISMO Y PURITANISMO LOGROÑÉS. Sociedad
A principios de este mes, el rotativo municipal logroñés De buena fuente, adjuntaba un folio a todo color titulado “Disfruta del silencio en tu casa” en el que el neonato consistorio socialista se tomó la libertad de hacernos llegar una serie de recomendaciones que, a pesar de ser bienintencionadas y loables, rezumaban buenismo, e incluso puritanismo; aspecto éste muy estimable pero poco acorde al argumentario progresista. Decía el desplegable: “camina en casa en zapatillas, no grites ni des portazos y baja las escaleras en silencio”, “no hagas bricolaje en horas intempestivas”, “los fines de semana sirven para descansar; si tienes que hacer obras, molesta lo menos posible”, “no vives solo; reduce el volumen de tu equipo de música, radio o televisión”, y cosas así. Todo muy razonable.
Pero los mandamientos buenistas que más llamaron mi atención fueron dos. El primero de ellos rezaba: “educa a tu perro o mascota para que no ladre en casa”. ¿Educar a un animal? Sí, hasta tal punto alcanzan las pretensiones de reeducación del socialismo. No "amaestrar" o incluso "domesticar", sino educar. Eché en falta algo así como “educa a tu mascota en los valores de la democracia…”. El segundo, en plena concordancia con EpC, decía: “Cuando hagas una fiesta, llega a un acuerdo con los vecinos para acabar a una hora prudente”. ¿¡Cómo!?, exclamé en alto. ¿Llegar a un cuerdo con los vecinos? Al Ayuntamiento de Logroño se le podrá acusar de muchas cosas (por ejemplo de subirse el sueldo el primer día de gobierno) pero jamás se le podrá reprochar no predicar (EpC) con el ejemplo. Al contrario. Si uno de los objetivos centrales de la asignatura es “utilizar de forma sistemática el diálogo y la mediación como instrumento para resolver los conflictos”, la Corporación de la capital riojana es la primera en abanderar la asignatura-eje de todo el sistema educativo.
Llegar a un cuerdo con los vecinos… Si ya es difícil, por no decir imposible, alcanzar un acuerdo para cambiar unos buzones en estado de decrepitud total, no llego a imaginar cómo deberá ser ese “diálogo sistemático” con los vecinos para darles el coñazo con su aquiescencia. Pero bueno, quizá mi incomprensión de este decálogo buenista sea porque no estudié EpC… Así que aprovecho para lanzar la siguiente pregunta: ¿admiten cursos de reciclaje para todos aquellos que sabemos, no por EpC sino por experiencia, que “llegar a un cuerdo con los vecinos” es en ocasiones absolutamente imposible con diálogo sistemático o sin él?
Pero los mandamientos buenistas que más llamaron mi atención fueron dos. El primero de ellos rezaba: “educa a tu perro o mascota para que no ladre en casa”. ¿Educar a un animal? Sí, hasta tal punto alcanzan las pretensiones de reeducación del socialismo. No "amaestrar" o incluso "domesticar", sino educar. Eché en falta algo así como “educa a tu mascota en los valores de la democracia…”. El segundo, en plena concordancia con EpC, decía: “Cuando hagas una fiesta, llega a un acuerdo con los vecinos para acabar a una hora prudente”. ¿¡Cómo!?, exclamé en alto. ¿Llegar a un cuerdo con los vecinos? Al Ayuntamiento de Logroño se le podrá acusar de muchas cosas (por ejemplo de subirse el sueldo el primer día de gobierno) pero jamás se le podrá reprochar no predicar (EpC) con el ejemplo. Al contrario. Si uno de los objetivos centrales de la asignatura es “utilizar de forma sistemática el diálogo y la mediación como instrumento para resolver los conflictos”, la Corporación de la capital riojana es la primera en abanderar la asignatura-eje de todo el sistema educativo.
Llegar a un cuerdo con los vecinos… Si ya es difícil, por no decir imposible, alcanzar un acuerdo para cambiar unos buzones en estado de decrepitud total, no llego a imaginar cómo deberá ser ese “diálogo sistemático” con los vecinos para darles el coñazo con su aquiescencia. Pero bueno, quizá mi incomprensión de este decálogo buenista sea porque no estudié EpC… Así que aprovecho para lanzar la siguiente pregunta: ¿admiten cursos de reciclaje para todos aquellos que sabemos, no por EpC sino por experiencia, que “llegar a un cuerdo con los vecinos” es en ocasiones absolutamente imposible con diálogo sistemático o sin él?
13 octubre 2007
EL VELO DE SHAIMA. Política
Hace pocos días conocíamos la noticia de una niña marroquí de 8 años residente en Gerona a la que la dirección del colegio donde estudia había expulsado mientras siguiera llevando el velo islámico. La Generalitat obligó a readmitir a la pequeña Shaima, y se desató la polémica. Como observaba la remitente de una carta al director en El País “el hiyab no es una prenda de adorno ni de abrigo ni un tocado étnico […], sino un trozo de tela cuya única finalidad es tapar a las mujeres […]”. En efecto, el pañuelo árabe es un signo de sumisión y obediencia, fruto de una cultura que a su vez es una religión, y en la que la mujer ocupa un lugar prácticamente insignificante de puertas de casa hacia afuera. Pero yerra la remitente cuando añade: “y el que tenga o no un carácter religioso resulta irrelevante […]”. Para nosotros no es relevante, pero para ellos sí. Tanto para ellos como para ellas.
Aspectos sociales
El hijab es un símbolo de sometimiento, pero también lo es exigirle a una niña de 14 años que no vuelva a casa más allá de las once de la noche los fines de semana. Los musulmanes preservan un valor. Curiosamente, los no musulmanes preservamos el mismo, pero de distinto modo. ¿O acaso nuestra “cultura” es más avanzada por tolerar que esas mismas niñas se disfracen de fulana los sábados? Me pregunto: ¿sufre el mismo “desdoro de imagen” una jovencita con velo que otra vestida con un top que le deja el estómago a la vista y una falda que le cubre lo estrictamente justo, sin olvidar el tanga respingando por la curcusilla? Evidentemente no. Es más: ¿quién es más libre? Es evidente que las dos igual, o mejor dicho, los padres de ambas igual, porque el padre musulmán y el occidental ciernen parecidas amenazas sobre una y otra. Es un debate absurdo en este punto, o ¿alguien se plantea revocarles la patria potestad a esos padres de Madrid que permiten que su hija se vista de golfa? Más aún: ¿alguien se lo plantea con unos padres musulmanes? Si es así, que no lo es, que lo intenten. En caso contrario, que reconsideren su postura.
En España tenemos un caso bastante parecido: el de las monjitas. Todos hemos visto en alguna ocasión (antes más que ahora) a monjitas estudiando el bachillerato o acudiendo a clases de carné de conducir ataviadas con el hábito. Y me pregunto ¿alguien se ha escandalizado por el hecho de ir vestidas de negro y de que sólo se les vea el rostro? No. Ellas han decidido vivir así y debemos respetarlo. Es su elección libre, pero sobre todo es su elección religiosa. De su fe, de su credo, se deriva una forma de entender la vida y una forma de manifestarlo. Alguien podrá alegar que el caso de estas feligresas católicas y el de las musulmanas es completamente distinto pues aquellas deciden libremente y éstas no. Pero eso es falso. La mujer musulmana, y especialmente en España, es prácticamente libre para decidir qué ropa vestir o con quién casarse, aunque el ámbito de ambas elecciones esté de algún modo tasado. Hay chicas árabes que visten al modo occidental y otras que no, lo que demuestra aquello. Esto sucede en España, e incluso en Líbano e Irán.
Por otra parte no debe olvidársenos que hasta hace bien poco, e incluso en la actualidad, las mujeres tenían que entrar en iglesia con velo y ropa de color sobrio. ¿Qué era eso? Un signo de decoro, respeto y, por qué no, de sumisión. No seamos hipócritas: ¿aceptaría de buen grado usted, que su mujer o su novia fuera medio desnuda por la calle o tomara el sol en topless sin su anuencia, caballero? Sé por experiencia propia que las chicas que tienen intención de destaparse en la playa se lo consultan previamente a su pareja. Sí, no se escandalicen. El velo (impuesto, semi impuesto o voluntario) es, en cambio, un símbolo y una prenda de decoro, de intimidad, de protección. Que esta protección es excesiva en el caso del nikab y el burka es evidente e incluso intolerable a nuestros ojos, pero responde a las relaciones sociales de una cultura que, por desgracia, permanece varada en la Edad Media. De todas formas, insisto en ello, resulta francamente llamativo que cuando una niña de 14 años se pasea como una fulanilla por la calle no pensemos en lo irresponsables que son los padres; mientras que si una cría de 8 va cubierta por un pañuelo pongamos el grito en el cielo, y, lo que es peor, la intentemos reconducir por el camino de los “valores” democráticos (¿?). ¿Por qué no dejamos que la gente crea en lo que quiera, abrace la religión que quiera y lleve los símbolos que desee, dentro del orden público y la paz social? ¿Por qué no tratamos el problema de la misma forma cuando una jovencita va enseñando el trasero que cuando se pone el hiyab? No sé usted, pero yo preferiría a una escolar con velo que a otra con los pantalones casi por la rodilla?
El responsable del área de educación de CC.OO, José Campos, apuntó que llevar el velo “es como si los niños católicos fueran vestidos de nazarenos”. El estrambote no andaba desencaminado, pero la comparación es un tanto grotesca. Aun así, he de decir que si los niños católicos fueran a clase de tal guisa, por mí no habría ningún problema. Eso sí, sin capirote. El más agudo de todos fue Pedro Zerolo, una de las mentes más destacadas de nuestra época, que zanjó el tema asegurando que “Educación para la Ciudadanía serviría para que las niñas musulmanas que quitaran el velo”. Eureka! Mientras EpC aspira a “conocer y respetar todas las culturas y sus costumbres”, Zerolo dejó claro (una vez más) que lo que no se ajusta al credo socialista sería cambiado en virtud de la dichosa asignatura. Como apuntó Edurne Uriarte (ABC 6-10-2007) “el multiculturalismo le juega muy malas pasadas a la izquierda, y destroza su discurso sobre la igualdad entre sexos […]”. Nada más cierto. Mientras los niños deben “aprender a conocer, asumir y respetar la cultura y las costumbres” de Shaima y “enriquecerse a través de su convivencia”, se les dice que esa misma cultura y sus costumbres deben desaparecer porque son contrarias a la nuestra.
Aspectos éticos
La Constitución garantiza la libertad religiosa y sus manifestaciones dentro del orden público (art.16.1). La cuestión está en determinar si el velo es contrario al orden público. A mi juicio no existe violación de orden público alguno. A lo sumo la trasgresión de las normas de uniformado del centro. Ahora bien, cuando la libertad religiosa, que es un derecho fundamental, entra en conflicto con una norma convencional de etiqueta, es obvio que el que debe prevalecer es el primero, dentro, insisto del orden público proclamado en la Constitución.
Muchas de las valoraciones que se han hecho sobre el asunto parten de un enfoque, a mi juicio, erróneo. Se trata de una cuestión de “libertad religiosa”, no un problema de “derecho a la igualdad”. Veámoslo de la siguiente manera: supongamos que una mujer católica quisiera hacer cualquier ostentación de sus símbolos sagrados o de su forma de vestir en cualquier país árabe. Ante la censura inmediata por parte de las autoridades y ciudadanos autóctonos, ¿a qué derecho apelaría la mujer: al de libertad (religiosa) o al de igualdad? El lector avispado se habrá dado cuenta de que la mujer católica de un país del Islam no podría invocar el derecho a la igualdad porque las mujeres musulmanas no tienen un derecho semejante. Pero adviértase que ¡los hombres sí! ¿Qué derecho sería el vetado? La libertad religiosa. Este derecho es un derecho en sí, no un derecho que haya de reconocerse en igualdad respecto de otro. Si la libertad religiosa se ejerce libre y efectivamente basta con que sea así. Que lo sea en pie de igualdad con el que ejercen otras personas (por ejemplo, los hombres) es secundario. Por eso la libertad religiosa es primero y la igualdad en su ejercicio, secundaria, o terciaria.
Aspectos sociales
El hijab es un símbolo de sometimiento, pero también lo es exigirle a una niña de 14 años que no vuelva a casa más allá de las once de la noche los fines de semana. Los musulmanes preservan un valor. Curiosamente, los no musulmanes preservamos el mismo, pero de distinto modo. ¿O acaso nuestra “cultura” es más avanzada por tolerar que esas mismas niñas se disfracen de fulana los sábados? Me pregunto: ¿sufre el mismo “desdoro de imagen” una jovencita con velo que otra vestida con un top que le deja el estómago a la vista y una falda que le cubre lo estrictamente justo, sin olvidar el tanga respingando por la curcusilla? Evidentemente no. Es más: ¿quién es más libre? Es evidente que las dos igual, o mejor dicho, los padres de ambas igual, porque el padre musulmán y el occidental ciernen parecidas amenazas sobre una y otra. Es un debate absurdo en este punto, o ¿alguien se plantea revocarles la patria potestad a esos padres de Madrid que permiten que su hija se vista de golfa? Más aún: ¿alguien se lo plantea con unos padres musulmanes? Si es así, que no lo es, que lo intenten. En caso contrario, que reconsideren su postura.
En España tenemos un caso bastante parecido: el de las monjitas. Todos hemos visto en alguna ocasión (antes más que ahora) a monjitas estudiando el bachillerato o acudiendo a clases de carné de conducir ataviadas con el hábito. Y me pregunto ¿alguien se ha escandalizado por el hecho de ir vestidas de negro y de que sólo se les vea el rostro? No. Ellas han decidido vivir así y debemos respetarlo. Es su elección libre, pero sobre todo es su elección religiosa. De su fe, de su credo, se deriva una forma de entender la vida y una forma de manifestarlo. Alguien podrá alegar que el caso de estas feligresas católicas y el de las musulmanas es completamente distinto pues aquellas deciden libremente y éstas no. Pero eso es falso. La mujer musulmana, y especialmente en España, es prácticamente libre para decidir qué ropa vestir o con quién casarse, aunque el ámbito de ambas elecciones esté de algún modo tasado. Hay chicas árabes que visten al modo occidental y otras que no, lo que demuestra aquello. Esto sucede en España, e incluso en Líbano e Irán.
Por otra parte no debe olvidársenos que hasta hace bien poco, e incluso en la actualidad, las mujeres tenían que entrar en iglesia con velo y ropa de color sobrio. ¿Qué era eso? Un signo de decoro, respeto y, por qué no, de sumisión. No seamos hipócritas: ¿aceptaría de buen grado usted, que su mujer o su novia fuera medio desnuda por la calle o tomara el sol en topless sin su anuencia, caballero? Sé por experiencia propia que las chicas que tienen intención de destaparse en la playa se lo consultan previamente a su pareja. Sí, no se escandalicen. El velo (impuesto, semi impuesto o voluntario) es, en cambio, un símbolo y una prenda de decoro, de intimidad, de protección. Que esta protección es excesiva en el caso del nikab y el burka es evidente e incluso intolerable a nuestros ojos, pero responde a las relaciones sociales de una cultura que, por desgracia, permanece varada en la Edad Media. De todas formas, insisto en ello, resulta francamente llamativo que cuando una niña de 14 años se pasea como una fulanilla por la calle no pensemos en lo irresponsables que son los padres; mientras que si una cría de 8 va cubierta por un pañuelo pongamos el grito en el cielo, y, lo que es peor, la intentemos reconducir por el camino de los “valores” democráticos (¿?). ¿Por qué no dejamos que la gente crea en lo que quiera, abrace la religión que quiera y lleve los símbolos que desee, dentro del orden público y la paz social? ¿Por qué no tratamos el problema de la misma forma cuando una jovencita va enseñando el trasero que cuando se pone el hiyab? No sé usted, pero yo preferiría a una escolar con velo que a otra con los pantalones casi por la rodilla?
El responsable del área de educación de CC.OO, José Campos, apuntó que llevar el velo “es como si los niños católicos fueran vestidos de nazarenos”. El estrambote no andaba desencaminado, pero la comparación es un tanto grotesca. Aun así, he de decir que si los niños católicos fueran a clase de tal guisa, por mí no habría ningún problema. Eso sí, sin capirote. El más agudo de todos fue Pedro Zerolo, una de las mentes más destacadas de nuestra época, que zanjó el tema asegurando que “Educación para la Ciudadanía serviría para que las niñas musulmanas que quitaran el velo”. Eureka! Mientras EpC aspira a “conocer y respetar todas las culturas y sus costumbres”, Zerolo dejó claro (una vez más) que lo que no se ajusta al credo socialista sería cambiado en virtud de la dichosa asignatura. Como apuntó Edurne Uriarte (ABC 6-10-2007) “el multiculturalismo le juega muy malas pasadas a la izquierda, y destroza su discurso sobre la igualdad entre sexos […]”. Nada más cierto. Mientras los niños deben “aprender a conocer, asumir y respetar la cultura y las costumbres” de Shaima y “enriquecerse a través de su convivencia”, se les dice que esa misma cultura y sus costumbres deben desaparecer porque son contrarias a la nuestra.
Aspectos éticos
La Constitución garantiza la libertad religiosa y sus manifestaciones dentro del orden público (art.16.1). La cuestión está en determinar si el velo es contrario al orden público. A mi juicio no existe violación de orden público alguno. A lo sumo la trasgresión de las normas de uniformado del centro. Ahora bien, cuando la libertad religiosa, que es un derecho fundamental, entra en conflicto con una norma convencional de etiqueta, es obvio que el que debe prevalecer es el primero, dentro, insisto del orden público proclamado en la Constitución.
Muchas de las valoraciones que se han hecho sobre el asunto parten de un enfoque, a mi juicio, erróneo. Se trata de una cuestión de “libertad religiosa”, no un problema de “derecho a la igualdad”. Veámoslo de la siguiente manera: supongamos que una mujer católica quisiera hacer cualquier ostentación de sus símbolos sagrados o de su forma de vestir en cualquier país árabe. Ante la censura inmediata por parte de las autoridades y ciudadanos autóctonos, ¿a qué derecho apelaría la mujer: al de libertad (religiosa) o al de igualdad? El lector avispado se habrá dado cuenta de que la mujer católica de un país del Islam no podría invocar el derecho a la igualdad porque las mujeres musulmanas no tienen un derecho semejante. Pero adviértase que ¡los hombres sí! ¿Qué derecho sería el vetado? La libertad religiosa. Este derecho es un derecho en sí, no un derecho que haya de reconocerse en igualdad respecto de otro. Si la libertad religiosa se ejerce libre y efectivamente basta con que sea así. Que lo sea en pie de igualdad con el que ejercen otras personas (por ejemplo, los hombres) es secundario. Por eso la libertad religiosa es primero y la igualdad en su ejercicio, secundaria, o terciaria.
Aspectos legales
Es relativamente importante que la pequeña Shaima llevase el velo “sin presión de su familia”, como aseguró el entorno de la niña. Digo relativamente porque, aunque sus padres se lo hubieran impuesto, éstos ostentan la patria potestad, de modo que pueden tomar al respecto todas las medidas que estimen adecuadas para su atención y cuidado. De la misma forma que unos padres españoles católicos (o no) deciden qué ropa deben llevar sus hijos, los padres de Shaima podían ejercer la patria potestad en los mismos términos. De ahí que el consentimiento de la pequeña marroquí fuera relativamente importante, porque de todas formas es a los padres a los que les corresponde la toma de decisiones sobre sus hijos.
Sin embargo, como suele decirse en el ámbito del Derecho, “los niños tienen su capacidad restringida, que no anulada”. En efecto, nuestra legislación concede a los menores de cualquier edad el derecho de ser escuchados cuando tengan suficiente juicio (que se presume por encima de los 12 años). El art.154.III del Código Civil dispone que “si los hijos tuvieren suficiente juicio deberán ser oídos siempre antes de adoptar decisiones que les afecten”. La Ley Orgánica 1/96 de 15 de enero de Protección Jurídica del Menor declara que “los menores gozarán de los derechos que les reconoce la Constitución y los Tratados Internacionales de los que España sea parte, especialmente la Convención de Derechos del Niño de Naciones Unidas y los demás derechos garantizados en el ordenamiento jurídico, sin discriminación alguna por razón de nacimiento, nacionalidad, raza, sexo, deficiencia o enfermedad, religión, lengua, cultura, opinión o cualquier otra circunstancia personal, familiar o social” (art.3.1). Y en concreto: “El menor tiene derecho a la libertad de ideología, conciencia y religión. El ejercicio de los derechos dimanantes de esta libertad tiene únicamente las limitaciones prescritas por la Ley y el respeto de los derechos y libertades fundamentales de los demás. Los padres o tutores tienen el derecho y el deber de cooperar para que el menor ejerza esta libertad de modo que contribuya a su desarrollo integral” (art.6); es decir, más o menos lo que prescribe el programa de EpC, aunque sin intención ni de modificar o extirpar dichas libertades. Esa es otra de las insignificantes diferencias de la Ley como norma sustantiva y un pastiche como Epc. Como ya hemos visto (y confirma el art.9.1 de esta Ley Orgánica) “el menor tiene derecho a ser oído, tanto en el ámbito familiar como en cualquier procedimiento administrativo o judicial en que esté directamente implicado y que conduzca a una decisión que afecte a su esfera personal, familiar o social”. Por eso es importante, una vez más, la decisión de la pequeña, de ahí que la ley le reconozca tal derecho. Es más: “las Administraciones públicas facilitarán a los menores la asistencia adecuada para el ejercicio de sus derechos”, añade el art.11.1, para lo cual “los principios rectores de la actuación de los poderes públicos serán los siguientes: La supremacía del interés del menor; el mantenimiento del menor en el medio familiar de origen salvo que no sea conveniente para su interés y; su integración familiar y social” (art.11.2), por lo que aquí nos interesa. Por último, “se procurará contar con el menor y su familia y no interferir en su vida escolar, social o laboral” (art.15).
La voz más conciliadora que se ha escuchado sobre el velo se Shaima, y que suscribo plenamente, es la de Monseñor Cañizares. “Aquello que en las distintas religiosas es fundamental como expresión, rito o manifestación religiosa debe mantenerse”, ha dicho; ya que “la base de la democracia está en el respeto al derecho fundamental y a la libertad religiosa, don se asientan todos los derechos universales”, concluyó.
Es relativamente importante que la pequeña Shaima llevase el velo “sin presión de su familia”, como aseguró el entorno de la niña. Digo relativamente porque, aunque sus padres se lo hubieran impuesto, éstos ostentan la patria potestad, de modo que pueden tomar al respecto todas las medidas que estimen adecuadas para su atención y cuidado. De la misma forma que unos padres españoles católicos (o no) deciden qué ropa deben llevar sus hijos, los padres de Shaima podían ejercer la patria potestad en los mismos términos. De ahí que el consentimiento de la pequeña marroquí fuera relativamente importante, porque de todas formas es a los padres a los que les corresponde la toma de decisiones sobre sus hijos.
Sin embargo, como suele decirse en el ámbito del Derecho, “los niños tienen su capacidad restringida, que no anulada”. En efecto, nuestra legislación concede a los menores de cualquier edad el derecho de ser escuchados cuando tengan suficiente juicio (que se presume por encima de los 12 años). El art.154.III del Código Civil dispone que “si los hijos tuvieren suficiente juicio deberán ser oídos siempre antes de adoptar decisiones que les afecten”. La Ley Orgánica 1/96 de 15 de enero de Protección Jurídica del Menor declara que “los menores gozarán de los derechos que les reconoce la Constitución y los Tratados Internacionales de los que España sea parte, especialmente la Convención de Derechos del Niño de Naciones Unidas y los demás derechos garantizados en el ordenamiento jurídico, sin discriminación alguna por razón de nacimiento, nacionalidad, raza, sexo, deficiencia o enfermedad, religión, lengua, cultura, opinión o cualquier otra circunstancia personal, familiar o social” (art.3.1). Y en concreto: “El menor tiene derecho a la libertad de ideología, conciencia y religión. El ejercicio de los derechos dimanantes de esta libertad tiene únicamente las limitaciones prescritas por la Ley y el respeto de los derechos y libertades fundamentales de los demás. Los padres o tutores tienen el derecho y el deber de cooperar para que el menor ejerza esta libertad de modo que contribuya a su desarrollo integral” (art.6); es decir, más o menos lo que prescribe el programa de EpC, aunque sin intención ni de modificar o extirpar dichas libertades. Esa es otra de las insignificantes diferencias de la Ley como norma sustantiva y un pastiche como Epc. Como ya hemos visto (y confirma el art.9.1 de esta Ley Orgánica) “el menor tiene derecho a ser oído, tanto en el ámbito familiar como en cualquier procedimiento administrativo o judicial en que esté directamente implicado y que conduzca a una decisión que afecte a su esfera personal, familiar o social”. Por eso es importante, una vez más, la decisión de la pequeña, de ahí que la ley le reconozca tal derecho. Es más: “las Administraciones públicas facilitarán a los menores la asistencia adecuada para el ejercicio de sus derechos”, añade el art.11.1, para lo cual “los principios rectores de la actuación de los poderes públicos serán los siguientes: La supremacía del interés del menor; el mantenimiento del menor en el medio familiar de origen salvo que no sea conveniente para su interés y; su integración familiar y social” (art.11.2), por lo que aquí nos interesa. Por último, “se procurará contar con el menor y su familia y no interferir en su vida escolar, social o laboral” (art.15).
La voz más conciliadora que se ha escuchado sobre el velo se Shaima, y que suscribo plenamente, es la de Monseñor Cañizares. “Aquello que en las distintas religiosas es fundamental como expresión, rito o manifestación religiosa debe mantenerse”, ha dicho; ya que “la base de la democracia está en el respeto al derecho fundamental y a la libertad religiosa, don se asientan todos los derechos universales”, concluyó.
05 octubre 2007
LOS PECADOS CAPITALES DE LA EDUCACIÓN PARA LA CIUDADANÍA. Política
Además de su carácter confesadamente adoctrinador, EpC incurre en tres pecados mortales: la hipocresía, la pretenciosidad y la inconsecuencia. El “niño nuevo” que pretende crear el Gobierno a través de esta asignatura parte de varios errores radicales que dan lugar a estos tantos pecados.
La hipocresía de esta materia radica en la absoluta falta de reciprocidad entre lo que pretende el Gobierno socialista y lo que hace habitualmente. Como veremos, ni el respeto a las ideas ajenas, ni la valoración crítica de las posiciones de los otros y ni siquiera la defensa de los derechos humanos en todos los casos ha caracterizado al Gobierno de Zapatero. O dicho de otra forma, si su Ejecutivo tuviera que examinarse de la dichosa asignatura a la luz de los hechos, la nota que obtendría sería cero o cercana a cero.
La pretenciosidad es el segundo de los pecados de la asignatura. Pretender formar (o mejor: con-formar) al “niño nuevo”, al futuro ciudadano cívicamente ejemplar, aparte de ser una tarea absolutamente imposible so pena de sustraerle a aquel toda su libertad (obra de la que los totalitarismos, y muy especialmente el comunismo aún vigente, pueden dar buena fe de ello), es un objetivo irreal y utopista. Educar, o mejor inculcar, a los niños y adolescentes la Verdad de lo Bueno y lo Malo, de la conducta cívica deseable, de la cultura de la paz (¿?) y del ritual del diálogo espasmódico no es sólo una ingenuidad de catequesis sino un insulto al sentido común y al contenido de un sistema educativo que, lejos de ir recuperando sus crédito poco a poco, está defenestrándose por el acantilado del buenismo como un plomo arrojado al vacío.
Instruir en las actitudes cívicas (que no pasan de ser una de las vertientes, la esencial, de la Ética) empleando para ello una especia de vía oblicua a la que siempre se ha utilizado para ello (la Filosofía) es estúpido además de descabellado. Creer que la “Ética propia”, la de la “España actual” o la de “la ciudadanía del siglo XXI”, es distinta, y por supuesto mejor, que la tuvimos que estudiar los que aún tuvimos la fortuna de examinarnos de Filosofía es pretender haber llegado a la cima de la evolución intelectual, ética y moral. Es pretender haber alcanzado las verdades supremas que los pensadores ineptos que nos han precedido no supieron escudriñar. Es instalarse en la convicción de que lo Verdadero, lo Bello y lo Justo (las tres “patas” de la Cultura) las atesora uno con carácter exclusivo y excluyente. Una vez alcanzado el zenit de la moralidad, la universalidad de los valores, del germen de la paz perpetua y del diálogo de las civilizaciones, el socialismo (como hizo durante todo el siglo XX) es incapaz de resistirse a su implantación universal. “Sabemos qué es lo mejor, y os lo vamos a enseñar; lo queráis o no”, piensan. Lo más alarmante de todo esto no es, sin embargo, el engendro de una nueva asignatura llamada “Educación para la ciudadanía y los Derecho Humanos” o “Educación ético-cívica” (mucho mejor expresada que aquella) sino la marginación absoluta y prácticamente definitiva de la Filosofía.
Y el tercer gran pecado de EpC es la inconsecuencia. Delito que se añade al primero de ellos (la hipocresía) como si fuera su “cara b”. En la “Educación ético-cívica” casi todo es desproporcionado, y lo que no lo es, es intrascendente o estéril. Como demostraré más adelante, existe un desajuste abismal entre los objetivos, los contenidos y los criterios de evaluación, por un lado, y la inspiración pretendidamente aséptica de la asignatura.
La inconsecuencia se observa asimismo en la catarata de objetivos perseguidos por la asignatura y en la catastrófica descentralización de nuestro sistema educativo. De nada sirve tratar de “valorar críticamente la globalización, la pobreza y las desigualdades”, por ejemplo, si el manual de cabecera de un colegio de Tarragona reza que “el capitalismo es el mal último de nuestra civilización”, mientras que en un colegio de Logroño se explica que “la alternativa al capitalismo (sea global o particular) son las cartillas de racionamiento”. De nada vale que en una escuela de Bilbao se sostenga que “la libertad política cesa cuando se vulneran las tradiciones seculares del pueblo vasco”, mientras en otra de Cuenca se asegura que “la libertad política tiene su único cauce en la democracia”. Los defensores de la asignatura (tal y como ha sido concebida) podrían apostillar que esa es la virtud de EpC, que no adoctrina, sino que sienta unas bases lo suficientemente flexibles como para que cada Comunidad Autónoma llene de contenido aquellas. Sin embargo, esta objeción al no ser terminante (que no lo es) nada dice en contra de lo que sostengo. Primero, porque el hecho de que el sistema educativo esté tan sumamente fragmentado no supone virtud alguna, sino todo lo contrario. Y en segundo lugar, porque aunque bien es cierto que EpC no es una asignatura explícitamente adoctrinadora, sí lo es implícitamente. El Real Decreto gubernamental que desgrana los objetivos y el programa de la asignatura, si bien explicita qué debe enseñarse no dice cómo debe hacerse, lo que equivale a desarticular definitivamente la materia. De ahí su inconsecuencia.
Pero si el Gobierno no ha dicho cómo han de explicarse cada una de las frecuentemente espinosas cuestiones de EpC ¿por qué merece tan enconadas críticas? Porque el Ministerio de Educación se ha limitado a enumerar los renglones de la “Educación ético-cívica”, es decir, a señalar su contenido formal pero no su contenido material, o sea, lo que efectivamente se va a enseñar. Y una vez más estamos en el punto de partida: 17 sistemas educativos distintos y la luz verde encendida al trapicheo de contenidos; entendiendo, eso sí, que tan nefasto para el sistema educativo es que se enseñe a los adolescentes que “el capitalismo o la globalización son fenómenos indeseables” como que “usar preservativo es inadecuado para el amor”. Ambos contenidos materiales son inadmisibles. El Gobierno no dice qué, pero da carta de naturaleza al maniqueísmo territorial e ideológico de las distintas Administraciones autonómicas.
La hipocresía de esta materia radica en la absoluta falta de reciprocidad entre lo que pretende el Gobierno socialista y lo que hace habitualmente. Como veremos, ni el respeto a las ideas ajenas, ni la valoración crítica de las posiciones de los otros y ni siquiera la defensa de los derechos humanos en todos los casos ha caracterizado al Gobierno de Zapatero. O dicho de otra forma, si su Ejecutivo tuviera que examinarse de la dichosa asignatura a la luz de los hechos, la nota que obtendría sería cero o cercana a cero.
La pretenciosidad es el segundo de los pecados de la asignatura. Pretender formar (o mejor: con-formar) al “niño nuevo”, al futuro ciudadano cívicamente ejemplar, aparte de ser una tarea absolutamente imposible so pena de sustraerle a aquel toda su libertad (obra de la que los totalitarismos, y muy especialmente el comunismo aún vigente, pueden dar buena fe de ello), es un objetivo irreal y utopista. Educar, o mejor inculcar, a los niños y adolescentes la Verdad de lo Bueno y lo Malo, de la conducta cívica deseable, de la cultura de la paz (¿?) y del ritual del diálogo espasmódico no es sólo una ingenuidad de catequesis sino un insulto al sentido común y al contenido de un sistema educativo que, lejos de ir recuperando sus crédito poco a poco, está defenestrándose por el acantilado del buenismo como un plomo arrojado al vacío.
Instruir en las actitudes cívicas (que no pasan de ser una de las vertientes, la esencial, de la Ética) empleando para ello una especia de vía oblicua a la que siempre se ha utilizado para ello (la Filosofía) es estúpido además de descabellado. Creer que la “Ética propia”, la de la “España actual” o la de “la ciudadanía del siglo XXI”, es distinta, y por supuesto mejor, que la tuvimos que estudiar los que aún tuvimos la fortuna de examinarnos de Filosofía es pretender haber llegado a la cima de la evolución intelectual, ética y moral. Es pretender haber alcanzado las verdades supremas que los pensadores ineptos que nos han precedido no supieron escudriñar. Es instalarse en la convicción de que lo Verdadero, lo Bello y lo Justo (las tres “patas” de la Cultura) las atesora uno con carácter exclusivo y excluyente. Una vez alcanzado el zenit de la moralidad, la universalidad de los valores, del germen de la paz perpetua y del diálogo de las civilizaciones, el socialismo (como hizo durante todo el siglo XX) es incapaz de resistirse a su implantación universal. “Sabemos qué es lo mejor, y os lo vamos a enseñar; lo queráis o no”, piensan. Lo más alarmante de todo esto no es, sin embargo, el engendro de una nueva asignatura llamada “Educación para la ciudadanía y los Derecho Humanos” o “Educación ético-cívica” (mucho mejor expresada que aquella) sino la marginación absoluta y prácticamente definitiva de la Filosofía.
Y el tercer gran pecado de EpC es la inconsecuencia. Delito que se añade al primero de ellos (la hipocresía) como si fuera su “cara b”. En la “Educación ético-cívica” casi todo es desproporcionado, y lo que no lo es, es intrascendente o estéril. Como demostraré más adelante, existe un desajuste abismal entre los objetivos, los contenidos y los criterios de evaluación, por un lado, y la inspiración pretendidamente aséptica de la asignatura.
La inconsecuencia se observa asimismo en la catarata de objetivos perseguidos por la asignatura y en la catastrófica descentralización de nuestro sistema educativo. De nada sirve tratar de “valorar críticamente la globalización, la pobreza y las desigualdades”, por ejemplo, si el manual de cabecera de un colegio de Tarragona reza que “el capitalismo es el mal último de nuestra civilización”, mientras que en un colegio de Logroño se explica que “la alternativa al capitalismo (sea global o particular) son las cartillas de racionamiento”. De nada vale que en una escuela de Bilbao se sostenga que “la libertad política cesa cuando se vulneran las tradiciones seculares del pueblo vasco”, mientras en otra de Cuenca se asegura que “la libertad política tiene su único cauce en la democracia”. Los defensores de la asignatura (tal y como ha sido concebida) podrían apostillar que esa es la virtud de EpC, que no adoctrina, sino que sienta unas bases lo suficientemente flexibles como para que cada Comunidad Autónoma llene de contenido aquellas. Sin embargo, esta objeción al no ser terminante (que no lo es) nada dice en contra de lo que sostengo. Primero, porque el hecho de que el sistema educativo esté tan sumamente fragmentado no supone virtud alguna, sino todo lo contrario. Y en segundo lugar, porque aunque bien es cierto que EpC no es una asignatura explícitamente adoctrinadora, sí lo es implícitamente. El Real Decreto gubernamental que desgrana los objetivos y el programa de la asignatura, si bien explicita qué debe enseñarse no dice cómo debe hacerse, lo que equivale a desarticular definitivamente la materia. De ahí su inconsecuencia.
Pero si el Gobierno no ha dicho cómo han de explicarse cada una de las frecuentemente espinosas cuestiones de EpC ¿por qué merece tan enconadas críticas? Porque el Ministerio de Educación se ha limitado a enumerar los renglones de la “Educación ético-cívica”, es decir, a señalar su contenido formal pero no su contenido material, o sea, lo que efectivamente se va a enseñar. Y una vez más estamos en el punto de partida: 17 sistemas educativos distintos y la luz verde encendida al trapicheo de contenidos; entendiendo, eso sí, que tan nefasto para el sistema educativo es que se enseñe a los adolescentes que “el capitalismo o la globalización son fenómenos indeseables” como que “usar preservativo es inadecuado para el amor”. Ambos contenidos materiales son inadmisibles. El Gobierno no dice qué, pero da carta de naturaleza al maniqueísmo territorial e ideológico de las distintas Administraciones autonómicas.
18 septiembre 2007
LAS CUOTAS DEL ABSURDO. Política
La política de cuotas que inspira la actividad de nuestro socialismo llega a unas cotas grotescas. Hace pocas fechas aparecía en uno de los suplementos de “empleo y finanzas” de una diario nacional (ABC 16 septiembre 2007) una oferta múltiple de trabajo convocada por RENFE (empresa pública, para más señas) en la que se pedían 18 ingenieros, 7 expertos en marketing, 5 abogados, un gerente de comunicaciones y dos jefes de gestión. Hasta ahí nada extraño. Pero al pie del anuncio rezaba la siguiente advertencia: “RENFE garantiza que los criterios de selección, tras respetar los principios de igualdad, mérito y capacidad, promoverán el equilibrio de género, fomentando en lo posible el incremento del género subrepresentado dentro de su plantilla, en cada una de las posiciones”. Si el lector aún no ha reparado en la contradicción esencial que encierra la coda le invito a que vuelva a leerla.
En efecto, “garantizar el fomento de la igualdad de género”, por un lado, y “respetar los principios de igualdad, mérito y capacidad”, por otro, son criterios disyuntivos, es decir, o se cumple el uno o se cumple el otro. La única manera de que se cumplan los dos simultáneamente es que la casualidad así lo determine, es decir, que la mitad de los mejores candidatos sean hombres y la otra mitad mujeres. Por el contrario, si en atención al criterio de mérito y capacidad los mejores son todos hombres, me quiere alguien explicar cómo va a reequilibrar RENFE “el género subrepresentado”.
De acuerdo con una interpretación lógica y sistemática, los principios de igualdad, mérito y capacidad son previos al reequilibrio de género, de ahí que el anuncio diga “tras respetar los principios…”. Tras ellos, RENFE “reequilibraría al género subrepresentado” sólo si fuese posible, es decir, sólo si los candidatos seleccionados por mérito y capacidad fueran de distinto sexo (no género), y sólo si el número de los seleccionados por tal criterio fueran la mitad hombres y la mitad mujeres. Sin embargo, el lector ya se habrá dado cuenta de que en este caso (cuando la mitad de los elegidos fuera de un sexo y la mitad restante del otro) no sería necesario dicho reequilibrio, ya que habrían quedado automáticamente equilibrados por su propio mérito y capacidad.
O sea, una paradoja (de género) de la misma magnitud que la ineptitud socialista.
En efecto, “garantizar el fomento de la igualdad de género”, por un lado, y “respetar los principios de igualdad, mérito y capacidad”, por otro, son criterios disyuntivos, es decir, o se cumple el uno o se cumple el otro. La única manera de que se cumplan los dos simultáneamente es que la casualidad así lo determine, es decir, que la mitad de los mejores candidatos sean hombres y la otra mitad mujeres. Por el contrario, si en atención al criterio de mérito y capacidad los mejores son todos hombres, me quiere alguien explicar cómo va a reequilibrar RENFE “el género subrepresentado”.
De acuerdo con una interpretación lógica y sistemática, los principios de igualdad, mérito y capacidad son previos al reequilibrio de género, de ahí que el anuncio diga “tras respetar los principios…”. Tras ellos, RENFE “reequilibraría al género subrepresentado” sólo si fuese posible, es decir, sólo si los candidatos seleccionados por mérito y capacidad fueran de distinto sexo (no género), y sólo si el número de los seleccionados por tal criterio fueran la mitad hombres y la mitad mujeres. Sin embargo, el lector ya se habrá dado cuenta de que en este caso (cuando la mitad de los elegidos fuera de un sexo y la mitad restante del otro) no sería necesario dicho reequilibrio, ya que habrían quedado automáticamente equilibrados por su propio mérito y capacidad.
O sea, una paradoja (de género) de la misma magnitud que la ineptitud socialista.
01 septiembre 2007
LOS PAÍSES CULTOS Y NOSOTROS
No sé si será casualidad, pero cada vez que ojeo las cartas al director de El País me encuentro con algún nostálgico, bien sea de la sociedad preindustrial, de la antiglobalización, del holocausto climático, o del “socialismo real”. Hace poco, un afligido lector vigués defendía la necesidad de una educación en valores ante sima moral en la que, según él, se halla España. La carta despistaba al principio ya que decía que “los países más cultos y de elevada educación cívica se conforman con menos leyes y confían al sentido común un ámbito más amplio para la resolución de los conflictos”. Menos Estado, menos intervención, menos leyes. Un liberal “pata negra”, pensé. Sin embargo, el resto del texto declinó hacia una defensa del carácter tuitivo-moral del Estado, sin solución de continuidad. “Ojalá los padres pudiésemos ocuparnos de todos los aspectos de la educación, pero no podemos”, añadía, “por ello, los Estados se ocupan de completar las carencias, por delegación […], y lo hace con unos valores universales esenciales como son [el] respeto, solidaridad, obediencia a la ley, tolerancia, conciencia de libertad y sus limitaciones, de paz, de justicia, [y] de cumplimiento de las leyes internacionales”. O sea, la exposición de motivos de “Educación para la Ciudadanía”. Ahora se entiende lo que quería decir con aquella introducción: a diferencia de “los países cultos y de elevada educación cívica”, en España somos unos maleducados incívicos y unos tarugos, lo que justifica que el Estado tenga buenos motivos para intentar reeducarnos.
Me admira comprobar, vez tras otra, cómo los socialistas apelan a ciertos valores (“universales esenciales”) cuando les favorecen, y los desdeñan cuando les vienen en contra. Me explico. ¿Qué hubiera respondido este amable corresponsal si durante el régimen de Franco (por poner un ejemplo especialmente recurrente) le hubieran explicado que los “valores universales esenciales” eran el respeto, la solidaridad, la obediencia a la ley, la tolerancia, la conciencia de libertad y sus limitaciones, la paz, la justicia, y el cumplimiento de las leyes internacionales? Seguramente hubiera desconfiado automáticamente de tales supuestos “valores universales esenciales”, y no sin cierta razón. El franquismo defendía el respeto, qué duda cabe, el respeto hacia los demás (salvo hacia los “enemigos de la nación”, se decía) y hacia las leyes. También tuvo entre sus valores fundamentales la solidaridad entre los pueblos de España; la obediencia a las leyes; la “conciencia” de libertad (¡que no la libertad!) y sobre todo de sus limitaciones; la paz (que es lo primero que se procuró de garantizar el caudillo a base de restringir esa “conciencia” de libertad de la que hablaba nuestro lector); la justicia (y el ajusticiamiento ocasional); así como el cumplimiento de las leyes internacionales. Todos estos valores fueron defendidos, sin duda, por Franco. A qué costa es otro tema, y no menor.
Me pregunto: ¿por qué no habla el autor de la misiva de la defensa de una libertad “sin sentimientos de conciencia”, es decir, de una libertad auténtica? Sencillo: porque el socialismo es más afecto a los límites de los derechos que al contenido positivo de los mismos, salvo cuando se ven obligados a recurrir a ellos. En tal caso no dudan en transgredir la ley so pretexto de las consabidas consignas de la ética, la injusticia, la conciencia intelectual o la paz universal. Y hacen bien, aunque no estoy tan seguro de que lo hagan bien. Por otro lado, ¿por qué hace tanto hincapié en la sumisión a la ley?, ¿por qué habla de la “obediencia a la ley” y luego del “cumplimiento de las leyes internacionales”? ¿Desde cuándo este celo por parte de la izquierda de acatar fielmente la ley? ¿Desde cuándo esta conveniencia en las bondades del “positivismo jurídico”? “Desde que las leyes son democráticas”, responde la progresía. El binomio “ley de Parlamento democrático/ley justa” y “ley de Parlamento no democrático/ ley injusta” es el parangón de todo el “razonamiento lógico” del socialismo, a pesar de consistir en un doble juego de premisa/consecuencia en el que aquella (la premisa mayor) es falsa en la medida en que no es siempre cierta. Detalles sin importancia para el “pensamiento único correcto”. Lástima que no aguante ni la envestida de una vaquilla de cartón.
A pesar de que la tolerancia, el respeto y la solidaridad son los “valores universales” que animan a este ofuscado lector, no se resiste a vaticinar que “por supuesto, se opondrán los mismos que siempre han obstaculizado el progreso y la modernización de España”. Lo cual pone una vez más de manifiesto la superioridad de los valores socialistas sobre los de esa gente reaccionaria a la que hay que reeducar por el bien de España… y del progreso.
Me admira comprobar, vez tras otra, cómo los socialistas apelan a ciertos valores (“universales esenciales”) cuando les favorecen, y los desdeñan cuando les vienen en contra. Me explico. ¿Qué hubiera respondido este amable corresponsal si durante el régimen de Franco (por poner un ejemplo especialmente recurrente) le hubieran explicado que los “valores universales esenciales” eran el respeto, la solidaridad, la obediencia a la ley, la tolerancia, la conciencia de libertad y sus limitaciones, la paz, la justicia, y el cumplimiento de las leyes internacionales? Seguramente hubiera desconfiado automáticamente de tales supuestos “valores universales esenciales”, y no sin cierta razón. El franquismo defendía el respeto, qué duda cabe, el respeto hacia los demás (salvo hacia los “enemigos de la nación”, se decía) y hacia las leyes. También tuvo entre sus valores fundamentales la solidaridad entre los pueblos de España; la obediencia a las leyes; la “conciencia” de libertad (¡que no la libertad!) y sobre todo de sus limitaciones; la paz (que es lo primero que se procuró de garantizar el caudillo a base de restringir esa “conciencia” de libertad de la que hablaba nuestro lector); la justicia (y el ajusticiamiento ocasional); así como el cumplimiento de las leyes internacionales. Todos estos valores fueron defendidos, sin duda, por Franco. A qué costa es otro tema, y no menor.
Me pregunto: ¿por qué no habla el autor de la misiva de la defensa de una libertad “sin sentimientos de conciencia”, es decir, de una libertad auténtica? Sencillo: porque el socialismo es más afecto a los límites de los derechos que al contenido positivo de los mismos, salvo cuando se ven obligados a recurrir a ellos. En tal caso no dudan en transgredir la ley so pretexto de las consabidas consignas de la ética, la injusticia, la conciencia intelectual o la paz universal. Y hacen bien, aunque no estoy tan seguro de que lo hagan bien. Por otro lado, ¿por qué hace tanto hincapié en la sumisión a la ley?, ¿por qué habla de la “obediencia a la ley” y luego del “cumplimiento de las leyes internacionales”? ¿Desde cuándo este celo por parte de la izquierda de acatar fielmente la ley? ¿Desde cuándo esta conveniencia en las bondades del “positivismo jurídico”? “Desde que las leyes son democráticas”, responde la progresía. El binomio “ley de Parlamento democrático/ley justa” y “ley de Parlamento no democrático/ ley injusta” es el parangón de todo el “razonamiento lógico” del socialismo, a pesar de consistir en un doble juego de premisa/consecuencia en el que aquella (la premisa mayor) es falsa en la medida en que no es siempre cierta. Detalles sin importancia para el “pensamiento único correcto”. Lástima que no aguante ni la envestida de una vaquilla de cartón.
A pesar de que la tolerancia, el respeto y la solidaridad son los “valores universales” que animan a este ofuscado lector, no se resiste a vaticinar que “por supuesto, se opondrán los mismos que siempre han obstaculizado el progreso y la modernización de España”. Lo cual pone una vez más de manifiesto la superioridad de los valores socialistas sobre los de esa gente reaccionaria a la que hay que reeducar por el bien de España… y del progreso.
04 agosto 2007
TODOTERRENOS SOVIÉTICOS. Política
Antes de irse de vacaciones, el Gobierno ha aprobado una batería de medidas medioambientales tan ambiciosa como, presumo, ineficaz. Ni he leído, ni pienso leer, todo este catálogo de bienintencionadas iniciativas. Resulta bastante sintomático que en una reciente entrevista en la que un periodista le apuntó a la Ministra de Medio Ambiente que España es el país europeo que más incumple el Protocolo de Kyoto, aquella sólo atinara a responder que “estamos en condiciones de cumplir con Kyoto”. Fórmula muy airosa, aunque poco convincente, de intentar enmascarar el fracaso de la eterna cháchara con la que el socialismo nos martillea los tímpanos día tras día.
Entre este arsenal de medidas contra el ecoapocapipsis me ha llamado espacialmente la atención la referida al gravamen sobre la matriculación de vehículos en función del “CO2” que emitan, es decir: cuanto más humo tire el aparato más cara le saldrá la matriculación al dueño, salvo que se trate de todoterrenos, motos acuáticas o quads, en cuyo caso el adquirente estará obligado a pagar el máximo de la tarifa prevista. ¿Qué ocurre, que estos tres tipos de vehículos contaminan más que un tractor o una furgoneta? No. La cuestión es que el Gobierno quiere presionar fiscalmente al que compre este tipo de artilugios sobre la base irrefutable de considerar que se trata de “caprichos para ricos”. Ésta, que fue mi primera impresión, se vio corroborada en la SER la misma noche que salió la noticia. Uno de los tertulianos (J.M. Brunet) defendía con convicción inquebrantable la medida del Ejecutivo, a lo que otro replicó: “Es cierto: uno puede tener un todoterreno para ir al campo o a la montaña, pero no es apropiado que vaya a trabajar al centro de una gran ciudad con él”, a lo que los demás asintieron como si aquello fuera lo que estaban intentando decir y no se atrevían. ¿Se dan cuenta? ¡La izquierda diciendo qué es conveniente y razonable hacer con las propias cosas! La SER sentando doctrina sobre qué tipo de coche tiene que comprarse cada cual, para qué y para cuándo. ¡Es el colmo! ¿Hasta qué punto puede llegar la sovietización del progresismo español? ¿Cuál va a ser la próxima recomendación de estos neomarxistas por el bien de la humanidad? ¿Cuándo se dará cuenta la izquierda que cada uno puede comprarse lo que quiera, en la cantidad que quiera y utilizarlo para lo que le venga en gana siempre que no contraríe la ley, la moral o el orden público?
Tras todo esta recalcitrante monserga marxista no está sino la eterna lucha de clases que tan viva se encarga de mantener el socialismo, y que en este caso no pasa de ser simple rencor de quienes no tienen un todoterreno o una moto de agua (con lo que les gustaría…) y los que pueden permitirse el “lujo” de comprarse uno de estos aparatos.
Entre este arsenal de medidas contra el ecoapocapipsis me ha llamado espacialmente la atención la referida al gravamen sobre la matriculación de vehículos en función del “CO2” que emitan, es decir: cuanto más humo tire el aparato más cara le saldrá la matriculación al dueño, salvo que se trate de todoterrenos, motos acuáticas o quads, en cuyo caso el adquirente estará obligado a pagar el máximo de la tarifa prevista. ¿Qué ocurre, que estos tres tipos de vehículos contaminan más que un tractor o una furgoneta? No. La cuestión es que el Gobierno quiere presionar fiscalmente al que compre este tipo de artilugios sobre la base irrefutable de considerar que se trata de “caprichos para ricos”. Ésta, que fue mi primera impresión, se vio corroborada en la SER la misma noche que salió la noticia. Uno de los tertulianos (J.M. Brunet) defendía con convicción inquebrantable la medida del Ejecutivo, a lo que otro replicó: “Es cierto: uno puede tener un todoterreno para ir al campo o a la montaña, pero no es apropiado que vaya a trabajar al centro de una gran ciudad con él”, a lo que los demás asintieron como si aquello fuera lo que estaban intentando decir y no se atrevían. ¿Se dan cuenta? ¡La izquierda diciendo qué es conveniente y razonable hacer con las propias cosas! La SER sentando doctrina sobre qué tipo de coche tiene que comprarse cada cual, para qué y para cuándo. ¡Es el colmo! ¿Hasta qué punto puede llegar la sovietización del progresismo español? ¿Cuál va a ser la próxima recomendación de estos neomarxistas por el bien de la humanidad? ¿Cuándo se dará cuenta la izquierda que cada uno puede comprarse lo que quiera, en la cantidad que quiera y utilizarlo para lo que le venga en gana siempre que no contraríe la ley, la moral o el orden público?
Tras todo esta recalcitrante monserga marxista no está sino la eterna lucha de clases que tan viva se encarga de mantener el socialismo, y que en este caso no pasa de ser simple rencor de quienes no tienen un todoterreno o una moto de agua (con lo que les gustaría…) y los que pueden permitirse el “lujo” de comprarse uno de estos aparatos.
28 julio 2007
PROYECTO DE VIDA LACRIMÓGENO. Política
Tras su jura del cargo como nueva Ministra de la Vivienda, Carmen Chacón formuló una declaración de principios sobre lo que (supuestamente) va a ser su actividad al frente de este departamento. “Quiero que el precio de la vivienda –dijo- no trunque un solo proyecto de vida personal”. Ohhh, qué bonito. Para celebrar tan egregio nombramiento, Las mañanas de Concha García Campoy (programa y canal amigo) invitaron a la ex vicepresidenta del Congreso de los Diputados al plató propiciando con ello que los telespectadores llamaran, y la agasajaran con los más reverendos parabienes; como así fue. Los periodistas habituales de la tertulia política de la Campoy se limitaron a ponerle las preguntas en la boca y a esperar que la Ministra chutase a gol a portería vacía. Entre las respuestas de aquella se deslizó esa expresión que tanto gusta a nuestra progresía de “la liberalización salvaje” del precio del suelo que propició el PP, claro, y que ahora ellos vienen a enmendar. “Liberalismo salvaje” versus “derecho a exigir” una vivienda digna (en propiedad, se entiende). Con este tipo de cosas voy entendiendo por qué el socialismo cuenta con el favor de la mayoría de las not thinking heads de nuestro país. ¿Qué le puede objetar un chaval de 22 años a este eslogan? Nada, absolutamente nada. Al contrario, nadie, ni el desavisado mozalbete al comienzo de la veintena ni el cincuentón “progre de toda la vida” pueden presentar el más mínimo reparo contra ello. Es más, ni siquiera yo, que no ocupo ninguna de estas dos categorías, sería capaz de objetarle nada a este eslogan. Otra cosa son las incoherencias sobre el fondo del asunto.
La primera de ellas podríamos centrarla en esta lacrimógena consigna del “proyecto vital”, otra gansada más de la factoría de propaganda socialista. Convengamos en algo: todo el mundo quiere una vivienda en propiedad. Y a la inversa: nadie está dispuesto a soportar el coste de un alquiler durante muchos años salvo que no le quede otra alternativa. En cualquier caso, tanto la compra como el alquiler de un piso requieren de la figura del vendedor o del arrendador, esos demoníacos personajes que especulan y especulan y no paran de especular con el precio de venta o con el precio del arriendo. Pregunta: ¿qué imperium tiene sobre estos individuos el Ministerio de la Vivienda? Respuesta: ninguna. O sea, lo que quiere o pretenda la señá Chacón y lo que vaya a suceder en la realidad son verdades disyuntivas.
En el caso que alguien pretenda adquirir un piso evaluará previamente si le conviene el precio y las demás condiciones de la compra. El que, por el contrario, no desee comprarlo sino que prefiera alquilarlo no tendrá tanto problema a la hora de decidirse. Sin embargo, en la mayoría de los casos, como ya sabemos, el inicial arrendatario suele convertirse antes o después (y mejor antes que después) en adquirente de la finca. Esto, que a la Ministra le puede gustar o no, es así, y ella no lo va a cambiar. No lo puede cambiar.
Descartada la opción del alquiler como forma de actuar en general, la compra es el mecanismo más requerido por cualquier persona a la hora de buscar un sitio donde desarrollar su “proyecto vital”. En este sentido, uno de los aspectos que suele obviar groseramente el socialismo es la libertad de cada cual para decidir qué le resulta más conveniente a sí mismo, y no lo que la Ministra dice que “sería bueno hacer”. Tampoco puede desconocer Carmen Chacón que, al mismo tiempo que todo el mundo quiere comprarse un piso y que éste, según ella, tiene un precio “salvaje”, la gente, en fin, decide comprarlo. Lo cual implica necesariamente dos cosas que el socialismo pretende asimismo ignorar: primero, que comprarse una vivienda no es obligatrorio, sino que es el fruto de una decisión personal en la que, por “salvaje” que sea el precio, nadie es constreñido a ello; y segundo, que inmediatamente uno adquiere una vivienda en propiedad se introduce de lleno en la cloaca (“salvaje”) del mercado inmobiliario, pero no como un pobre e indefenso comprador sino como un asqueroso especulador potencial sin escrúpulos; porque, usted me dirá, si el que adquiere un piso hoy lo va a vender mañana por su “precio justo” o si, por el contrario, intentará sacarle el mayor beneficio posible cuando decida trasladarse a otro distinto. ¡Qué horror, el pobrecito ciudadano de a pie, el humilde trabajador, convertido en terrateniente, en un propietario con los dientes de acero persiguiendo el mayor beneficio para sí! ¡Qué egoísmo, qué vergüenza! A ningún socialista se le ocurriría comprarse un piso y revenderlo, ¡jamás!
Eso sí, advirtió la señá Chacón que “la necesidad de acceder de manera adecuada [¿?] a una vivienda excede por completo a los colores políticos y a las opciones partidistas”, para inmediatamente después reclamar “que todos arrimen el hombro con el mismo objetivo”. Lo cual no viene a significar otra cosa que admitir que ella carece de toda competencia tanto intelectual como orgánica para intervenir en el mercado de la vivienda para que nadie (¡nadie!) pueda ver frustrado su “proyecto de vida personal”. Ohhhhhhh, qué bonito. Snif, snif.
La primera de ellas podríamos centrarla en esta lacrimógena consigna del “proyecto vital”, otra gansada más de la factoría de propaganda socialista. Convengamos en algo: todo el mundo quiere una vivienda en propiedad. Y a la inversa: nadie está dispuesto a soportar el coste de un alquiler durante muchos años salvo que no le quede otra alternativa. En cualquier caso, tanto la compra como el alquiler de un piso requieren de la figura del vendedor o del arrendador, esos demoníacos personajes que especulan y especulan y no paran de especular con el precio de venta o con el precio del arriendo. Pregunta: ¿qué imperium tiene sobre estos individuos el Ministerio de la Vivienda? Respuesta: ninguna. O sea, lo que quiere o pretenda la señá Chacón y lo que vaya a suceder en la realidad son verdades disyuntivas.
En el caso que alguien pretenda adquirir un piso evaluará previamente si le conviene el precio y las demás condiciones de la compra. El que, por el contrario, no desee comprarlo sino que prefiera alquilarlo no tendrá tanto problema a la hora de decidirse. Sin embargo, en la mayoría de los casos, como ya sabemos, el inicial arrendatario suele convertirse antes o después (y mejor antes que después) en adquirente de la finca. Esto, que a la Ministra le puede gustar o no, es así, y ella no lo va a cambiar. No lo puede cambiar.
Descartada la opción del alquiler como forma de actuar en general, la compra es el mecanismo más requerido por cualquier persona a la hora de buscar un sitio donde desarrollar su “proyecto vital”. En este sentido, uno de los aspectos que suele obviar groseramente el socialismo es la libertad de cada cual para decidir qué le resulta más conveniente a sí mismo, y no lo que la Ministra dice que “sería bueno hacer”. Tampoco puede desconocer Carmen Chacón que, al mismo tiempo que todo el mundo quiere comprarse un piso y que éste, según ella, tiene un precio “salvaje”, la gente, en fin, decide comprarlo. Lo cual implica necesariamente dos cosas que el socialismo pretende asimismo ignorar: primero, que comprarse una vivienda no es obligatrorio, sino que es el fruto de una decisión personal en la que, por “salvaje” que sea el precio, nadie es constreñido a ello; y segundo, que inmediatamente uno adquiere una vivienda en propiedad se introduce de lleno en la cloaca (“salvaje”) del mercado inmobiliario, pero no como un pobre e indefenso comprador sino como un asqueroso especulador potencial sin escrúpulos; porque, usted me dirá, si el que adquiere un piso hoy lo va a vender mañana por su “precio justo” o si, por el contrario, intentará sacarle el mayor beneficio posible cuando decida trasladarse a otro distinto. ¡Qué horror, el pobrecito ciudadano de a pie, el humilde trabajador, convertido en terrateniente, en un propietario con los dientes de acero persiguiendo el mayor beneficio para sí! ¡Qué egoísmo, qué vergüenza! A ningún socialista se le ocurriría comprarse un piso y revenderlo, ¡jamás!
Eso sí, advirtió la señá Chacón que “la necesidad de acceder de manera adecuada [¿?] a una vivienda excede por completo a los colores políticos y a las opciones partidistas”, para inmediatamente después reclamar “que todos arrimen el hombro con el mismo objetivo”. Lo cual no viene a significar otra cosa que admitir que ella carece de toda competencia tanto intelectual como orgánica para intervenir en el mercado de la vivienda para que nadie (¡nadie!) pueda ver frustrado su “proyecto de vida personal”. Ohhhhhhh, qué bonito. Snif, snif.
21 julio 2007
“NEW REDS” DE CONSIGNA. Política
El socialismo circulante me resulta patético y sus nuevas generaciones aún más. Uno quizás espera que, aunque los jefes de los burós del Partido sean unos verdaderos merluzos, sus jóvenes vengan con otro tipo de ideas aunque sólo sea para evitar que el discurso se les pudra. Pero no. Las nuevas generaciones del Partido (del PSOE, claro, ¿acaso hay otro?) acaban de lanzar un video promocional, hecho con toda la buena intención del mundo (faltaría más), en el que se representan a sí mismos como unos jugadores de rugby un tanto cabestros, en el que su único objetivo es aplastar y destruir, en sentido estricto, al PP, que, según ellos mismos, son la regresión, la desigualdad y la crispación. Hasta ahí nada nuevo. Llama la atención que con todo lo antiamericanos y pacifistas que son en el Partido, se autodenominen “new reds” (en el idioma del enemigo!) y utilicen una alegoría tan belicosa. Qué triste.
Ante la polvareda que ha levantado el spot, ningún “responsable” del Partido ha podido decir nada medianamente convincente. Por el contrario, un “irresponsable” de estos “nuevos rojos” (hay que ser merluzo…!) dio la cara el otro día en forma de entrevista. Se trata de un tal Sergio Gutierrez, un panfilorro de matrícula y candidato único a la secretaría general de las juventudes marxistas del Partido, que se limitó a desgranar en El Mundo el lote completo de las consignas más trilladas del Partido. En la entrevista, que apenas supera la docena de preguntas, aparecen las siguientes expresiones; atención: “el PP crispa”, “el patriotismo del PP es un patriotismo de hojalata”, “somos republicanos cívicos”, “el PSOE ha cumplido con la palabra dada”, “tenemos un discurso cercano y real”, “el PP no tiene alternativa”, “el PP tiene un discurso antiguo” (en qué quedamos: ¿tiene o no tiene discurso?), “el PP es desleal”, “el PP ha utilizado el terrorismo como bandera de su discurso”, etc. Uff, no escuchaba tantas consignas desde un mitin de Pepiño Blanco hace un par de años (amén de que están más pasadas que el peeling de la Marquesa del Vogue (María Teresa, digo). 25 años tiene esta alhaja aspirante a vivir del Partido hasta que le alcance para cobrar la pensión perpetua de los políticos. Cómo se puede ser tan inepto!
El resto de la interviú no tiene desperdicio. “Somos patriotas y republicanos –dice la lumbrera-, pero dentro del republicanismo cívico (sic), situando al ciudadano como centro de la acción política y no como un sujeto pasivo de la misma”. Lo del “republicanismo cívico” es una memez a la altura de su ideólogo (el tal Pettit) y de aquellos que le besan los pies (con ZP a la cabeza). ¡¿Qué tiene que ver la República con el civismo?! Lo mismo que el catolicismo con la ecología, supongo. Qué diríamos si los seguidores del PP sostuvieran “defendemos el catolicismo ecológico”. ¡¿Qué tiene que ver la religión con la ecología?! Me asombra que haya gente que comulgue con este tipo de estupideces y ¡encima se las crea! Pero lo que no tiene ni pies ni cabeza (como nuestro protagonista, a la “luz” de su discurso) es eso de que “hay que conseguir que el salario mínimo de los jóvenes sea, por lo menos, de 1000 euros”. Me recuerda a cuando, de pequeños, les preguntábamos a los padres “¿por qué no hace más billetes el Banco de España?”. No recuerdo haber encontrado entonces respuesta satisfactoria. Luego sí. Para el que no sepa el por qué, permítaseme formular las siguientes consideraciones:
1º. ¿Por qué en vez de 1000 euros no son 2000 ó 3000? Ya puestos, una de las críticas que suelen hacerse a los salarios de los jóvenes es que son demasiado bajos: mileuristas los llaman. Lo interesante sería que los jóvenes dejaran de ser mileuristas, ¿no? Por ejemplo, dosmileuristas o tresmileuristas. Sería fantástico. También lo sería si el Banco de España imprimiera más billetes y me los diera a mí…
2º. ¿Por qué discriminar positivamente a los jóvenes y no a otras categorías sociales especialmente sensibles como los jubilados, los desempleados, los minusválidos, los que tengan niños gemelos o los miopes? Ea!, 1000 euros para todos ellos. O mejor, 2000, o mejor aún 3000! Viva el socialismo!
3º. Si todos los jóvenes ganaran 1000 pavos, los alquileres y las hipotecas subirían inmediatamente de 500 euros a 600, y de 700 a 850, respectivamente. Guau! Qué barbaridad. No-pu-e-de-ser; Nooooo!
Como habrá podido comprobar el lector audaz, estas tres consideraciones tienen algo en común: lo que es de todos por igual no es de nadie. O dicho de otra forma, si todos fuéramos igual de ricos, seríamos exactamente igual de pobres. Nada haríamos con añadirle dos ceros a todas y cada una de las cuentas corrientes de los ciudadanos de este país, porque todo quedaría igual que al principio. He comentado en varias ocasiones “el enigmático caso del progre rico”, uno de los misterios más inquietantes de nuestra izquierda sobaquera. Este es el mismo caso. Estoy aburrido de suponer (con todo el fundamento del mundo) que Iñaki Gabilondo, Teresa Campos, Concha García Campoy o Chuchi Vázquez no tendrían inconveniente alguno en el Gobierno decretase mañana que todos ganemos lo mismo que estos cuatro individuos/as (lo de “/as” es por Jesús Vázquez, se entiende). Yo estaría encantado… Bueno, no, porque ya no seríamos todos tan ricos como ellos, sino tan pobres como los ciudadanos de los regímenes comunistas que tanto alaban estas 4 promesas del progresismo.
En fin, que entre los “new reds” y los “old carqui reds de balconcillo” yo ya no sé si aquí está tocristo como una maraca, o si la inteligencia es artículo de lujo en este rincón del mundo…
Ante la polvareda que ha levantado el spot, ningún “responsable” del Partido ha podido decir nada medianamente convincente. Por el contrario, un “irresponsable” de estos “nuevos rojos” (hay que ser merluzo…!) dio la cara el otro día en forma de entrevista. Se trata de un tal Sergio Gutierrez, un panfilorro de matrícula y candidato único a la secretaría general de las juventudes marxistas del Partido, que se limitó a desgranar en El Mundo el lote completo de las consignas más trilladas del Partido. En la entrevista, que apenas supera la docena de preguntas, aparecen las siguientes expresiones; atención: “el PP crispa”, “el patriotismo del PP es un patriotismo de hojalata”, “somos republicanos cívicos”, “el PSOE ha cumplido con la palabra dada”, “tenemos un discurso cercano y real”, “el PP no tiene alternativa”, “el PP tiene un discurso antiguo” (en qué quedamos: ¿tiene o no tiene discurso?), “el PP es desleal”, “el PP ha utilizado el terrorismo como bandera de su discurso”, etc. Uff, no escuchaba tantas consignas desde un mitin de Pepiño Blanco hace un par de años (amén de que están más pasadas que el peeling de la Marquesa del Vogue (María Teresa, digo). 25 años tiene esta alhaja aspirante a vivir del Partido hasta que le alcance para cobrar la pensión perpetua de los políticos. Cómo se puede ser tan inepto!
El resto de la interviú no tiene desperdicio. “Somos patriotas y republicanos –dice la lumbrera-, pero dentro del republicanismo cívico (sic), situando al ciudadano como centro de la acción política y no como un sujeto pasivo de la misma”. Lo del “republicanismo cívico” es una memez a la altura de su ideólogo (el tal Pettit) y de aquellos que le besan los pies (con ZP a la cabeza). ¡¿Qué tiene que ver la República con el civismo?! Lo mismo que el catolicismo con la ecología, supongo. Qué diríamos si los seguidores del PP sostuvieran “defendemos el catolicismo ecológico”. ¡¿Qué tiene que ver la religión con la ecología?! Me asombra que haya gente que comulgue con este tipo de estupideces y ¡encima se las crea! Pero lo que no tiene ni pies ni cabeza (como nuestro protagonista, a la “luz” de su discurso) es eso de que “hay que conseguir que el salario mínimo de los jóvenes sea, por lo menos, de 1000 euros”. Me recuerda a cuando, de pequeños, les preguntábamos a los padres “¿por qué no hace más billetes el Banco de España?”. No recuerdo haber encontrado entonces respuesta satisfactoria. Luego sí. Para el que no sepa el por qué, permítaseme formular las siguientes consideraciones:
1º. ¿Por qué en vez de 1000 euros no son 2000 ó 3000? Ya puestos, una de las críticas que suelen hacerse a los salarios de los jóvenes es que son demasiado bajos: mileuristas los llaman. Lo interesante sería que los jóvenes dejaran de ser mileuristas, ¿no? Por ejemplo, dosmileuristas o tresmileuristas. Sería fantástico. También lo sería si el Banco de España imprimiera más billetes y me los diera a mí…
2º. ¿Por qué discriminar positivamente a los jóvenes y no a otras categorías sociales especialmente sensibles como los jubilados, los desempleados, los minusválidos, los que tengan niños gemelos o los miopes? Ea!, 1000 euros para todos ellos. O mejor, 2000, o mejor aún 3000! Viva el socialismo!
3º. Si todos los jóvenes ganaran 1000 pavos, los alquileres y las hipotecas subirían inmediatamente de 500 euros a 600, y de 700 a 850, respectivamente. Guau! Qué barbaridad. No-pu-e-de-ser; Nooooo!
Como habrá podido comprobar el lector audaz, estas tres consideraciones tienen algo en común: lo que es de todos por igual no es de nadie. O dicho de otra forma, si todos fuéramos igual de ricos, seríamos exactamente igual de pobres. Nada haríamos con añadirle dos ceros a todas y cada una de las cuentas corrientes de los ciudadanos de este país, porque todo quedaría igual que al principio. He comentado en varias ocasiones “el enigmático caso del progre rico”, uno de los misterios más inquietantes de nuestra izquierda sobaquera. Este es el mismo caso. Estoy aburrido de suponer (con todo el fundamento del mundo) que Iñaki Gabilondo, Teresa Campos, Concha García Campoy o Chuchi Vázquez no tendrían inconveniente alguno en el Gobierno decretase mañana que todos ganemos lo mismo que estos cuatro individuos/as (lo de “/as” es por Jesús Vázquez, se entiende). Yo estaría encantado… Bueno, no, porque ya no seríamos todos tan ricos como ellos, sino tan pobres como los ciudadanos de los regímenes comunistas que tanto alaban estas 4 promesas del progresismo.
En fin, que entre los “new reds” y los “old carqui reds de balconcillo” yo ya no sé si aquí está tocristo como una maraca, o si la inteligencia es artículo de lujo en este rincón del mundo…
18 julio 2007
CORREA Y EL CAPITALISMO. Política
Rafael Correa es el presidente de Ecuador y uno de los alumnos aventajados del gorila rojo de Caracas que en sus aún pocos meses de mandato ha hecho gala de su talante deshaciéndose de la disidencia mediática y política a mayor velocidad, si cabe, que la de su tutor venezolano. Para el que no conozca al sujeto, baste decir que entre sus dogmas de cabecera se encuentran dos: el antiamericanismo, por un lado, y el anticapitalismo, por otro. En cuanto a lo primero me remito al excelente (cómo no) libro de Jean-François Revel, “La obsesión antiamericana” reciente editado por Tendencias (2007) sobre el que nada tengo que añadir, salvo loas. Pero en cuanto al anticapitalismo sí me gustaría apuntar algunas cosas.
El anticapitalismo, por empezar por la base, es una de las doctrinas más peligrosas de la actualidad. Y lo es por una razón tan sencilla como irrefutable: porque la Historia lo ha demostrado durante las últimas décadas. Uno puede seguir pensando que los bancos, la economía de mercado, y la libre y segura competencia son las causas de todos los males de la humanidad. Ahora bien, como explica magistralmente Revel, los países más míseros de los últimos 50 años son, precisamente, aquellos en los que ni la banca ha podido actuar conforme a los principios de la economía de mercado real, ni donde la libre y eficaz competencia ha existido remotamente.
Una de las medidas centrales del mandato de Correa es el de la Ley de Justicia Financiera. El nombre lo dice todo: consiste en sustraerles a los bancos la liquidez para que ésta sea administrada (con justicia, claro está) por una Junta bancaria, dirigida (claro está también) por él mismo, por el Presidente. Comunismo puro (y “duro”, como les gusta decir últimamente a la progresía afecta). Se trata de una de esas medidas calamitosas a través de las cuales los fondos bancarios (expropiados de facto sin justiprecio!) irán a parar a los miembros del régimen y allegados. No se piense con ésto que la causa del cataclismo de toda centralización financiera es la corrupción de la clase dirigente (que también), sino la imposibilidad absoluta de determinar a dónde tienen que ir a parar los recursos ajenos y la esclerosis económica que ello produce de forma inmediata.
El colmo del cinismo más trágico y mendaz llega cuando el propio presidente ecuatoriano arenga nada más apearse del avión en Barajas a los ecuatorianos que le dieron la bienvenida: “Ustedes son personas (sic), dramas humanos. Ecuador no lo mantienen los ricos ni los banqueros; ecuador lo mantienen ustedes, los pobres, los emigrantes”. Qué catarata de barbaridades! Veamos. En efecto, a España, a diferencia de Ecuador, no la sostienen los pobres (por definición, lo pobres no se sostienen ni a sí mismos, por eso les tienen que sostener otros: los demás); a España la sostienen los ricos y los banqueros, para los que trabajamos los demás y de cuyo éxito participamos! Por eso los ecuatorianos tienen un puesto de trabajo en España, porque son los ricos y los banqueros (como dice Correa) los que crean esos puestos de trabajo en los que “los pobres del Ecuador” no lo son en absoluto en España. Al contrario, les da para vivir y para enviar a sus familias una parte de sus ingresos, equivalentes al doble de un buen salario en Ecuador. Gracias a los asquerosos constructores del “ladrillazo” (…no puedo con esta expresión, de verdad…) y a los repugnantes “ricachos” de esos centros comerciales que tanto critica Saramago (“la caverna” los llama…), gracias a toda esta gentuza, y no gracias a las decisiones centralizadas de nuestro Gobierno, es a lo que los “pobres de Ecuador”, esos “dramas humanos en Ecuador”, son en España trabajadores de la misma condición que los nosotros, los españoles, nefastos apologetas de este “capitalismo salvaje” (cómo no) al que tienen que emigrar todos esos compatriotas de Rafael Correa a los que el socialismo, el anticapitalismo y la corrupción han convertido en esos “dramas humanos” a los que se refiere este mequetrefe, y a los que España está permitiendo que se beneficien de su “capitalismo” para mantenerlos a ellos y al mismísimo Ecuador, como él mismo admite. Paradojas de la vida: un régimen anticapitalista sostenido por otro capitalista.
El anticapitalismo, por empezar por la base, es una de las doctrinas más peligrosas de la actualidad. Y lo es por una razón tan sencilla como irrefutable: porque la Historia lo ha demostrado durante las últimas décadas. Uno puede seguir pensando que los bancos, la economía de mercado, y la libre y segura competencia son las causas de todos los males de la humanidad. Ahora bien, como explica magistralmente Revel, los países más míseros de los últimos 50 años son, precisamente, aquellos en los que ni la banca ha podido actuar conforme a los principios de la economía de mercado real, ni donde la libre y eficaz competencia ha existido remotamente.
Una de las medidas centrales del mandato de Correa es el de la Ley de Justicia Financiera. El nombre lo dice todo: consiste en sustraerles a los bancos la liquidez para que ésta sea administrada (con justicia, claro está) por una Junta bancaria, dirigida (claro está también) por él mismo, por el Presidente. Comunismo puro (y “duro”, como les gusta decir últimamente a la progresía afecta). Se trata de una de esas medidas calamitosas a través de las cuales los fondos bancarios (expropiados de facto sin justiprecio!) irán a parar a los miembros del régimen y allegados. No se piense con ésto que la causa del cataclismo de toda centralización financiera es la corrupción de la clase dirigente (que también), sino la imposibilidad absoluta de determinar a dónde tienen que ir a parar los recursos ajenos y la esclerosis económica que ello produce de forma inmediata.
El colmo del cinismo más trágico y mendaz llega cuando el propio presidente ecuatoriano arenga nada más apearse del avión en Barajas a los ecuatorianos que le dieron la bienvenida: “Ustedes son personas (sic), dramas humanos. Ecuador no lo mantienen los ricos ni los banqueros; ecuador lo mantienen ustedes, los pobres, los emigrantes”. Qué catarata de barbaridades! Veamos. En efecto, a España, a diferencia de Ecuador, no la sostienen los pobres (por definición, lo pobres no se sostienen ni a sí mismos, por eso les tienen que sostener otros: los demás); a España la sostienen los ricos y los banqueros, para los que trabajamos los demás y de cuyo éxito participamos! Por eso los ecuatorianos tienen un puesto de trabajo en España, porque son los ricos y los banqueros (como dice Correa) los que crean esos puestos de trabajo en los que “los pobres del Ecuador” no lo son en absoluto en España. Al contrario, les da para vivir y para enviar a sus familias una parte de sus ingresos, equivalentes al doble de un buen salario en Ecuador. Gracias a los asquerosos constructores del “ladrillazo” (…no puedo con esta expresión, de verdad…) y a los repugnantes “ricachos” de esos centros comerciales que tanto critica Saramago (“la caverna” los llama…), gracias a toda esta gentuza, y no gracias a las decisiones centralizadas de nuestro Gobierno, es a lo que los “pobres de Ecuador”, esos “dramas humanos en Ecuador”, son en España trabajadores de la misma condición que los nosotros, los españoles, nefastos apologetas de este “capitalismo salvaje” (cómo no) al que tienen que emigrar todos esos compatriotas de Rafael Correa a los que el socialismo, el anticapitalismo y la corrupción han convertido en esos “dramas humanos” a los que se refiere este mequetrefe, y a los que España está permitiendo que se beneficien de su “capitalismo” para mantenerlos a ellos y al mismísimo Ecuador, como él mismo admite. Paradojas de la vida: un régimen anticapitalista sostenido por otro capitalista.
16 julio 2007
SUBO LA APUESTA. Política
Me contaba el otro día un familiar (profesor de bachillerato, para más señas) un caso que le tocó padecer a uno de sus compañeros. Resulta que un padre de familia gitano decidió acudir a visitar al jefe de estudios de centro escolar de sus hijos para exigirle que le proporcionasen los libros de texto. Ante la sorpresa del docente, éste respondió: “pero si ya se ha ingresado la beca de 100 euros por hijo de este año”; a lo que el indignado patriarca gitano replicó sin vacilar: “sí, pero ya me los he gastado!”. El jefe de estudios, como es natural, le recordó que ese dinero que él “ya se había gastado” es un dinero que le pagamos todos y que su responsabilidad es la de invertirlo en la compra de los manuales para los críos. El gitano, que venía con ganas, le echó un chorreo al responsable del colegio de órdago: “¡¡¿me va a decir usted -espetó- qué tengo que hacer yo con mi dinero?!!”. Y tenía razón el gitano. El dinero era suyo y podía hacer con él lo que quisiera: comprarle los libros a los niños, irse al bingo, o ponerse el canal satélite digital. Es cierto que el receptor de estas “ayudas para libros” es responsable de que sus hijos tengan los libros que determine la escuela, pero asimismo lo son aquellos que no perciben esa cantidad.
La anécdota me vino ayer a la cabeza tras leer un artículo de Fernando Cortés que publicaba ABC titulado “El PSOE regala teles de plasma”. Por lo visto, 2.500 euros es lo que vienen a costar estos aparatos. E igual que el columnista de ABC, que presume que este dinero lo invertirán los papás en estos caprichos, servidor se adhiere a tal presunción por una sencilla razón, a saber: por la forma de pago de este “pan” natalicio. No es un aspecto secundario el de la forma de pago de los 2.5000 pavos, en absoluto. Al contrario. Me parece espléndido que las cosas se regalen: ya sean 2.500 por hijo; ya sean las 3 primeras anualidades de la hipoteca (cosa que no sucede pero que podría suceder); o ya fuera la habitación de una pensión para practicar el ayuntamiento uxorio de aquellos que no tengan dónde regocijarse en el disfrute recíproco de sus cualidades sexuales (que diría Kant). Todo gratis!
La oferta de ZP a favor de los próximos neonatos es una verdadera populachada, más propia del programa Aló Presidente que del responsable de un Gobierno medianamente sensato. ¿Justificada? Sí, pero insisto, tan fundada como esas otras ayudas a las que me acabo de referir. O dicho de otra manera: siempre es mejor que te regalen 2.500 euros a que no te den nada. ¿Planificada? No, en absoluto. Si lo que se pretende es fomentar la natalidad (cosa que no se fomenta con esta limosna), el incentivo debería ser de muchísimo mayor calado y ambición. Una entidad bancaria no puede pretender captar capitales ofreciendo a los nuevos clientes un llavero el día de la firma del contrato y un interés del 2% durante el resto del depósito. De modo que los 2.500 euros no suponen en modo alguno una medida de fomento de la procreación sino más bien un "premio" a los procreadores. Algo así como el 10% de descuento de los libros comprados durante la feria del libro. Pero lo más nefasto de todo no es que la dádiva gubernamental pudiera invertirse en mejores ocurrencias (como la gratuidad de las guarderías, eso sí supone una ayuda real!) sino ¡que se abone mediante cheque!
Vamos, el caso del gitano. Un caso que, a fin de cuentas, no es más que una de las mil variantes de nuestra célebre picaresca nacional.
La anécdota me vino ayer a la cabeza tras leer un artículo de Fernando Cortés que publicaba ABC titulado “El PSOE regala teles de plasma”. Por lo visto, 2.500 euros es lo que vienen a costar estos aparatos. E igual que el columnista de ABC, que presume que este dinero lo invertirán los papás en estos caprichos, servidor se adhiere a tal presunción por una sencilla razón, a saber: por la forma de pago de este “pan” natalicio. No es un aspecto secundario el de la forma de pago de los 2.5000 pavos, en absoluto. Al contrario. Me parece espléndido que las cosas se regalen: ya sean 2.500 por hijo; ya sean las 3 primeras anualidades de la hipoteca (cosa que no sucede pero que podría suceder); o ya fuera la habitación de una pensión para practicar el ayuntamiento uxorio de aquellos que no tengan dónde regocijarse en el disfrute recíproco de sus cualidades sexuales (que diría Kant). Todo gratis!
La oferta de ZP a favor de los próximos neonatos es una verdadera populachada, más propia del programa Aló Presidente que del responsable de un Gobierno medianamente sensato. ¿Justificada? Sí, pero insisto, tan fundada como esas otras ayudas a las que me acabo de referir. O dicho de otra manera: siempre es mejor que te regalen 2.500 euros a que no te den nada. ¿Planificada? No, en absoluto. Si lo que se pretende es fomentar la natalidad (cosa que no se fomenta con esta limosna), el incentivo debería ser de muchísimo mayor calado y ambición. Una entidad bancaria no puede pretender captar capitales ofreciendo a los nuevos clientes un llavero el día de la firma del contrato y un interés del 2% durante el resto del depósito. De modo que los 2.500 euros no suponen en modo alguno una medida de fomento de la procreación sino más bien un "premio" a los procreadores. Algo así como el 10% de descuento de los libros comprados durante la feria del libro. Pero lo más nefasto de todo no es que la dádiva gubernamental pudiera invertirse en mejores ocurrencias (como la gratuidad de las guarderías, eso sí supone una ayuda real!) sino ¡que se abone mediante cheque!
Vamos, el caso del gitano. Un caso que, a fin de cuentas, no es más que una de las mil variantes de nuestra célebre picaresca nacional.
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