Siempre me han cautivado las partidas de póquer, aunque sea mal jugador, y a menudo recuerdo con interés aquellas partidas que nos ofrecían las películas de vaqueros. Se reunían en algún lugar reservado de la cantina unos personajes que respondían generalmente a determinados estereotipos: el profesional, hombre de aspecto más bien frágil, inescrutable y con unos fríos ojos azules que helaban la sangre; el tahur, bien vestido, elegante, de peluquería, con mucha labia y la “derringer” oculta entre las mangas; el forastero, generalmente buen jugador, cauto y dispuesto a salir de la partida en cuanto ganase unos dólares; y el pardillo, personaje que solía recibir la mayor parte de las veces muy buenas cartas, hablador, confiado en sí mismo pero poco discreto y que siempre salía desplumado.
La partida se iniciaba siempre ganando el pardillo, recibía cartas y no le era difícil llevarse los primeros dólares, la intensidad de la expresión de su cara indicaba rápidamente la jugada que tenía. El profesional miraba las cartas apenas de soslayo, su cara permanecía como de hielo y su único interés era dar confianza al pardillo con comentarios como, ¡qué suerte!, hoy es tu día o con las cartas que llevas me vas desplumar. La partida seguía su curso hasta que, en un momento dado, la mesa comenzaba a llenarse de dólares, el reloj del forastero para cubrir la apuesta y las fichas de diferentes colores, finalmente se quedaban el pardillo y el profesional. Comenzaba la verdadera partida, el pardillo había conseguido un full de damas y sus ojos resplandecían de satisfacción, hasta entonces había conseguido ganar unos cuantos dólares gracias a las cartas que le servían. El profesional, que no había recibido buenas cartas hasta la última jugada (hasta entonces su mejor juego fue una pareja de damas) escrutaba con frialdad al pardillo que no podía disimular una mal contenida alegría. Rápidamente evaluó los gestos del pardillo, la longitud de su sonrisa, el tic de la ceja derecha y el leve movimiento del bigote, y los comparó con los resultados anteriores mientras éste intentaba adivinar en el rostro de fría mirada azul qué jugada tendría.
-"Pongo todo", dijo el profesional.
El pardillo pensó que era su día, que estaba de suerte, que tenía argumentos para ganar y dijo:
-"¿Aceptas un pagaré para ver las cartas?"
-"Lo acepto, nunca dudaría de un caballero".
El pardillo puso su pagaré encima de la mesa y dijo:
-"Las veo".
El profesional descubrió sus cartas, full de ases y reyes, a la vez que al pardillo se le helaba la sonrisa al ver que su full de damas y sietes no era suficiente para ganar.
-"Otra vez me ha ganado", dijo.
-"No sé para que he venido".
La partida había terminado.
Cuento esto porque cada vez que se reúne ZP con Rajoy me lo recuerda. Al final siempre pierde el mismo. ZP hace gala de talante, de diálogo, y da confianza para que Rajoy enseñe sus cartas mientras él no ofrece ni el más mínimo atisbo de la jugada que quiere hacer. La baza final siempre se la lleva el que no descubre su juego. Posteriormente dos de los jugadores nos resumen la partida, la Vice, que nos da su punto de vista sobre su resultado y el pardillo que se lamenta de haber acudido a la llamada del profesional. Entiendo que se puede caer en la trampa una vez, tal vez dos, pero ya la tercera es preocupante y no digamos la cuarta…
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