10 agosto 2005

SUBMARINO DESTINO SALAMANCA. Sociedad

Escuchando recientemente este asunto del rescate de un batiscafo ruso varado en las profundidades del mar, me ha venido a la memoria un caso similar que tuvo lugar hace pocos años. El submarino “Kursk” encalló en las proximidades círculo polar ártico y tras unos días sin que pudieran rescatar a sus tripulantes, todos ellos murieron. A pesar de la tragedia, la RENFE se encargó de reflotar el viejo torpedero soviético y ponerlo a circular por la geografía española. Para ello se le amputó el periscopio y se le incorporaron las ruedas reglamentarias para caminar por raíles. Y es hoy cuando este objeto ferroviario no identificado -aunque con la trade mark de Talgo en su lomo- cubre el trayecto Barcelona-Hendaya y Barcelona-Salamanca (por lo que yo sé), casi nada.

La verdad es que el vehículo es una auténtica joya, ya quisiera el mismísimo AVE presumir de la mitad de sus adelantos y comodidades. La primera vez que uno viaja (por decir algo) en este “anfibio”, el impacto es inmediato: a uno se le acelera el pulso, empieza a sudar frío y, de una forma instintiva, aprieta el nalgatorio. El exterior está recubierto por una especie de uralita ondulada bañada por una capa de óxido natural de unas proporciones más que considerables.

Una vez dentro, empieza el espectáculo: los asientos conservan la tapicería original, una exquisita composición de seda de la India y lino de Madagascar que, aunque en su momento fuera el colmo del lujo (oriental), en la actualidad está un poco ajada y luce un color grisáceo ceniza que anuncia lo que será el trayecto: un funeral. La estopa de las butacas (porque son auténticas butacas de las que tenían los cines de los años cincuenta) es cosa del pasado: cuando uno posa el culo sobre ellas, de inmediato se hunde hasta que las rodillas quedan a la altura de la barbilla (aunque claro, esto depende de la altura del penitente viajero). Las cortinillas de las ventanas son mi debilidad: unos trapos de dos palmos de longitud del mismo material que los asientos y del mismo color. Eso sí, la polvareda reconcentrada en ellas presenta el serio peligro de que al tocarlas, a uno le entre tal infección de “microorganismos microbianos bacterianos” que puedan llegar a causarle su última enfermedad, y sin exagerar, eh.

El resto del buque, perdón del tren, es lo que confirma propiamente que en su época fue una de los estandartes del ejército submarino de la URRS: techos y paredes remachadas por cientos de miles de tornillos (por aquello de la presión). Del “wc” para qué hablar: una auténtica cloaca, como el resto de la flota (nótese el doble sentido) de la RENFE. Y, en fin, el bar. No cafetería, no, bar. He visto mejor ambiente en la cantina del cuartel del Tercio en Melilla, y eso que la cabra se cagaba por las esquinas. No sería desventurado decir que es el único espacio en España en el que la prohibición de fumar es como un semáforo en Tetuán. Si a ello unimos unos espléndidos taburetes de escay granate anclados al suelo y unas ventanas a la altura de un metro veinte, el retablo de este mítico submarino queda completo.

Ah, sólo una cosa más: nunca jamás se monten en este engendro soviético, nunca. Antes morir que perder la vida. La diginidad es lo primero.

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