28 septiembre 2006

A PROPÓSITO DE LA SUCESIÓN REAL

Carta abierta a Luís Ignacio Parada y Benigno Pendás.

Hubo revuelo a raíz del nacimiento de la pequeña Leonor, y ya se hicieron no pocas conjeturas sobre la futura sucesión regia. Parece, sin embargo, que no quedó claro nada, y hemos vuelto a las andadas con el anuncio del nacimiento del próximo retoño de los Príncipes de Asturias. Lo más llamativo del asunto es el error en el que siguen incurriendo catedráticos, cronistas, periodistas y algún que otro “experto” en casas reales. El confusionismo sigue siendo mayúsculo. En concreto, el día 26 de septiembre, ABC traía sendos artículos de dos de sus firmas de cabecera, Luís Ignacio Parada y Benigno Pendás, en los que ambos padecieron ciertos errores o, cuando menos, ciertas inexactitudes que me llamaron poderosamente la atención, sobre todo por venir de quien vienen. El caso del primero de ellos me resultó particularmente chocante si tenemos en cuenta el rigor al que nos tiene acostumbrados. Ciencia, Medicina, Historia, Derecho, etc. A diario solemos disfrutar con una estimulante lección por parte del autor de “La burbuja” sobre cualquiera de estas materias. Por eso me extrañó tanto hallarle algún gazapo. El título de su columna rezaba “¿Y qué ocurre si nace un niño?”.

Observa bien Parada cuando dice que la regla de la preferencia del hombre sobre la mujer en la sucesión real que contiene el art.57 de la Constitución es contraria al tenor del art.14 de la misma. Pero pasa por alto que se trata de una de esas reglas especialísimas que encontramos de cuando en cuando en nuestro Ordenamiento y que, aun con ser una norma “contra legem”, es preferente a la del art.14, aunque sólo sea para el caso concreto. Por lo menos así ha sido considerada hasta la fecha a pesar de su claro carácter discriminador. Se trataría de una aparente antinomia ubicada como lex especialis respecto al citado art.14. La sucesión mortis causa de los títulos nobiliarios, como apunta Benigno Pendás, también está sometida a un régimen claramente discriminatorio que, por cierto, ha sido avalado por el mismísimo Tribunal Constitucional. Pero vayamos al tema.

Asegura Luís Ignacio Parada que “si esperamos a que los Príncipes tengan un segundo hijo y es varón, la reforma sería muy complicada porque se perjudicarían los derechos actuales de ese niño […]”. Sin embargo, esto no es cierto. Si naciera un niño, por el simple hecho de su nacimiento no adquiriría derecho sucesorio alguno. Es más, ni Leonor, ni siquiera el mismísimo Príncipe ostentan actualmente derecho alguno a la sucesión de la Corona de Don Juan Carlos.

Siento, por otro lado, disgustar al profesor Pendás cuando, en su artículo “Sucesión: claridad y prudencia”, trata de evitar que el debate pase por la distinción dogmática entre “derechos adquiridos” y “derechos expectantes”, pero con ello, dicho autor (supongo que involuntariamente) desdeña de una de las claves del asunto. En primer lugar, no debemos olvidar que “Los derechos a la sucesión de una persona se transmiten desde el momento de su muerte”, dice el art.657 de nuestro Código Civil. La sucesión real, como sabemos, puede llevarse a efecto por dos vías: inter vivos (mediante la abdicación) o mortis causa, es decir, una vez que el Jefe del Estado fallezca. Dejando a un lado la primera de estas posibilidades (ya que Su Majestad podría abdicar en la persona que tuviera a bien), creo que todos estamos pensando en la hipótesis de una sucesión por muerte. Por eso se trata de determinar: a) El orden de la sucesión mortis causa, eliminado la discriminación existente entre varón y mujer, y b) la técnica legislativa que debe emplearse para llevar a cabo dicha equiparación a un futuro llamamiento sucesorio cuando todos sean del mismo grado (por ejemplo, hermanos). Cuestión esta última sobre la que se han barajado las soluciones más pintorescas.

¿Por qué digo que ni siquiera el Príncipe Felipe posee actualmente derecho alguno a la sucesión de la Corona? Porque, como acabamos de comprobar, hasta que no se produzca el hecho determinante de la sucesión (la muerte de la persona que transmite el derecho), no se abre la sucesión. Una vez que se abra la sucesión de Don Juan Carlos (suponiendo, repito, que no haya abdicado ya previamente, que sería lo más normal) habría que determinar cuáles de los herederos llamados viven y, de entre ellos, cuáles tienen capacidad para sucederle, tras lo cual habría que señalar del orden de prelación de los mismos. Hasta que todo esto no se produzca no se puede hablar de que el Don Felipe sea el heredero de la Corona, aunque Pendás “en puro rigor” admita que en tanto Don Felipe no suceda tendrá una “simple expectativa” (su cita a Don Federico de Castro certifica ese “rigor”). La única persona a la que Constitución atribuye derechos directos es a Don Juan Carlos (art.57, cuando dice que es “el legítimo heredero de la dinastía histórica”, pero no se dice nada de Don Felipe, pues la referencia que se le hace en el apartado segundo de ese mismo artículo se concreta exclusivamente a su tratamiento honorífico y protocolario). Por eso, insisto, el Príncipe no ostenta actualmente derecho alguno a la sucesión de su padre. Habría que esperar a lo que ocurriera en el momento de la apertura de la sucesión.

Para cerciorarnos de esto pensemos por un momento en varias posibilidades perfectamente factibles (que deseamos no tengan pronto lugar, pero que a nadie se le escapa que son perfectamente verosímiles). Piénsese que al fallecimiento del actual Rey, el Príncipe Felipe no estuviese en situación de poder suceder por incapacidad, por imposibilidad o, sencillamente, porque hubiera muerto previamente. En tal caso, la sucesión de Don Juan Carlos se produciría en la Infanta Elena, por ser, dentro del mismo grado que el Príncipe, la de mayor edad. Y a partir de ella, la Corona pasaría a sus descendientes: Froilán, Victoria, etc. Como vemos, el Príncipe, una vez hubiera muerto, no trasmitiría a sus hijos ese “supuesto derecho de heredar a su padre” que todo el mundo le atribuye. No lo transmitiría porque no lo tiene.

Creo que el error de considerar a Don Felipe como heredero (supuestamente único) al trono proviene de una interpretación literal y torpe del art.57.2 CE cuando habla de “El Príncipe heredero…”. Que la Constitución se exprese en estos términos no quiere decir en modo alguno que el “Príncipe heredero” sea el único heredero de nuestra Monarquía. La Constitución, redactada en consideración a la regla de la preferencia del hombre sobre la mujer, se refiere al “Príncipe heredero” porque de los tres hijos que los Reyes tenían (y siguen teniendo) en aquel momento, sólo uno de ellos se anteponía a los demás, por las reglas del art.57: el primogénito varón, o sea, Don Felipe. Lo cual no significa que éste sea el único heredero al trono, sino sólo el preferente, ya que si falta él, la sucesión se deferiría hacia Doña Elena.

Por tanto, en cuanto a la pregunta de ¿qué ocurre si nace un niño? La respuesta es clara: nada. Nada grave, para no ser tan tajante. Hasta en tanto no se abra la sucesión de Don Juan Carlos, nadie puede estar seguro de su derecho a heredar la Corona. Por todo ello, modificar la Constitución ahora para situar en pie de igualdad a los hermanos tendría un serio inconveniente: la situación de las Infantas. En efecto, si mañana se cambiara el texto constitucional suprimiendo la frase “será preferido… el varón a la mujer”, inmediatamente estarían por delante de Don Felipe sus dos hermanas. Todo ello, naturalmente, si los tres concurrieran a la apertura de la sucesión en igualdad de condiciones (físicas y psíquicas). Ese sería un grave inconveniente. ¿O no? Este aspecto se ha olvidado con frecuencia precisamente por no cuestionar que el heredero, el supuesto “único” heredero, es Don Felipe. Pero ya hemos visto que no es así. En cambio, dice Pendás que “habría que cerrar cualquier debate ficticio sobre la prioridad de Don Felipe”, cosa en la que no puedo coincidir si establecemos una equiparación entre hombre y mujer hic et nunc. Sería de una técnica legislativa deplorable que se dijera “los hijos del Rey le sucederán sin distinción ni preferencia de sexo, salvo las Infantas Elena y Cristina, que no serán reinas jamás salvo que la muerte de su hermano lo remedie”. No habría forma de articular semejante engendro. Por eso, estoy convencido de que la reforma constitucional sólo tendría sentido una vez que el Príncipe de Asturias fuera Rey, si se quisiera que su estirpe fuera la que sucediera en el futuro, claro.

La teoría de los “derechos adquiridos” es una de las cuestiones que más encharcan este asunto. No hay “derecho adquirido” alguno. Pondré un ejemplo para que se entienda mejor. La legislación civil común concede unos derechos legitimarios a los parientes del difunto. Si mañana se suprimieran estos derechos (cosa por la que aboga buena parte de la doctrina notarial) yo no podría reclamar que se me resarciera con una cantidad igual a la que, con esta medida, habría dejado de percibir el día que fuera llamado a una sucesión mortis causa en la que hubiera sido otrora legitimario. Es absurdo. Los derechos de defieren en el momento en que la ley lo permite o lo ordena, nunca antes.

Por otro lado, tampoco es del todo exacta la afirmación de Benigno Pendás cuando dice que “la sucesión es una materia de derecho público que debe tratarse con criterios muy diferentes al Derecho Civil aplicable a los ciudadanos comunes”. Efectivamente, la sucesión real es una cuestión de Derecho Público, pero no por eso deja de estar articulada por criterios distintos de los puramente civiles. La misma Constitución apela a la “representación”, las “líneas” y los “grados”. Cierto que además emplea el criterio de la “primogenitura” (como prevé al art.31 del Código Civil), pero todo ello (de ahí su especialidad) está motivado por una sola circunstancia, a saber: tratarse de una sucesión uti singuli, en la exclusiva medida en que la Corona sólo puede recaer en una única persona, siendo imposible que los herederos se la tuvieran que “repartir”, como sucede con la sucesión mortis causa común.

En cualquier caso, coincido con Parada y Pendás en que la modificación requiere una reforma de la Constitución, y no una mera Ley Orgánica, a pesar de que algún constitucionalista haya estimado viable este instrumento normativo. El art.57.5 dispone que “…cualquier duda de hecho o de derecho que ocurra en el orden de sucesión a la Corona se resolverá por una Ley Orgánica”, pero no se trata de despejar duda alguna, sino de cambiar el texto de la Carta Magna, mediante la supresión de uno de sus incisos. De la misma forma, y en esto también estoy de acuerdo con los articulistas de ABC, esta reforma debería coincidir con unas elecciones legislativas, para eludir cualquier controversia monográfica sobre la institución monárquica, ya que sólo podría perjudicarla. Eso sí, no creo que debiera mezclarse con otras reformas “en paquete”, porque se correría el serio riesgo de que aquellas otras (quizá más delicadas que la de una mera equiparación de sexos) pudieran colarse de soslayo con consecuencias imprevisibles.

22 septiembre 2006

ALIANZA DE RELIGIONES. Política

Aunque todos traten de poner ahora la tirita sobre la hemorragia (incluido ZP), no queda más remedio que admitir que el Papa metió la zarpa hasta el garganchón. Que sí. Nada de interpretaciones a posteriori propias de la perspicacia de Pepiño Blanco. Otra cosa es que los musulmanes sean una sociedad religiosa especialmente sensible en lo que toca a sus temas de culto, pero las cosas son así y hay que preverlas para no tener que lamentar luego.

La solución de nuestro queridísimo presidente a todo este cisco ya sabemos que pasa por una supuesta alianza de civilizaciones. Idea nada original, pero que parece haber tenido suficiente eco en los mentideros progresistas. Tal alianza sólo tiene una insignificante pega: que las civilizaciones llamadas a aliarse deben civilizarse a sí mismas previamente. O mejor, que tienen que adecuar su mentalidad al primer mundo, al mundo occidental. No tengo inconveniente alguno en que el Islam quiera (o pretenda) seguir viviendo en el medievo. Me da igual. Ahora bien, que nadie pretenda que una cultura con mil años de retardo tenga posibilidad alguna de aliarse con la del siglo XXI. No es este el sitio para loar las bondades de nuestra civilización pero lo cierto es que es a la que hemos llegado. Nada o casi nada puede ir ya hacia atrás. Qué progre soy, coñe!

Descartada, intelectual y prácticamente, la alianza de civilizaciones, sólo queda, creo, una opción nada baladí. La alianza de religiones. ¿Por qué propongo esto y rechazo aquello? La razón es simple. La alianza de civilizaciones exige, como hemos visto, que las civilizaciones compartan un mínimo aliable, cosa que no sucede. En cambio, si se tratase de lograr un diálogo entre religiones la cosa sería distinta. El Islam y la Iglesia Católica, por poner sólo dos de los casos en liza, están (con ciertos matices) tan lejos de nuestro tiempo la una como la otra. Son sistemas fósiles, creencias seculares, credos momificados. Dignas de todo el respeto, pero igual de vetustas, cerradas y arcaicas. Sólo entre ellas puede llegarse a un entendimiento de mínimos, o sea, de respeto mutuo. Si añadimos a esto que los países islámicos suelen ser Estados teocráticos, podemos esperar, con cierta cautela, que el encuentro de las grandes religiones pueda repercutir sobre esos Estados, y éstos, a su vez, en sus relaciones con los otros.

Sé que esto es más bien difícil, y también sé que el traslado de este diálogo a los respectivos territorios del Islam es aún más complicado. Pero si no se hace nada en este único sentido, puede que tengamos que padecer las secuelas de este choque de civilizaciones durante mucho tiempo.

20 septiembre 2006

HACIA UN PARTIDO ÚNICO. Política

Ser seguidor del PP se ha convertido en los dos últimos años en actividad de riesgo. Ya lo era en el País Vasco y Cataluña desde hace mucho, pero ahora la epidemia se ha extendido a toda España. O quizá sea mejor decir “al resto de España”. Después de contemplar la puesta en escena del rechazo a las iniciativas del PP sobre la verdad del 11-M no creo que nadie lo niegue un minuto más. Hoy ha sido esto, mañana será lo otro y ayer fue lo que ya sabemos. Lo importante es marginar al PP "como sea". La imagen es desoladora cuando uno mira esa rueda de prensa “a 7 bandas” en la que aparece el PSOE junto a “los ilustres”: CC, IU, ERC, PNV, NB y el PSC (se entiende que como partido distinto y separado, claro). Qué cuadrilla.

Estos apaños bastardos entre los citados grupos parlamentarios tienen, en el fondo, un objetivo común: la eliminación del PP. Poseedora, como es, la izquierda, de la verdad, la moralidad, la solidaridad y todo esos principios tan almibarados, es lógico que habitualmente se permitan el lujo de sacarle las vergüenzas al PP, “la extrema derecha”, como dicen ellos, para machacar al ciudadano con el lema “PP=extrema derecha”. A pesar de ser una táctica deplorable y pueril, no diría yo que no les da resultado. Ni mucho menos.

Una vez que eliminemos al PP, objetivo primordial de cualquier partido digno de denominarse así y democrático que se precie de ello, ya sólo nos quedará, por fortuna, un partido al que votar: el PSOE. Porque votar a sus actuales acólitos sería tontería. Para qué nos vamos a engañar. Será entonces cuando la Democracia habrá llegado a su cenit. Sin posibilidad ya de votar, ni pensar siquiera, en idea alguna que no sea el socialismo real (que ninguno de nuestros progres profesa, por cierto), todo será perfecto y el PSOE gobernará per secula seculorum. Amén.

Qué maravilla. Oh! Qué llegue ya el día, por Dios.

16 septiembre 2006

EL 11-M, EL PSOE, EL ABC Y EL MUNDO. Política

Anda el patio revuelto por la investigación que llevan a cabo El Mundo y Libertaddigital sobre “la verdad” del 11-M. De un lado, el PSOE critica que periódico de Pedro J. pretenda llevar a cabo un juicio paralelo sobre el tema, y de otro, La COPE (en pleno) ha arremetido seriamente contra el ABC por secundar, supuestamente, la tesis del enemigo. En cuanto a esto último, no me cabe duda alguna de que la radio episcopal (a la que soy tan asiduo como al ABC) está utilizando a la cabecera de los Luca de Tena como víctima propiciatoria, un poco por las rencillas entre Jiménez Losantos y Zarzalejos, y otro poco por la impotencia de contemplar cómo uno de los diarios de referencia tradicional del sector conservador no comulga (la expresión viene al pelo) con las tesis de la nueva prensa derechista (o liberal, que dicen ellos): El Mundo y La Razón.

Al margen de este asunto periodístico, está el PSOE. Al margen, pero tirando piedras desde la azotea. Lo que más me sorprende es que el PSOE considera la investigación extra judicial inmoral (sic). Para ello han recurrido a dos argumentos: Primero, a que la pesquisa procesal debe quedar reservada a los Tribunales de Justicia; y segundo, que El Mundo y compañía están basando sus hallazgos en el testimonio de un delincuente. Ambos argumentos son falsos, como suele el PSOE. Son dos simples sofismas.

Respecto al primero de ellos ¿cómo puede sostenerse con un mínimo decoro que la búsqueda de la verdad es inmoral?, ¿cómo puede pretenderse que la búsqueda de la verdad quede reducida a la “verdad judicial” a la que apela Pepiño Blanco? Si la “verdad judicial” no se corresponde con la “verdad real” es que una de ellas no es verdad. Que esto no lo entienda el secretario de organización del PSOE se comprende, pero que lo obviemos el resto no pasa. La verdad, deberían saber Blanco, Rubalcaba y Chaves (que se han pronunciado en idéntico sentido), sólo es una, da igual que se alcance mediante la indagación procesal o mediante una investigación extrajudicial. La cuestión es encontrarla. Por eso, y en esto le doy la razón a El Mundo, me parece perfectamente legítimo, no sólo que haya varios periodistas persiguiendo el asunto, sino que se pusiera tras la pista de los atentados de Madrid todo aquel que pudiera descubrir algo.

Y en lo que se refiere al testimonio del tal Suárez Trashorras, no creo que cuando fue citado por Del Olmo, tanto como imputado como testigo, haya tenido éste tantos reparos morales para escuchar su testimonio. Tampoco la policía creo que desconfiara mucho de él cuando lo tenía en la nómina de confidentes. El hecho de que el periódico de Ramírez haya retribuido esa información, no le quita un ápice de validez a ésta. La policía se ha dedicado siempre a cambiar información por beneficios penitenciarios, vistas gordas, o pequeñas dosis de droga para los chivatos, y nunca han renunciado a aquella.

¿Creería el PSOE, acaso, a Suárez si les revelase algún dato que les beneficiara? Contéstese usted mismo.

14 septiembre 2006

LA INDEPENDENCIA NO SIRVE DE NADA. Política

No lo digo yo, lo dijo Maragall en la Diada. Es más, no es que no sirva de nada sino que “es ridícula”. Coño, lo que hay que oír! Si uno se pone a pensar, no tarda en darse cuenta de que, efectivamente, los catalanes no gozan precisamente de fama de dogmáticos. Al contrario, su notoriedad de peseteros les ha convertido en una de las razas más avispadas para el negocio (la influencia hebrea perdura). Por eso, para conseguir una peseta, el catalán (según tengo entendido) recurre al dogma que sea menester. Y así ha sido.

Una vez reivindicado el origen antediluviano de la raza catalana, y una vez aprobado el Estatuto en base a ello, Maragall dice que ya han conseguido lo que querían. Claro, así se entiende que la independencia ya no les haga falta para nada. Si tienen lo que quieren y el Estado español (como dicen ellos) sólo es “residual”, aunque pagano, pues ¡viva España! (con perdón, eh…). Si ya decía yo. Dónde van a ir a parar, si tienen firmadas las inversiones de los tres próximos años. De esta forma se entiende meridianamente bien por qué la independencia es inútil y ridícula: si Cataluña fuera independiente no tendría, en principio, la más mínima posibilidad de pedirle limosna al Estado español, en cambio, si tienen lo que quieren y además siempre tienen la posibilidad de coaccionar al Estado para que les monte otras olimpiadas, otro Forum, el AVE o cualquier otra mandanga con vitola cultureta, pues mejor que mejor. Cla!

Sólo una cosa a modo de “post data”: espero que el Tribunal Constitucional resuelva pronto (muy pronto) la inconstitucionalidad del Estatut, porque mucho me temo que tanto regocijo nacionalista va a asistir próximamente al capítulo de la decepción.

EL ASUNTO RUBIANES. Política

La figura de Pepe Rubianes se ha convertido en los últimos días en el reclamo de un nuevo episodio de “las dos Españas”, que tanto gusta (y conviene) a algunos. El asunto trae causa de unas declaraciones que hizo el actor meses atrás en la televisión catalana en las que, sacudido por el jaleo y la aclamación del publico allí presente, se despachó con unos cometarios (un auténtico libelo verbal y soez) contra España. Entre las alhajas de su discurso se decían cosas como estas: “A mí la unidad de España me suda la polla por delante y por detrás; que se metan ya a la puta España en el puto culo, les explote dentro y les queden los huevos colgando de los campanarios. Que vayan a cagar con la puta España y dejen de tocar los cojones, y se vayan a la mierda con el país este…”.

Después de esto (de lo que, por cierto, no tengo noticia de que los que ahora le defienden lo hicieran en su momento) Rubianes no representará por fin la obra que había programado en Madrid para las próximas fechas. Da igual que haya sido Gallardón el artífice del veto o que haya sido cosa del propio actor. La cuestión de fondo es la de si resulta oportuno censurar su obra “Lorca eran todos” al hilo de estos exabruptos.

La libertad de expresión es un derecho fundamental, como todos sabemos, pero que está jalonado por una serie de límites. Nuestra “progresía de pegatina y Audi” olvida de vez en cuando esto. Más bien, lo olvida deliberadamente cuando le conviene. Consideran intolerable que se repruebe la función del gallego sólo porque haya hecho uso de uno de los derechos que le corresponden. Sin embrago, la izquierda patria debería, aunque fuera una vez al año, ser mínimamente autocrítica. Dejarse de los eslóganes de asamblea parisina sesentera y ponderar no sólo la supuesta plenitud de la libertad de expresión, sino ante todo, la posibilidad de que dicha libertad se haya pillado los dedos. No olvidemos, por otro lado, el silencio que han mantenido cuando figuras como Rajoy, Boadella, Espada, Juaristi o Vidal Quadras han intentado dar una conferencia en Cataluña sin pronunciar “putada” alguna.

La libertad de expresión tiene como límites, como casi todo, la Ley, la moral y el orden público. Es decir, si un imputado amenaza e insulta al tribunal que le juzga, aquel será acusado de amenazas y desacato. El límite, pues, de su libertad será en este caso la Ley. Cuando, por contra, alguien manda a tomar por culo a “la puta España”, lo que está es atentando contra la institución estatal a la que el ofensor debe todo lo que es, tanto lo bueno como lo malo, quiera o no. Esta expresión, pues, pugna frontalmente con la moralidad española y con el orden público. Es cierto que con ser ello así, no habrá que imponérsele necesariamente una sanción legal a Rubianes. Legal no, pero sí social. La sociedad ofendida rechaza a sus ofensores. Pura lógica y congruente reciprocidad. Esto lo explica la Teoría General del Derecho: existen dos tipos de sanciones, las de naturaleza legal (en las que no ha incurrido Rubianes) y las de carácter ético, moral o social, que llevan aparejada una sanción de este mismo tipo aunque, eso sí, imprecisa y más difusa. Pues bien, el actor antiespañolista, a lo sumo, debería soportar un castigo de esta segunda especie, ya que la sociedad española, en general, y la madrileña, en particular (permítaseme generalizar), no entiende que un personaje con esta actitud pretenda estrenar la obra teatral que dirige en el Teatro español; en la capital de (la puta) España; gobernada por los herederos de los que asesinaron a Lorca; en la España “charanguera, de escupitajo y gomina, inculta y reaccionaria, culturalmente miserable; cavernícola y fascista”, como dice el propio Rubianes. No se entiende que recurra a un teatro de titularidad municipal de la “capital de mal” para representar su función. Es, cuando menos, no ya una provocación (como podrán sostener algunos) sino un ejercicio de incoherencia culturalmente miserable (por parafrasear al interfecto).

En fin, las palabras del actor gallego no deberían quedar sin una reacción social que desaprobara su conducta. En caso contrario nos encontraríamos ante ese adagio castellano que reza aquello de: “Encima de puta (nunca mejor dicho), poner la cama”.

05 septiembre 2006

COMIDA BASURA. Sociedad

A la “comida basura” le ocurre lo mismo que a la “tele basura”: todo el mundo habla de ellas sin saber lo que son. Párese usted a pensarlo por un instante y reflexione sobre ello. La cosa es que leí el otro día una noticia sobre una campaña que va a iniciar el Ministerio de Sanidad para prevenir el colesterol y la obesidad, para lo cual, uno de los primeros pasos será reunirse con los responsables de la industria alimentaria para intentar rebajar el estiércol de la comida basura. La noticia venía ilustrada con la foto de una hamburguesa (que por cierto tenía una pinta cojonuda). Fue entonces cuando me plantee seriamente lo de la “comida basura” porque entre esa imagen y la basura existe un trecho kilométrico.

Cuando la gente habla de este tipo de comida suele referirse de forma unívoca y tácita al género del “fast food” (la comida rápida, para que nos entendamos), “to take away” (para llevar) o para papear in situ. De parecida forma, cuando se habla de “telebasura” (toojunto) también encerramos en el término una idea común: “programa no cultural”. Pero pensemos: ¿Cuántos programas “cultos” conoce usted?, más aún, ¿cuántos de ellos consume usted habitualmente?, o ni eso: ¿y de forma esporádica? Somos unos verdaderos paletos! Lo único que nos parece “cultural” son los documentales de “La 2” y somos tan cafres que, encima, no tenemos reparo alguno en confesar que son “ideales para echarse la siesta”. Hay que joderse!

Me explayé hace tiempo sobre lo que considero “telebasura”, pero sintetizando diré que este género es, grosso modo, aquel en que no se respeta la dignidad ni el honor, no ya de los presentes, sino cualquier persona, terceros, cuartos, etc, ya lo dirija y presente Teresa Campos (Celestina de la zafiedad de alto octanaje) o Yola Berrocal. Eso es basura: la falta de respeto a las personas y a las cosas. Pues bien, la “comida basura” es algo parecido. El error es identificar “comida basura” con “fast food”. Las hamburguesas del “Mac” o los “donner” de los “paquis” son tan sanos o tan basura como el chorizo de Salamanca o el salchichón del Pamplonica. Ni más ni menos. Tan sanos o tan basura como la mantequilla de Soria o el lechazo de Aranda. Como la mortadela siciliana o el fuagrás de los Cameros. Grasa, grasa y más grasa. Si bautizamos con el apelativo “basura” a lo uno, deberíamos atribuírselo también a lo otro.

El esnobismo es tan atractivo como grotesco, pero la coherencia exige que cosas iguales reciban el mismo trato. Si la grasa es “basura” (que lo es), todos los alimentos ricos en grasa, desde la chistorra hasta los huevos estrellados de Lucio, deberían quedar proscritos por los siglos de los siglos. Pero parece que no es así. El Ministerio de Sanidad, que hace bien en preocuparse por estos temas, debería ser más consciente de que no importa tanto la cualidad como la cantidad. Es decir, lo grave no es comerse una “Whopper” o zamparse una chuletada una vez a la semana, lo grave es hacerlo a diario. Una vez que entendamos esto concluiremos que tan basura es lo uno como lo otro, la cuestión, pues, está en lo aficionado que cada uno sea al fuagrás camerano o al kebab iraní.

DISTINGUIR LA PAZ DE LA GUERRA. Política

Acusó ayer ZP al PP de no saber distinguir estos dos Conceptos. Exageración típica de “mitin tardoestival de pueblo” que, en principio, no pasaría de ser una más de esas bravatas recíprocas que se dedican nuestros políticos a diario. Sin embargo, las palabras del presidente del gobierno de la nación no deben tomarse nunca a la ligera. Nos dimos cuenta hace tiempo que cualquier vocablo salido de la boca de nuestro “Redentor de la Verdad” suelen tener doble (o incluso triple) fondo. Y digo “en principio” por dos cosas: primero, porque cualquier impúber te sabe explicar, con más o menos soltura, qué es la paz y qué es la guerra, y segundo, porque si ZP formula tal acusación al partido de Rajoy, suponemos, sensu contrario, que él sí conoce tal diferencia.

Que ZP es “El Genio de los Conceptos” lo sabemos todos los que conocíamos los Conceptos antes y los hemos tenido que redescubrir otra vez ahora. Ahora, la guerra ya no es la guerra, ni tampoco la paz es la paz. Ahora, la guerra es lo que el “socialismo de balconcillo” dice que es la guerra, y la paz viene a ser algo así como ese “marido ejemplar” que sólo sacude a la parienta una vez al mes (“lo justo” y porque se lo merece, claro). Es decir, la escena de una película de terror en la que, cuando viene el susto, uno cierra los ojos y contrae el esfínter posterior.

La paz y la guerra son dos conceptos, como la mayoría, sometidos al universo particular de lo que uno piensa del resto de las cosas, es decir, del universo general. Pero no. La guerra y la paz son lo que son, no lo que nosotros queramos (o nos conviene) que sean. Eso ha sido así desde que el hommo non erectus se hostiaba a garrotazos con sus congéneres por comerse una ciruela, pongamos. La paz, justamente lo contrario. Pero vayamos a los Conceptos. Soy de los que piensa sin serias dudas (a la espera de que se me demuestre lo contrario) que la naturaleza del hombre es violenta. Y esto también es así desde nuestro citado antepasado. Pero no hace falta ir tan lejos. Desde que el ser humano aún no era tal, sino un mísero gusanillo, ha habido guerra. Y hoy seguimos exactamente igual. Es cierto que nosotros disfrutamos de más ratos de paz que de guerra, pero igual de cierto es que la guerra sigue existiendo. La paz es, pues, el periodo de tiempo exento de guerra. Por eso, la paz puede ser más o menos prolongada, pero en la medida que no exista guerra, existirá la paz, aunque sea la del campo de los cipreses.

El verdadero problema que entraña la guerra es el de su moralidad. No se caiga en el error de que los Conceptos de “moral” o “ética” son antitéticos con el de “guerra”. En absoluto. La guerra tiene muy mala fama, con justicia. Pero sólo es la fama. Aun partiendo de la faz negativa de la guerra podemos preguntarnos: ¿tiene algo positivo la misma? Lo único positivo que puede conllevar la guerra es su resultado. Si atendemos al resultado sabremos si la guerra ha sido positiva o negativa. Se pensará inmediatamente que no recordamos ninguna guerra que acabara “bien”, y quizá sea perfectamente cierto. Pero también hay que tener en cuenta que debemos atender al caso concreto.

Alguno, hasta lo que aquí se ha dicho, estará tirándose de los pelos y el corazón se lo empezará a notar a la altura de las anginas. Calma. Pensemos un poco. No estereotipifiquemos los Conceptos. Veamos. Planteemos al votante socialista la siguiente pregunta: ¿para qué tipo de asuntos estaría usted dispuesto a que las tropas españolas intervinieran fuera de nuestras fronteras? Anticipándome a la respuesta, propondré una bastante verosímil: “Para misiones de paz”, diría nuestro socialista interpelado. La cuestión es que “las misiones de paz” son uno de esos otros Conceptos volubles con los que los “pacifistas de pancarta y puchero” despachan airosamente cualquier debate sobre el tema. Lo que no se toma en cuenta en estos casos es que las llamadas “misiones de paz” no son “misiones en la paz” sino “misiones para la paz”. Es decir, no conozco destacamento militar alguno, ni propio ni extraño, que acuda allí donde se este “en paz”, sino donde existen conflictos, precisamente para lograr la paz, y mantenerla. Las propiamente llamadas “misiones de paz” son todas aquellas en las que la guerra no juega papel alguno. Son “misiones de paz” porque no hay guerra. Tal es el caso de las maniobras dirigidas al auxilio de la población en caso de catástrofes, inundaciones, incendios, etc, de los que en España, afortunadamente, no tenemos muchos casos recientes que contar. Eso son “misiones de paz”: portar mantas, víveres, fletar buques de salvamento, nutrir a poblaciones aisladas o inanes, construir y reparar rutas de transporte, proporcionar combustibles, mantener expeditas las vías de comunicación, etc. Eso son “misiones de paz”. El resto de los quehaceres de los tres ejércitos son empresas armadas sin posibilidad de admitir eufemismo alguno. Para repartir galletas ya están las “Sisters of Mercy”.

Resulta ahora que “el socialismo pacifista de tartera y aparcacoches” va a enviar un contingente de los nuestros a Líbano para una “misión de paz”. De acuerdo, es un compromiso con Naciones Unidas y debemos contribuir como ellos lo harían por nosotros (…), pero que nadie nos intente vender el “loro lenguaraz” cuando el loro es mudo. La legalidad o ilegalidad de la “misión” es un argumento peregrino que intentaré desmontar con mucho gusto en otra ocasión, lo mismo que el tema de la “moralidad bélica”. Mientras tanto, no estaría mal que la “progresía de chófer y chalé” organizara una nueva rebelión callejera con cacerolas y “Goyas”. Más que nada… por coherencia.