No he querido pronunciarme sobre el Estatut catalán hasta conocer su articulado definitivo, pero el preámbulo del texto que publicaba ayer "El Mundo" era bastante revelador de lo que va a esconder este engendro “legal”. Dejando al margen los temas de si Cataluña es o no una nación, la autodeterminación y ese “sueño sin obstáculos a la independencia” (cuestiones que trataré en su momento), una de los aspectos que más me impactó es la concepción que tiene Cataluña de España. Resulta que los ponentes proclaman que “Cataluña considera a España una nación de naciones y al Estado español un Estado de carácter federal” (sic!); como suena.
En la retahíla de mamarrachadas que se han plasmado en la exposición de motivos de esta futura (¿?) norma puede proponerse lo que se quiera, ahora bien, lo que no pueden hacer es decir lo que no es. Se puede decir que Cataluña aspira a integrarse en España como "Estado federado"; se puede pretender también que las competencias asumidas en el Estatuto se blinden para que el Estado Central no pueda ponerles cortapisa alguna; o incluso que se reconozca formalmente que Cataluña, en efecto, es una nación; pero lo que no se puede decir es que España es un Estado federal, porque no lo es. Da igual cómo lo conciban los catalanes, pero las cosas son lo que son, no lo que ellos quieren que sean. A lo mejor pueden serlo así en el futuro, pero de momento son lo que son. Es como si España reformase su Constitución y dijera en su preámbulo que Francia es una Monarquía o que la Unión Europea es un Estado autonómico. Pues no: Francia es una República y la UE es una confederación de Estados. Punto.
Al final, esto del Estatut va a ser más fácil de lo que yo pensaba, ya que las Cortes Generales no sólo lo van a rechazar por ser inconstitucional sino, además, por ser una ridiculez.
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