24 noviembre 2007

BACHILLERATO: ¿MENÚ O A LA CARTA?

Dándole una vuelta de tuerca más al sistema educativo de la “máxima exigencia”, como nos aseguran espasmódicamente desde las filas el PSOE, el Gobierno de Rodríguez Zapatero acaba de aprobar en octubre el Real Decreto por el que deberá regirse el Bachillerato a partir del curso 2008-2009. Días después de que el Ministerio de Educación presentara dos informes en los que se volvía a constatar el desaguisado provocado por la LOGSE y de los que se dsprende que podemos seguir presumiendo de tener una tasa de fracaso escolar que casi duplica a la media de la UE, el departamento de Mercedes Cabrera presentó el nuevo bachillerato caracterizado, entre otras cosas, por conceder a los malos alumnos el derecho a repetir curso por un sistema “de menú” o “a la carta”. Según esta reloaded versión de la “máxima exigencia” socialista, los jovencitos que hayan suspendido tres o más asignaturas podrían elegir entre repetir el curso completo o sólo las materias no aprobadas. O sea, lo que se dice repetir por el sistema de “menú”: económico, asequible y siempre facultativo. Al leer la noticia en El País me llamó la atención un pequeño detalle:
“Repetir todo el curso o sólo las tres o cuatro asignaturas suspensas será decisión de los alumnos y, si son menores de edad, también de sus padres” (3-XI-2007).

Nótese la posición subsidiaria en la que quedan los padres. Primero es el libérrimo arbitrio del mocete y, luego, si acaso, cabe la hipótesis de admitir de soslayo que los padres tengan también algo que decir. Lamentable.

No obstante, se concede a los chavales otra alternativa que es la del genuino bachillerato “a la carta” para todos aquellos que repitiendo curso con tres o cuatro asignaturas quieran, además, matricularse de otras tantas del siguiente curso, “parecido a lo que se hace en la universidad”, apuntaba el redactor del diario progubernamental. ¿Cabe mayor despropósito?

Extrapolar el sistema universitario a la enseñanza no superior es un error monumental que sólo puede deberse a la miopía intelectual de sus autores y que parte del mismo error que ha provocado el descalabro del sistema educativo español: atribuirle al alumno la condición de “protagonista” de todo el sistema. La voluntad del alumno dentro del colegio o del instituto es, si no nula, prácticamente nula. El alumno, por así decirlo, es el sujeto pasivo de la enseñanza, jamás el activo. Debe plegarse -debería plegarse- a lo que le exigieran sus profesores y debería someterse a las consecuencias de su falta de disciplina tanto académica como cívica sin solución de continuidad.

Para empezar, la enseñanza superior ofrece un ámbito de elecciones muy amplio: uno paga por ella, decide qué asignaturas cursa, cuáles estudia, cuáles aparta temporalmente, en cuánto tiempo quiere concluir la carrera o si prefiere abandonarla, ya sea la primera semana o la última. Nada de esto sucede en la enseñanza inferior, o por lo menos no debería suceder. Si se le concede al adolescente un margen de decisión similar al del estudiante universitario lo más probable es que, a la vez que arruina su propia formación, arrastre consigo a todo el sistema educativo.

¿Qué puede esperarse de un estudiante que suspende 4, 5, 6, 7 asignaturas al que el sistema le obsequia con la posibilidad de decidir libremente si le apetece estar un curso entero con otras tantas materias? ¿Qué se consigue permitiendo a un quinceañero ir a clase dos horas el lunes, otras dos el martes, tres el miércoles, etc.?

20 noviembre 2007

ELOGIO DEL INDIDUALISMO

Uno de los conceptos tabú de Educación para la Ciudadanía es el del individualismo. La misma denominación de la asignatura ya encierra un elemento semántico colectivo bastante significativo: (la) ciudadanía. Es lógico que así sea, pues si el eje de la materia es el colectivo ciudadano, la antítesis de ello no puede ser otra que el individuo singular. Lo sospeché desde que le eché la primera ojeada al programa de la asignatura, pero hasta que no leí el manual de Santillana no me día cuenta hasta qué punto había sido proscrito el término.

El tema 1 se abre con lo que llama el “barómetro de la ciudadanía” en el que, antes de entrar en materia, el alumno tiene la oportunidad de hacer un test que le revelará qué tipo de ciudadano es. El cuestionario consta de 8 preguntas, cada una con tres contestaciones posibles. Los resultados vienen baremados según predominen las respuestas “a”, “b” o “c”. Si predominan las respuestas “a” -que son las fetén- el libro te da la enhorabuena (“eres lo que se dice un tío guay”, dice textualmente), de lo que se deduce que, para este alumno, EpC sería innecesaria. En cambio, si predominan las respuestas “b” o “c”, el diagnóstico es claro: reeducación. Las respuestas “b”, que son las malas, concluyen que “no te mojas nunca y evitas meterte en líos”. Y las “c”, que son las pésimas, diagnostican, atención, que “¡eres un individualista! Te crees el ombligo del mundo. No te importa nada ni nadie, pero quieres a todo el mundo a tu servicio. A este paso acabarás más solo que la una”. Le dan ganas a uno de llorar.

Para explicar la dramática desproporción que existe entre la correspondiente conducta/respuesta y el juicio que ello merece a los ojos de EpC, lo ilustraré con una de las preguntas más elocuentes del test:

“Observas que a un grupo de amigos que destrozan los cristales de un coche:

a) Intervienes llamando a las autoridades competentes.
b) Sales corriendo y te alejas.
c) Te unes a ellos”.

Sintetizando: si llamas a la policía “eres un tío guay”; si te alejas, “evitas meterte en líos”, y si te unes a ellos -cuidado- “¡eres un individualista!”.

¡Lo que eres es un delincuente, no un individualista! Además, ¿qué tiene que ver ser individualista con “creerse el ombligo del mundo”? ¿Qué tiene que ver ser un individualista con que “no te importe nada ni nadie”? ¿Qué tiene que ver ser un individualista con “querer tener a todo el mundo a ti servicio”? Ya sabe: la próxima vez que se una a un grupito de vándalos que destrozan un coche, usted será… un individualista (a pesar de delinquir en grupo). Es de suponer que el mismo calificativo merece cualquiera que le pega un tiro a otro, ¿no? Porque lo más grave de perpetrar un crimen así, no parece que sea el resultado sino el modo: individualmente.

En el mismo sentido puede leerse lo siguiente:

“Te invitan a dar una vuelta en moto de paquete:

a) Aceptas sólo si también hay un casco para ponértelo tú.
b) Subes, pero te cuelgas el casco en el brazo mientras no veas a la policía.
c) Subes de todos modos”.

En efecto, si el chiquillo se monta en la moto sin caso es un… ¡individualista!

No es difícil extraer la moraleja pedagógica de toda esta patraña infecta: el individualismo es malo porque está íntimamente relacionado con destrozar coches (en grupo) y montar en moto sin casco, en cambio, el gregarismo es algo bueno y deseable, porque es indispensable para tener identidad, es decir, para “sentirse que uno forma parte de un grupo”, como asegura J. A Marina. Dicho de otra forma: es mejor estar en el rebaño que pensar solo.

13 noviembre 2007

DICTADURA SÍ: LA DEL PROLETARIADO. Política

El 13 de noviembre, Joan Herrera, portavoz del grupo de parlamentario de IU-ICV en el Congreso de los Diputados, pronunció unas palabras bastantes sensatas:

"Es una vergüenza que en España se permita a los grupos ultraderechistas salir a la calle con banderas nazis con toda impunidad. Es lamentable que en España aún se permitan, con total impunidad, manifestaciones de carácter fascista, nazi y xenófobo, además de las de exaltación del franquismo. Es una vergüenza que España sea el único país de la Europa Occidental donde se pueda negar el holocausto y donde se permite salir a la calle con carteles racistas y con banderas nazis con toda impunidad".

Dejando a un lado la obsesión de la impunidad en la que insistía el diputado verdi-rojo, coincido en que este tipo de manifestaciones son aterradoras. Existe, como en otros muchos casos, una línea muy fina entre la libertad de expresión y la apología delictiva. Ahora bien, aun cuando se pudiera estar de acuerdo con Herrera en general, olvidó un insignificante género de manifestaciones: las soviéticas. Cuando digo soviéticas me refiero, claro está, a la apología de la dictadura del proletariado, esa que en el siglo XX le costó la vida a cerca de cien millones de inocentes. Esa misma que defienden en la coalición del líder ecologista catalán.

Este razonamiento tan intelectualmente estéril de censurar (con razón) los movimientos nazis y aplaudir (gratuitamente) a los antinazis (que son igualmente nauseabundos aunque de signo contrario, lo cual nada dice a su favor) descansa en una deducción lógica tan estúpida como esta:

1- Los nazis son malos.
2- Todo aquello que se opone a la maldad es bueno.
3- Los antifascistas se oponen a los nazis.

Conclusión: los antifascistas son buenos.

A partir de ahí, cualquier agrupación de nostálgicos de la Unión Soviética, del anticapitalismo, del dirigismo, de la auténtica alienación de individuo en beneficio de la colectividad, e incluso del estalinismo o el maoísmo (cuyas Web, que no escasean, pueden visitarse tranquilamente desde casa), es decir, cualquier grupo de fanáticos del totalitarismo más cruel que ha existido jamás, son automáticamente “buenos”. Muchas veces me he preguntado cómo es posible no ya que no les de vergüenza a toda esta gente hacer apología de la URSS y de sus derivados, sino que además sean tratados con la mayor indulgencia (impunidad, que diría Herrera) por los medios cuando no directamente con alabanzas por ser los defensores de esas “utopías perdidas” en las que muchos, socialistas de todos los partidos, aún siguen pensando en sus ratos libres.

06 noviembre 2007

LOS BIENES COMUNES. Politica

Días antes a la onomástica de El Pilar, Mariano Rajoy (asesorado de nuevo por el enemigo) colgó de Internet un vídeo de unos dos minutos en el que invitaba a los españoles a sentirse orgullosos de serlo y a manifestarlo por las calles con la bandera nacional. Las reacciones no se hicieron esperar: "estridente", "lamentable", "patético" o "franquista" fueron los epítetos más repetidos por parte de todo el espectro izquierdista. Lo cierto es que el presidente del PP nada tenía que ganar con ello, y sí algo, aunque no mucho, que perder. Los asesores de Rajoy deberían saber que el discurso de la derecha (por llamarla de alguna manera de la que ni siquiera están orgullosos sus partidarios) es un discurso sometido a dos riesgos con sendas reprobaciones. O se les acusa de extremistas o de antipatriotas. Cualquiera que sea la postura del PP sobre el asunto más trivial, en uno de estos dos sentidos, la izquierda le acusará de lo contrario. Si izan la bandera, se les acusa de fachas y usurpadores (sic) de los bienes comunes. Si la arrían, se les tacha de poco patriotas y de despreciar los símbolos de la democracia constitucional.


El PSOE (maestros inconmensurables de la agitación y el agit-prop) han inventado eso del “patriotismo social”, el “patriotismo cívico” o incluso el “republicanismo monárquico”. Tienen perfectamente cubierto su ideario, si no por ideas, sí por conceptos. Esto es determinante en el socialismo. Más vale una frase que una idea. Por el contrario, la derecha moderna vive uno de sus momentos más efervescentes en lo que a ideas se refiere, refutando la creencia clásica de que sólo en el socialismo hay intelectuales e ideas revolucionarias. Ahora sucede justamente lo contrario: el debate de las ideas y la revolución intelectual la encabeza la derecha liberal, mientras la izquierda ha ido quedando arrinconada intelectualmente incluso por sus antiguos preceptores. No quiero decir con esto que el ideario de esta derecha sea necesariamente el mejor, cosa que habrá que ir demostrando, sino que el socialismo subsiste en este ámbito con las migajas de otra época a la que se resisten a dar el certificado de defunción. A pesar de todo ello, la derecha moderna, el PP, tiene mucho que aprender, sobre todo en el campo del agit-prop.

La invocación de Rajoy al orgullo patrio y sus emblemas fue inmediatamente reprobado por el PSOE por “apropiarse de los símbolos de todos con fines partidistas”. El PP volvía a no tener escapatoria: antes del delito ya le habían impuesto la pena. El efectismo socialista es implacable, reconozcámoslo. Los cocineros de Génova deberían poder salir de esta ratonera en la que el PSOE les tiene atrapados. El día de la Hispanidad fue una oportunidad de oro (desdeñada de nuevo) para que los intelectuales liberales explicaran, a propósito de la bandera y el himno, la polémica de los bienes comunes, pero como sucede a menudo, falta perspectiva. Las res communes omnium, las cosas de todos, a las que tan aficionado es el socialismo, al ser “comunes” y al ser “de todos” pueden ser usadas “por todos los comuneros”, es decir, por todos los españoles o los que se sientan como tal. Sobra decir que nadie usurpa (sic) estos símbolos por exhibirlos o designarlos como suyos, precisamente porque al ser de todos son también suyos, a la vez que de los demás. ¿Usurpo (sic) la bandera nacional si llevo una por la calle?, ¿violo esa “comunidad de todos” por silbar el himno?, ¿trasgredo la ley cuando me tumbo en la playa a tomar el sol para broncearme yo solo?, ¿o acaso necesito licencia municipal para pasear por la Gran Vía, ya que ocupo, mientras camino, un espacio público que nadie más puede ocupar mientras yo paseo?


La consigna de sancionar a todo aquel que haga uso de los bienes comunes procede exclusivamente de los que consideran que esos bienes les pertenecen a ellos más que al resto, o aquellos que se avergüenzan de los mismos. Pocas veces tenemos la fortuna de ver a un socialista rodeado de la bandera constitucional (salvo cuando el protocolo no le deja otra salida). En cambio es harto frecuente contemplarlos alrededor de la también preconstitucional, y por tanto ilegal, enseña republicana, con la que incluso se atavió la entonces Ministra de Cultura, Carmen Calvo, en la presentación de un libro sobre el Edén perdido de la segunda República.

02 noviembre 2007

LA FRANQUICIA DE AL GORE. Sociedad

El sumo pontífice del ecoapocapipsis, Al Gore, ha decidido proclamar su mensaje por todo el orbe, para lo cual ha montado una franquicia de apóstoles que se encargarían de hacer proliferar sus consignas ecopuritanas. La Junta que preside Manuel Chaves, persuadida por el ex presidente de EE.UU de que Andalucía es una de las regiones donde el armagedón climático va a causar su primeros efectos, acaba de organizar una conferencia para reclutar a todos aquellos que, deseando colaborar de forma altruista por la salvación de la Humanidad, están dispuestos a pregonar tales vaticinios con fidelidad estricta al líder de dicho movimiento.

Entre este “ejército verde” escogido por Gore para conferenciar a lo ancho de la geografía española se estaban desde Ana Rosa Quintana hasta Adolfo Domínguez pasando por Ágata Ruíz de la Prada o por Lucía Echevarría. En la conferencia que ofrecieron tras la convención estos tres últimos, explicaron cuáles eran las condiciones y los términos de su misión. Se comprometen a impartir diez charlas en colegios, asociaciones, etc., a asumir personalmente cualquier desvirtuación que hagan respecto del discurso oficial algorero y, atención (y esto es lo mejor), a no cobrar cantidad alguna por ello. Más aún, deben costearse ellos mismos todos los gastos que les ocasione su apostolado. La cosa carecería de importancia si el líder de dicho ejército hiciera lo propio. Pero, oh paradoja, Al Gore cobra por conferencia ¡200.000 €! Y lo que es mejor, les exige a sus discípulos que no cobren por hacer lo mismo que él hace. La franquicia del embudo: yo puedo seguir siendo multimillonario a costa del neoapocalipsis, pero vosotros no. Es lógico: lo que pudieran cobrar sus discípulos es exactamente lo mismo que él dejaría de ingresar si diera todas esas conferencias.

No obstante, Lucía Echevarría, en su alocución, y a pesar de exponer una razón incontestable para apoyar la causa (“cuando era una niña nevaba todos los inviernos en Madrid, algo que ya no ocurre”, dijo), quiso dejar claro que el mensaje de Gore pretende tranquilizar a la gente. Eso sí, advirtiendo a continuación que “en 45 años no habrá planeta”, lo cual sosegó extraordinariamente al auditorio. La franquicia del embudo, algo muy progresista. Un mensaje universal del que sólo puede sacar partido su promotor, no sus colaboradores. Formidable manera de agradecer a sus discípulos los servicios prestados. Un negocio del que sólo puede sacar tajada el franquiciador, nunca el franquiciado. Extraordinario.

¿Qué es ésto, solidaridad, misericordia, ecologismo de balconcillo o simplemente impostura?