09 noviembre 2005

LIBERTAD DE EXPRESIÓN. Política

Confieso que los editoriales de El País los leo de reojo por aquello de evitarme sustos o malas impresiones. Es desagradabilísimo estar concentrado en la lectura y de repente, zas: morcilla doctrinal. Por cierto, qué mal redacta Cebrián, o quien quiera que sea el editorialista. Pensar que está en la Academia (anatema!!) y que Jaime Campmany no lo estuvo, le dan ganas a uno de arrancarse todas y cada una de las células grises que se supone que tenemos en el encéfalo. Pero a lo que voy.

La cosa es que el TS ha sentenciado que Otegui ofendió al Rey cuando le llamó “jefe de los torturadores”. El País, en su editorial del sábado dice literalmente: “existe una regla básica en democracia (¿?) que no habría que olvidar: la libertad de expresión se amplia sensiblemente cuando tiene por objeto las instituciones (sic; si ya lo digo, la redacción no cumple ni con las preposiciones), carentes del atributo del honor propio de la persona. Por otro lado –añade-, la condición pública del agraviado, así como la máxima dignidad que resulta de ella (¿?), implica, a su vez, un grado máximo (repite adjetivo, qué horror) de sometimiento a la crítica política”. Casi nada la línea editorial de Polanco. Joder con los progres. Como ya no saben qué inventarse para dar la nota (antes era el jazz, o Kandinsky) ahora se emplean en el republicanismo, que ninguno de ellos ha sabido lo que era antes de que lo pusiera de moda este inconsciente de presidente que tiene España.

Qué bien, ahora puedo decir lo que me salga del níspero (homenaje a don Jaime), porque como una de las reglas básicas de la democracia es… Qué sabrán los de El País sobre las “reglas básicas en democracia”, y en concreto de qué autoridad se sentirán investidos para proclamarlas en sus páginas. En fin.

La doctrina del periódico del progresismo de balconcillo patrio afortunadamente dista bastante de la del Tribunal Supremo, porque de otro modo, y siguiendo la tesis del analfabeto funcional (esto de democracia, ¿no?) editorialista paisano, el mundo sería un insulto en sí. Todos pensamos barbaridades de mucha otra gente, es cierto, pero procuramos no decírselas a la cara para no enfangar las relaciones sociales. El Tribunal Constitucional declaró ya en los años ´80 (cuando su doctrina no es que fuera magnífica sino excelsa) la no admisibilidad de la exceptio veritatis, es decir, proferir a otro un insulto aunque sea cierto, esto es: aunque uno sea hijo de una señora de la calle, no se le puede llamar “hijoputa”. Una cosa es la verdad y otra es la conveniencia social. Es decir, una cosa es la realidad y otra la necesidad de mantener unas relaciones civilizadas entre la gente. Cuidado, no quiero decir con esto que el “hijoputa” de Otegui tenga razón cuando dijo lo que dijo, al contrario, es una bellaquería inaceptable. Uno puede ser republicano y decir que el Rey debe claudicar, y otra muy distinta es decir que Maragall y Carod son unos “hijosdelagranputa” por ser unos nacionalistas separatistas que tratan a España como a una puñetera mierda. No, eso no. No diré yo que estos dos son eso, más que nada por educación, y porque aunque piense que lo son, el Tribunal Constitucional me impide que amparándome en la verdad pueda esputarla, a pesar de que Cebrián me lo permita.

De todas formas, menos mal que leo de vez en cuando El País, porque si no…aún estaría yo calificando a ZP de “poco avispado”; ahora ya no, ahora ya puedo decir lo que es: un imbécil, un memo, un irresponsable, un cretino, el jefe del pacto de Perpiñán, el caudillo de la disolución constitucional de España, el lameculos del nacionalismo catalán o el torturador del resto de los españoles. Lo dice Polanco: la condición pública del agraviado, así como la máxima dignidad que resulta de ella, implica, a su vez, un grado máximo de sometimiento a la crítica política. Qué alivio.

A partir de mañana diré aquí mismo lo que he evitado decir siempre de ciertos personajes. Se trata de una regla básica en democracia, ¿o no es así?

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