A Carod-Rovira se le pueden echar en cara las cosas que se quieran, pero lo que no se le puede reprochar es la falta de sinceridad. En la entrevista que publicaba ayer “El Mundo” dejó bastante claro lo que pretenden en su partido: la independencia de Cataluña, la constitución de un Estado catalán y la declaración de la República. De acuerdo, ya lo sabíamos. Y lo que es mejor: ya nadie puede decir que lo ignoraba. Me refiero en concreto a ZP, que no creo que quiera ya embaucar a nadie aparentando lo contrario. Yo no tengo inconveniente en que quien quiera, persiga la independencia de su correspondiente Comunidad Autónoma, o la libre asociación, o la confederación o lo que se le ocurra en ese momento. Me da igual. Lo que quiero es que me lo diga claro. Nada de intenciones disfrazadas.
En este sentido, la diferencia entre los dos nacionalistas patrios más incordiantes, Carod e Ibarreche, es evidente. Mientras el primero no ahorra detalles sobre sus objetivos, el segundo no es que los camufle constantemente sino que posiblemente ni siquiera él los tiene claros. Otra de las diferencias que los separa es que mientras el líder catalán asume que no logrará la independencia en tanto la mayoría de los catalanes lo reclamen, el Lehendakari da por hecho que “los vascos y vascas” quieren lo mismo que él, cuando, de hecho, se demostró en las últimas elecciones de Euskadi que eso no es así.
Las diferencias, pues, a la vista están. Que no parezca que estoy ensalzando la figura de Carod. Él juega sus cartas; lo peor de todo es que nuestro Gobierno Central tenga como compañero de alcoba a un partido que lo único que pretende de España es su descomposición.
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