18 octubre 2007

BUENISMO Y PURITANISMO LOGROÑÉS. Sociedad

A principios de este mes, el rotativo municipal logroñés De buena fuente, adjuntaba un folio a todo color titulado “Disfruta del silencio en tu casa” en el que el neonato consistorio socialista se tomó la libertad de hacernos llegar una serie de recomendaciones que, a pesar de ser bienintencionadas y loables, rezumaban buenismo, e incluso puritanismo; aspecto éste muy estimable pero poco acorde al argumentario progresista. Decía el desplegable: “camina en casa en zapatillas, no grites ni des portazos y baja las escaleras en silencio”, “no hagas bricolaje en horas intempestivas”, “los fines de semana sirven para descansar; si tienes que hacer obras, molesta lo menos posible”, “no vives solo; reduce el volumen de tu equipo de música, radio o televisión”, y cosas así. Todo muy razonable.

Pero los mandamientos buenistas que más llamaron mi atención fueron dos. El primero de ellos rezaba: “educa a tu perro o mascota para que no ladre en casa”. ¿Educar a un animal? Sí, hasta tal punto alcanzan las pretensiones de reeducación del socialismo. No "amaestrar" o incluso "domesticar", sino educar. Eché en falta algo así como “educa a tu mascota en los valores de la democracia…”. El segundo, en plena concordancia con EpC, decía: “Cuando hagas una fiesta, llega a un acuerdo con los vecinos para acabar a una hora prudente”. ¿¡Cómo!?, exclamé en alto. ¿Llegar a un cuerdo con los vecinos? Al Ayuntamiento de Logroño se le podrá acusar de muchas cosas (por ejemplo de subirse el sueldo el primer día de gobierno) pero jamás se le podrá reprochar no predicar (EpC) con el ejemplo. Al contrario. Si uno de los objetivos centrales de la asignatura es “utilizar de forma sistemática el diálogo y la mediación como instrumento para resolver los conflictos”, la Corporación de la capital riojana es la primera en abanderar la asignatura-eje de todo el sistema educativo.

Llegar a un cuerdo con los vecinos… Si ya es difícil, por no decir imposible, alcanzar un acuerdo para cambiar unos buzones en estado de decrepitud total, no llego a imaginar cómo deberá ser ese “diálogo sistemático” con los vecinos para darles el coñazo con su aquiescencia. Pero bueno, quizá mi incomprensión de este decálogo buenista sea porque no estudié EpC… Así que aprovecho para lanzar la siguiente pregunta: ¿admiten cursos de reciclaje para todos aquellos que sabemos, no por EpC sino por experiencia, que “llegar a un cuerdo con los vecinos” es en ocasiones absolutamente imposible con diálogo sistemático o sin él?

13 octubre 2007

EL VELO DE SHAIMA. Política

Hace pocos días conocíamos la noticia de una niña marroquí de 8 años residente en Gerona a la que la dirección del colegio donde estudia había expulsado mientras siguiera llevando el velo islámico. La Generalitat obligó a readmitir a la pequeña Shaima, y se desató la polémica. Como observaba la remitente de una carta al director en El País “el hiyab no es una prenda de adorno ni de abrigo ni un tocado étnico […], sino un trozo de tela cuya única finalidad es tapar a las mujeres […]”. En efecto, el pañuelo árabe es un signo de sumisión y obediencia, fruto de una cultura que a su vez es una religión, y en la que la mujer ocupa un lugar prácticamente insignificante de puertas de casa hacia afuera. Pero yerra la remitente cuando añade: “y el que tenga o no un carácter religioso resulta irrelevante […]”. Para nosotros no es relevante, pero para ellos sí. Tanto para ellos como para ellas.

Aspectos sociales

El hijab es un símbolo de sometimiento, pero también lo es exigirle a una niña de 14 años que no vuelva a casa más allá de las once de la noche los fines de semana. Los musulmanes preservan un valor. Curiosamente, los no musulmanes preservamos el mismo, pero de distinto modo. ¿O acaso nuestra “cultura” es más avanzada por tolerar que esas mismas niñas se disfracen de fulana los sábados? Me pregunto: ¿sufre el mismo “desdoro de imagen” una jovencita con velo que otra vestida con un top que le deja el estómago a la vista y una falda que le cubre lo estrictamente justo, sin olvidar el tanga respingando por la curcusilla? Evidentemente no. Es más: ¿quién es más libre? Es evidente que las dos igual, o mejor dicho, los padres de ambas igual, porque el padre musulmán y el occidental ciernen parecidas amenazas sobre una y otra. Es un debate absurdo en este punto, o ¿alguien se plantea revocarles la patria potestad a esos padres de Madrid que permiten que su hija se vista de golfa? Más aún: ¿alguien se lo plantea con unos padres musulmanes? Si es así, que no lo es, que lo intenten. En caso contrario, que reconsideren su postura.

En España tenemos un caso bastante parecido: el de las monjitas. Todos hemos visto en alguna ocasión (antes más que ahora) a monjitas estudiando el bachillerato o acudiendo a clases de carné de conducir ataviadas con el hábito. Y me pregunto ¿alguien se ha escandalizado por el hecho de ir vestidas de negro y de que sólo se les vea el rostro? No. Ellas han decidido vivir así y debemos respetarlo. Es su elección libre, pero sobre todo es su elección religiosa. De su fe, de su credo, se deriva una forma de entender la vida y una forma de manifestarlo. Alguien podrá alegar que el caso de estas feligresas católicas y el de las musulmanas es completamente distinto pues aquellas deciden libremente y éstas no. Pero eso es falso. La mujer musulmana, y especialmente en España, es prácticamente libre para decidir qué ropa vestir o con quién casarse, aunque el ámbito de ambas elecciones esté de algún modo tasado. Hay chicas árabes que visten al modo occidental y otras que no, lo que demuestra aquello. Esto sucede en España, e incluso en Líbano e Irán.

Por otra parte no debe olvidársenos que hasta hace bien poco, e incluso en la actualidad, las mujeres tenían que entrar en iglesia con velo y ropa de color sobrio. ¿Qué era eso? Un signo de decoro, respeto y, por qué no, de sumisión. No seamos hipócritas: ¿aceptaría de buen grado usted, que su mujer o su novia fuera medio desnuda por la calle o tomara el sol en topless sin su anuencia, caballero? Sé por experiencia propia que las chicas que tienen intención de destaparse en la playa se lo consultan previamente a su pareja. Sí, no se escandalicen. El velo (impuesto, semi impuesto o voluntario) es, en cambio, un símbolo y una prenda de decoro, de intimidad, de protección. Que esta protección es excesiva en el caso del nikab y el burka es evidente e incluso intolerable a nuestros ojos, pero responde a las relaciones sociales de una cultura que, por desgracia, permanece varada en la Edad Media. De todas formas, insisto en ello, resulta francamente llamativo que cuando una niña de 14 años se pasea como una fulanilla por la calle no pensemos en lo irresponsables que son los padres; mientras que si una cría de 8 va cubierta por un pañuelo pongamos el grito en el cielo, y, lo que es peor, la intentemos reconducir por el camino de los “valores” democráticos (¿?). ¿Por qué no dejamos que la gente crea en lo que quiera, abrace la religión que quiera y lleve los símbolos que desee, dentro del orden público y la paz social? ¿Por qué no tratamos el problema de la misma forma cuando una jovencita va enseñando el trasero que cuando se pone el hiyab? No sé usted, pero yo preferiría a una escolar con velo que a otra con los pantalones casi por la rodilla?

El responsable del área de educación de CC.OO, José Campos, apuntó que llevar el velo “es como si los niños católicos fueran vestidos de nazarenos”. El estrambote no andaba desencaminado, pero la comparación es un tanto grotesca. Aun así, he de decir que si los niños católicos fueran a clase de tal guisa, por mí no habría ningún problema. Eso sí, sin capirote. El más agudo de todos fue Pedro Zerolo, una de las mentes más destacadas de nuestra época, que zanjó el tema asegurando que “Educación para la Ciudadanía serviría para que las niñas musulmanas que quitaran el velo”. Eureka! Mientras EpC aspira a “conocer y respetar todas las culturas y sus costumbres”, Zerolo dejó claro (una vez más) que lo que no se ajusta al credo socialista sería cambiado en virtud de la dichosa asignatura. Como apuntó Edurne Uriarte (ABC 6-10-2007) “el multiculturalismo le juega muy malas pasadas a la izquierda, y destroza su discurso sobre la igualdad entre sexos […]”. Nada más cierto. Mientras los niños deben “aprender a conocer, asumir y respetar la cultura y las costumbres” de Shaima y “enriquecerse a través de su convivencia”, se les dice que esa misma cultura y sus costumbres deben desaparecer porque son contrarias a la nuestra.

Aspectos éticos

La Constitución garantiza la libertad religiosa y sus manifestaciones dentro del orden público (art.16.1). La cuestión está en determinar si el velo es contrario al orden público. A mi juicio no existe violación de orden público alguno. A lo sumo la trasgresión de las normas de uniformado del centro. Ahora bien, cuando la libertad religiosa, que es un derecho fundamental, entra en conflicto con una norma convencional de etiqueta, es obvio que el que debe prevalecer es el primero, dentro, insisto del orden público proclamado en la Constitución.

Muchas de las valoraciones que se han hecho sobre el asunto parten de un enfoque, a mi juicio, erróneo. Se trata de una cuestión de “libertad religiosa”, no un problema de “derecho a la igualdad”. Veámoslo de la siguiente manera: supongamos que una mujer católica quisiera hacer cualquier ostentación de sus símbolos sagrados o de su forma de vestir en cualquier país árabe. Ante la censura inmediata por parte de las autoridades y ciudadanos autóctonos, ¿a qué derecho apelaría la mujer: al de libertad (religiosa) o al de igualdad? El lector avispado se habrá dado cuenta de que la mujer católica de un país del Islam no podría invocar el derecho a la igualdad porque las mujeres musulmanas no tienen un derecho semejante. Pero adviértase que ¡los hombres sí! ¿Qué derecho sería el vetado? La libertad religiosa. Este derecho es un derecho en sí, no un derecho que haya de reconocerse en igualdad respecto de otro. Si la libertad religiosa se ejerce libre y efectivamente basta con que sea así. Que lo sea en pie de igualdad con el que ejercen otras personas (por ejemplo, los hombres) es secundario. Por eso la libertad religiosa es primero y la igualdad en su ejercicio, secundaria, o terciaria.

Aspectos legales

Es relativamente importante que la pequeña Shaima llevase el velo “sin presión de su familia”, como aseguró el entorno de la niña. Digo relativamente porque, aunque sus padres se lo hubieran impuesto, éstos ostentan la patria potestad, de modo que pueden tomar al respecto todas las medidas que estimen adecuadas para su atención y cuidado. De la misma forma que unos padres españoles católicos (o no) deciden qué ropa deben llevar sus hijos, los padres de Shaima podían ejercer la patria potestad en los mismos términos. De ahí que el consentimiento de la pequeña marroquí fuera relativamente importante, porque de todas formas es a los padres a los que les corresponde la toma de decisiones sobre sus hijos.
Sin embargo, como suele decirse en el ámbito del Derecho, “los niños tienen su capacidad restringida, que no anulada”. En efecto, nuestra legislación concede a los menores de cualquier edad el derecho de ser escuchados cuando tengan suficiente juicio (que se presume por encima de los 12 años). El art.154.III del Código Civil dispone que “si los hijos tuvieren suficiente juicio deberán ser oídos siempre antes de adoptar decisiones que les afecten”. La Ley Orgánica 1/96 de 15 de enero de Protección Jurídica del Menor declara que “los menores gozarán de los derechos que les reconoce la Constitución y los Tratados Internacionales de los que España sea parte, especialmente la Convención de Derechos del Niño de Naciones Unidas y los demás derechos garantizados en el ordenamiento jurídico, sin discriminación alguna por razón de nacimiento, nacionalidad, raza, sexo, deficiencia o enfermedad, religión, lengua, cultura, opinión o cualquier otra circunstancia personal, familiar o social” (art.3.1). Y en concreto: “El menor tiene derecho a la libertad de ideología, conciencia y religión. El ejercicio de los derechos dimanantes de esta libertad tiene únicamente las limitaciones prescritas por la Ley y el respeto de los derechos y libertades fundamentales de los demás. Los padres o tutores tienen el derecho y el deber de cooperar para que el menor ejerza esta libertad de modo que contribuya a su desarrollo integral” (art.6); es decir, más o menos lo que prescribe el programa de EpC, aunque sin intención ni de modificar o extirpar dichas libertades. Esa es otra de las insignificantes diferencias de la Ley como norma sustantiva y un pastiche como Epc. Como ya hemos visto (y confirma el art.9.1 de esta Ley Orgánica) “el menor tiene derecho a ser oído, tanto en el ámbito familiar como en cualquier procedimiento administrativo o judicial en que esté directamente implicado y que conduzca a una decisión que afecte a su esfera personal, familiar o social”. Por eso es importante, una vez más, la decisión de la pequeña, de ahí que la ley le reconozca tal derecho. Es más: “las Administraciones públicas facilitarán a los menores la asistencia adecuada para el ejercicio de sus derechos”, añade el art.11.1, para lo cual “los principios rectores de la actuación de los poderes públicos serán los siguientes: La supremacía del interés del menor; el mantenimiento del menor en el medio familiar de origen salvo que no sea conveniente para su interés y; su integración familiar y social” (art.11.2), por lo que aquí nos interesa. Por último, “se procurará contar con el menor y su familia y no interferir en su vida escolar, social o laboral” (art.15).
La voz más conciliadora que se ha escuchado sobre el velo se Shaima, y que suscribo plenamente, es la de Monseñor Cañizares. “Aquello que en las distintas religiosas es fundamental como expresión, rito o manifestación religiosa debe mantenerse”, ha dicho; ya que “la base de la democracia está en el respeto al derecho fundamental y a la libertad religiosa, don se asientan todos los derechos universales”, concluyó.

05 octubre 2007

LOS PECADOS CAPITALES DE LA EDUCACIÓN PARA LA CIUDADANÍA. Política

Además de su carácter confesadamente adoctrinador, EpC incurre en tres pecados mortales: la hipocresía, la pretenciosidad y la inconsecuencia. El “niño nuevo” que pretende crear el Gobierno a través de esta asignatura parte de varios errores radicales que dan lugar a estos tantos pecados.

La hipocresía de esta materia radica en la absoluta falta de reciprocidad entre lo que pretende el Gobierno socialista y lo que hace habitualmente. Como veremos, ni el respeto a las ideas ajenas, ni la valoración crítica de las posiciones de los otros y ni siquiera la defensa de los derechos humanos en todos los casos ha caracterizado al Gobierno de Zapatero. O dicho de otra forma, si su Ejecutivo tuviera que examinarse de la dichosa asignatura a la luz de los hechos, la nota que obtendría sería cero o cercana a cero.

La pretenciosidad es el segundo de los pecados de la asignatura. Pretender formar (o mejor: con-formar) al “niño nuevo”, al futuro ciudadano cívicamente ejemplar, aparte de ser una tarea absolutamente imposible so pena de sustraerle a aquel toda su libertad (obra de la que los totalitarismos, y muy especialmente el comunismo aún vigente, pueden dar buena fe de ello), es un objetivo irreal y utopista. Educar, o mejor inculcar, a los niños y adolescentes la Verdad de lo Bueno y lo Malo, de la conducta cívica deseable, de la cultura de la paz (¿?) y del ritual del diálogo espasmódico no es sólo una ingenuidad de catequesis sino un insulto al sentido común y al contenido de un sistema educativo que, lejos de ir recuperando sus crédito poco a poco, está defenestrándose por el acantilado del buenismo como un plomo arrojado al vacío.
Instruir en las actitudes cívicas (que no pasan de ser una de las vertientes, la esencial, de la Ética) empleando para ello una especia de vía oblicua a la que siempre se ha utilizado para ello (la Filosofía) es estúpido además de descabellado. Creer que la “Ética propia”, la de la “España actual” o la de “la ciudadanía del siglo XXI”, es distinta, y por supuesto mejor, que la tuvimos que estudiar los que aún tuvimos la fortuna de examinarnos de Filosofía es pretender haber llegado a la cima de la evolución intelectual, ética y moral. Es pretender haber alcanzado las verdades supremas que los pensadores ineptos que nos han precedido no supieron escudriñar. Es instalarse en la convicción de que lo Verdadero, lo Bello y lo Justo (las tres “patas” de la Cultura) las atesora uno con carácter exclusivo y excluyente. Una vez alcanzado el zenit de la moralidad, la universalidad de los valores, del germen de la paz perpetua y del diálogo de las civilizaciones, el socialismo (como hizo durante todo el siglo XX) es incapaz de resistirse a su implantación universal. “Sabemos qué es lo mejor, y os lo vamos a enseñar; lo queráis o no”, piensan. Lo más alarmante de todo esto no es, sin embargo, el engendro de una nueva asignatura llamada “Educación para la ciudadanía y los Derecho Humanos” o “Educación ético-cívica” (mucho mejor expresada que aquella) sino la marginación absoluta y prácticamente definitiva de la Filosofía.

Y el tercer gran pecado de EpC es la inconsecuencia. Delito que se añade al primero de ellos (la hipocresía) como si fuera su “cara b”. En la “Educación ético-cívica” casi todo es desproporcionado, y lo que no lo es, es intrascendente o estéril. Como demostraré más adelante, existe un desajuste abismal entre los objetivos, los contenidos y los criterios de evaluación, por un lado, y la inspiración pretendidamente aséptica de la asignatura.
La inconsecuencia se observa asimismo en la catarata de objetivos perseguidos por la asignatura y en la catastrófica descentralización de nuestro sistema educativo. De nada sirve tratar de “valorar críticamente la globalización, la pobreza y las desigualdades”, por ejemplo, si el manual de cabecera de un colegio de Tarragona reza que “el capitalismo es el mal último de nuestra civilización”, mientras que en un colegio de Logroño se explica que “la alternativa al capitalismo (sea global o particular) son las cartillas de racionamiento”. De nada vale que en una escuela de Bilbao se sostenga que “la libertad política cesa cuando se vulneran las tradiciones seculares del pueblo vasco”, mientras en otra de Cuenca se asegura que “la libertad política tiene su único cauce en la democracia”. Los defensores de la asignatura (tal y como ha sido concebida) podrían apostillar que esa es la virtud de EpC, que no adoctrina, sino que sienta unas bases lo suficientemente flexibles como para que cada Comunidad Autónoma llene de contenido aquellas. Sin embargo, esta objeción al no ser terminante (que no lo es) nada dice en contra de lo que sostengo. Primero, porque el hecho de que el sistema educativo esté tan sumamente fragmentado no supone virtud alguna, sino todo lo contrario. Y en segundo lugar, porque aunque bien es cierto que EpC no es una asignatura explícitamente adoctrinadora, sí lo es implícitamente. El Real Decreto gubernamental que desgrana los objetivos y el programa de la asignatura, si bien explicita qué debe enseñarse no dice cómo debe hacerse, lo que equivale a desarticular definitivamente la materia. De ahí su inconsecuencia.
Pero si el Gobierno no ha dicho cómo han de explicarse cada una de las frecuentemente espinosas cuestiones de EpC ¿por qué merece tan enconadas críticas? Porque el Ministerio de Educación se ha limitado a enumerar los renglones de la “Educación ético-cívica”, es decir, a señalar su contenido formal pero no su contenido material, o sea, lo que efectivamente se va a enseñar. Y una vez más estamos en el punto de partida: 17 sistemas educativos distintos y la luz verde encendida al trapicheo de contenidos; entendiendo, eso sí, que tan nefasto para el sistema educativo es que se enseñe a los adolescentes que “el capitalismo o la globalización son fenómenos indeseables” como que “usar preservativo es inadecuado para el amor”. Ambos contenidos materiales son inadmisibles. El Gobierno no dice qué, pero da carta de naturaleza al maniqueísmo territorial e ideológico de las distintas Administraciones autonómicas.