04 marzo 2006

DOCTRINAS. Sociedad

Hace ya tiempo que resulta francamente penoso contemplar cómo teóricos profesionales de la crítica política y del periodismo en general porfían cual “gitano en reparación de honra perdida” en la defensa de sus respectivas “doctrinas de partido”. Lo de la “doctrina de partido” es una especie de cuota miserable que deben pagar esos que pretenden adscribirse sin fisuras ni disimulos a un partido aunque nada más sea para darporculo al otro. Resulta lamentable porque no me cabe duda alguna de que si se les planteara a unos y a otros, cualesquiera de los sucesivos temas de actualidad sin saber la posición oficial de su partido político o, de lo que es más importante, de sus medios de comunicación de cabecera, seguro disentirían más habitualmente de las posiciones que abrazan actualmente. De eso no tengo duda. Y esto es aplicable a todos, a todos.

La cuestión es que la gente no piensa por sí misma, pero ni estos supuestos “tertulianos opino-de-todo”, ni el poblacho llano. Basta considerar que la crítica viene mascada de antemano por el periódico que se lee o la cadena de radio con la que se levanta uno cada día para ostentar una doctrina esgrimible. Las noticias, los asuntos de actualidad, de más o menos calado, no se piensan, no se analizan: ya vienen pensados y analizados. Séneca decía que “es dañoso pegarse a los que van delante; y como quiera que todos prefieren creer a juzgar, jamás se juzga, siempre se cree”. Ahí tenemos la desdicha intelectual de nuestra sociedad; una sociedad dirigida desde los púlpitos de la opinión mediática por desaprensivos de distinto color y pelaje pero que comulgan con una misma teoría: dirigir a sus seguidores para lanzarlos contra el enemigo. Eso es común a todos. No quiero decir tampoco con esto que no existan espléndidos profesionales, pero aun éstos incurren en el pecado descrito.

La culpa no es sólo de los directores de opinión, también es de los receptores de la opinión. Hay una inmensa angustia social ante lo problemas cotidianos, especialmente los políticos y los económicos, que en realidad engloban al resto. El respetable está decididamente convencido de que no tiene nada que decir ni hacer ante aquellos, de ahí que no participe en la opinión ni en la crítica social. La gente no es crítica, primero porque no se siente capacitada para ello, y segundo, porque ya hay otros que piensan por ellos. Por eso rechazan juzgar y se limitan a creer. Es lamentable que esto suceda, pero lo es más que los que se dedican a criticar y opinar lo hagan de forma torticera.

El pueblo raso ha abandonado la crítica y se ha sometido incondicionalmente al designio de sus leaders (de aquellos que le conducen y le guían). La sociedad no es crítica, se limita a criticar. Y lo que es peor, se limita a criticar por boca de otros. La diferencia entre ser crítico y “criticar de plano” es importante, porque mientras que en el primer caso el juicio es fruto de una valoración ponderada de las verdades y las falsedades de cada asunto, en el caso de la “crítica plana” se prescinde de cualquier análisis previo. Está mal o está bien, punto. Si es de mi cuerda es lícito y si es de la contraria es deplorable.

Solemos pretender educar a la sociedad en unos determinados valores, pero olvidamos cuales deben ser éstos. Demasiado tarde para enseñar a los que pasan de 30 años a ser críticos, aunque no imposible. Por eso debe incidirse en la juventud. Pero no diciéndoles qué deben hacer sino explicándoles la virtud de la crítica personal, el por qué de poder actuar. No se trata de que se enseñe a los niños “a vivir libres en democracia”, como he oído hace poco, sino a enseñarles que deben ser libres, y después ellos decidirán si les conviene serlo en democracia o fuera de ella, carajo. Ser libre implica serlo efectivamente, no serlo con condiciones. Hay que enseñarles a ser críticos no a ser lo que queremos que sean. Enseñarles los valores virtuosos, pero sin indicarles el camino, porque es éste, el camino, lo que deben recorrer por su propia conciencia crítica. Nada de doctrinas, nada de dogmas caducos, nada de eslóganes estériles. Que piensen por sí mismos, porque si se enseña a la sociedad a ser crítica a la vez que responsable, ella llegará sola a donde debe (o deba) llegar. Mientras esto no suceda, la crítica intelectual española seguirá siendo una mera doctrina, un rosario de dogmas y una colección de viejos eslóganes cuya única utilidad es hacer ruido mientras tratamos de pensar.

Piense usted; cuesta ¿pero acaso hay algo que merezca la pena que no cueste?