08 diciembre 2007

“ESCLAVOS” MILLONARIOS

La esclavitud existe. Y se halla mucho más cerca de nosotros de lo que pensamos. Dicen que en Marruecos, India o China existen personas (ciudadanos diría el progresismo) que trabajan en condiciones de esclavitud y son comprados y vendidos como tales. Pero no me refiero a este tipo de esclavos. Me refiero a los esclavos multimillonarios.

¿Son contradictorios los términos esclavo y multimillonario? No, según John Carlin, que destapaba -es un decir- la noticia en El País (5-VIII-2007) con un artículo titulado Esclavos de lujo. El reclamo semántico del encabezamiento hacía prácticamente irresistible la lectura de la columna. Por lo visto, según el periodista inglés, los futbolistas de élite son esclavos de sus respectivos clubes. Ha leído usted bien: esclavos. Eso sí, esclavos de lujo. Adviértase que no es lo mismo ser un esclavo de lujo que un esclavo millonario. Un esclavo de lujo viene a ser un esclavo lujoso, es decir, una res laboris de élite. Una especie de caballo de carreras que siempre gana. En cambio, un esclavo millonario es -en pura teoría- una res laboris con un sueldo de millones de euros. El primer inconveniente es que no todos los jugadores de primera división son jugadores de élite, ni siquiera en los equipos europeos más elitistas. El segundo consiste en que es falso que los futbolistas sean esclavos por mucho que los visionarios de la maldad del mercado y el anticonsumismo sostengan lo contrario: primero, porque eligen dónde desean jugar, y segundo, porque nadie trafica con ellos si ellos no quieren.

Según John Carlin, en el fútbol europeo existe el “tráfico de esclavos”. Un tráfico en el que las figuras del balón son “compradas, vendidas e incluso alquiladas” fruto del libérrimo capricho de los dueños de los clubes. A pesar de que los futbolistas “trabajan pocas horas haciendo lo que más les gusta, ganan más [mucho más] en una semana que el presidente del Gobierno español [en un año], se hacen famosos y tienen a su alcance mujeres por un tubo” -según admite el periodista británico- resulta que son unos míseros esclavos. A propósito de Robben antes de fichar por el Real Madrid, decía Carlin: “Si tiene suerte jugará donde él desea. Si no, acabará siendo otra víctima más del gran mercado contemporáneo de esclavos de superlujo”. Ésto, además de ser absolutamente falaz, es sencillamente indecente. Basta con que usted se responda a las siguientes preguntas para comprobar el nivel de esclavitud que, siempre según Carlin, alberga nuestro sistema laboral.

¿Conoce usted a alguien que trabaje pocas horas haciendo lo que más le gusta que gane mucho más en una semana que el presidente del Gobierno español en un año y que tenga a su alcance mujeres por un tubo?

¿Conoce alguien que tenga la suerte de trabajar donde desea? Es más ¿conoce a alguien que trabaje en una empresa que esté al nivel de los clubes profesionales de fútbol y que gane tanto dinero como un futbolista profesional? Si es así, le ruego me lo comunique para echar instancia en la empresa.

O a la inversa ¿puede un trabajador corriente -de esos que se gastan medio sueldo en ir al fútbol dos o tres veces al mes- elegir la empresa en la que quiere trabajar y cuánto quiere ganar para “tener mujeres por un tubo”? Usted y yo conocemos la respuesta. El problema, según el corresponsal inglés, es que “a cambio de de la felicidad material, se entrega la libertad; los placeres de la carne, el alma. El pacto con el diablo en estado puro”. Hay gente que no se conforma con nada, que aspiran a la perfección moral del Orbe, a la felicidad plena del Ser Humano y al Ansia Infinita de Pazzzzz. Uno de ellos es Zapatero. Otro, John Carlin.

Los jugadores de fútbol son unos trabajadores privilegiados. Ni de élite ni de lujo. Privilegiados. Trabajan pocas horas (muy pocas) haciendo lo que más les gusta, ganan más (mucho, muchísimo más) en una semana que cualquier presidente de Gobierno en un año y son famosos, lo que no tiene otro atractivo que poder tener a su alcance “mujeres por un tubo”. Es decir, mucho, muchísimo más que usted y yo. La pega es que usted y yo, lo mismo el 98% de los asalariados de este país, daríamos la mitad de nuestra vida laboral por poder trabajar en unas condiciones medianamente parecidas a las de un futbolista.

Deduzco que lo que más le dolía a Carlin es que “a cambio de la felicidad material, los futbolistas entregan su libertad y que por los placeres de la carne, entregan su alma”. Otros de los inconvenientes de los sofismas chuscos del columnista británico es que ese mismo porcentaje de trabajadores jamás obtiene ni la milésima parte de felicidad material que un futbolista, sin contar con que la libertad del peón que contrata indefinidamente con una fábrica suele limitarse a poder desistir de su contrato sin derecho a indemnización ni paro.

El último inconveniente de la tesis de Carlin es que el 99% de los trabajadores de 18 a 33 años (que suele ser la edad laboral de los balompedistas) ni siquiera “tienen a su alcance mujeres por un tubo” sino que, más bien, tienen que esperar a que las mujeres “se dejen caer por el tubo” (cosa que no sucede casi nunca) o en otro caso, estar dispuestos a pagar “por un tubo” para disfrutar de “los placeres de la carne”, eso sí, sin perder el alma a cambio. Lo cual es un alivio. 50€ y la cama aparte, que decía el chiste. En cambio, los futbolistas, tras una agotadora jornada laboral de dos horas, entran gratis a los locales de moda, ligan con misses España (o mejor, les ligan las miss España), les invitan a las copas y se las llevan al catre en coches de 15 millones de pesetas. Y por si fuera poco, su vida laboral se reduce a unos 15 años. La vida perfecta. Perfecta si conservasen su alma, claro. Porque en estas condiciones no hay “mujer por un tubo” que valga, y menos que se disfrute. Qué horror. “El pacto con el diablo en estado puro”. Cuando el diablo quiera, que pase por mi casa.

La crónica de Carlin resulta chusca. La gran mayoría de trabajadores sin cualificar (como los futbolistas) se levantan a las 5 de la mañana para coger un autobús o un metro que les lleva a un centro de trabajo donde deben fichar 5 minutos antes de las 6 para realizar una labor mecánica durante 8 horas seguidas con un descanso de 15 minutos. Cinco días a la semana. Siete en algunos casos. Eso sí es lo más parecido a ser un esclavo. Pero levantarse a las 9 para ir a entrenar a las 10 durante dos horas y tener libre de 12 de la mañana hasta la hora de acostarse no lo llamaría yo ser un esclavo, por mucho que el entrenador no lo ponga a uno de titular los domingos, sobre todo si se tiene en cuenta que cada uno de ellos ingresa ¡en un día! lo que aproximadamente gana un peón de fábrica ¡en un año! Lo que se agrava si constatamos que la inmensa mayoría de los trabajadores españoles ni eligen dónde quieren prestar sus servicios, ni cuánto quieren ganar; ni mucho menos. Más aún si se trata de personas sin cualificación, como es el caso de los futbolistas. Ah, y no tienen a su alcance “mujeres por un tubo”, que parece que era lo más importante del asunto…

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