Estamos asistiendo a un fenómeno del que sólo sabíamos por el cine. Las bandas de los suburbios de las grandes ciudades de América marcan su territorio, se imponen un sistema gregario de obediencia, y se dedican a hacer el salvaje. La violencia que se vive en todo en nuevo continente se contempla por sus ciudadanos como algo perfectamente normal. Por eso, cuando vienen a España su primera observación no se refiere a que las casas sean de ladrillo y no de adobe o chapas sino en la seguridad que existe. El régimen de las bandas, o de las “maras”, como las llaman en Centroamérica, está empezando a dejar sus efectos en España. Bandas de delincuentes menores de edad armados, que imponen sus cuentas para más tarde ajustarlas. Se trata de un fenómeno nacido con la inmigración. Ya sé que decir esto es políticamente incorrecto, pero es que además de ser cierto, servidor se pasa la corrección política por donde el Coloso de Rodas se pasaba los barcos. Ya pueden ustedes perdonar, pero es así. Los responsables de que esto suceda son varios: desde la degradación disciplinaria de la escuela que arrastramos desde principios de los años 90 hasta la ceguera que los dirigentes progres, o no progres pero con aspiraciones a la corrección política.
Todas estas mafias semi-infantiles proceden de Ecuador, Colombia, Venezuela y en otra medida de Marruecos, Rumania y los países del Este. Los extranjeros, qué duda cabe, tienen una concepción distinta de la sociedad para ciertas cosas, tanto para lo bueno como para lo que no lo es. Conciben las bandas como una forma de asociacionismo, y por tanto como algo lícito ubicado en su estructura social. Para que no se me acuse de xenófobo selectivo he de añadir que de la misma forma que los ciudadanos de estas latitudes importan estos métodos, si hubiera una oleada de inmigrantes norteamericanos vendrían con su correspondiente pistola. En EEUU la posesión de armas es un derecho reconocido en la Constitución, así que pocos reparos se le pueden poner a quien quiera llevar una al “cinto”. Para nosotros, en cambio, es una atrocidad pensar que alguien al que pisas en el Metro te pueda poner el revólver en el entrecejo para defenderse de la agresión sufrida (sin descender a lo que sucedería los fines de semana).
Por todo ello, en mi opinión, aunque no se pueda llegar a preservar la identidad de la forma de vida en España, lo que sí debemos blindar es el carácter pacífico que las relaciones sociales tienen en nuestro país. Que bastante tenemos ya con los cuatro(cientos) energúmenos de siempre como para que vengan de fuera otros a imponer a los críos la “Ley del Ampa” en los institutos, cuando es precisamente en los centros escolares donde se debe intentar educar, o por lo menos amaestrar, a la pubertad asilvestrada a la hemos pertenecido casi todos (me refiero a lo de asilvestrada). Ahora bien, si la progresía bienpensante y políticamente correcta sigue ignorando este asunto por el tufillo supuestamente racista y xenófobo que conlleva, el problema, lejos de paliarse, engordará hasta que pase algo realmente grave; o hasta que le toque al hijo/hija de algunos de ellos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario