
El Gobierno de La Rioja, con esto de la cultura del vino que tan de moda está y con lo del Camino de Santiago, ha potenciado últimamente el sector turístico en este tema. Y la cosa funciona, aunque aún puede dar mucho más de sí. El asunto es que, entre las actividades y ofertas enológicas de la región, se halla una de nombre algo confuso que da lugar a no pocos equívocos. Se trata de la “vinoterapia”. La primera vez que lo escuché me llamó la atención durante unos segundos, pero de inmediato deduje de qué se trataba. La vinoterapia, pensé, es algo muy, pero que muy antiguo. Consiste en beber vino; sin más, así de simple. Al beber vino, el cuerpo absorbe sus propiedades (alabada hasta por los cardiólogos) y con ello se favorece la circulación sanguínea, se fortalece el sistema ventricular, se hidrata la dermis, y según las voces más autorizadas, uno se beneficia de sus cualidades afrodisíacas, vamos, que uno se pone cachondo/a. No hacía falta que nadie nos dijera todo esto. Ya lo sabíamos hace siglos. Como digo, la vinoterapia es algo muy antiguo.
Pero no. Resulta que la vinoterapia no consiste en irse a la calle Laurel a trasegar como un piojo, no. Por lo visto, la citada terapia consiste en meterse en una bañera llena de vino tibio burbujeante, estarse un ratito y salir como un bendito. Pues vaya…
Qué chorradas inventa la gente, desde luego. Pero ustedes, ni caso. Vengan a La Rioja, y aplíquense una relajante sesión de vinoterapia, pero no de esa, sino de la que se bebe. Eso sí que te deja como un auténtico bendito. Garantizado.
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