28 junio 2005

RETRATO DE LA TELEBASURA. Sociedad

He leído y escuchado últimamente varios comentarios relacionados con lo que se ha dado en llamar la “telebasura”. Supongo que la mala televisión ha existido siempre, pero el término se acuñó especialmente para calificar programas como “Tómbola”. Es más, este espacio (hoy felizmente difunto aunque con herederos activos) representó el concepto genuino del “género basurero”. Más adelante, la idea de la “telebasura” se ha ido aplicando a todo aquello que a uno no le gusta o a eso otro que se supone carece de cualquier trasfondo cultural.

Yo en cambio, no he participado de esta acepción extensiva del fenómeno. Programas como “Gran Hermano”, “Operación triunfo”, “Hotel glam” y otros de la misma estirpe nunca me han parecido, en principio, que repugnasen el decoro ni que trasgredieran ningún principio de insoslayable profilaxis, incluso me he entretenido con muchos de ellos (aunque me han ido aburriendo poco a poco). Al fin, con este tipo de programas no se trata de explicarle al españolito el origen del universo ni la interesante iconografía artística de los asirios o los Mayas, por ejemplo. Se trata de entretener de la forma más aseada posible al currela (de oficina o andamio) que llega a su casa al final de la jornada con la esperanza de poder relajarse mirando algo que no le haga pensar mucho, y si se puede reír un poco, pues mejor que mejor, ¿o no?.

Sin embargo, como digo, la auténtica “telebasura” es algo muy distinto a todos esto. A mi juicio, la “telebasura” no depende de que un personaje se suba a una mesa y se baje los pantalones. Tampoco calificaría de basura aquella en la que un andaluz con un par de dientes al que apenas se le entiende palabra relate las peripecias con su cuñado; ni siquiera considero que sean una basura esos programas en los una vez por semana acuden una serie de mentecatos para comunicar en público a su familia de que son gays o lesbianas, o que se han llevado al catre a la parienta de su mejor amigo. No, tampoco. La “telebasura” es aquella en la que se vulneran, atropellan, violan, trasgreden, humillan, conculcan y/o se escupe encima de los más íntimos e irrenunciables derechos de la personalidad del ser humano, esto es: la dignidad y el honor. Y auque así dicho pueda parecer exagerado, no lo es en absoluto. Cualquiera puede presentarse en un plató, previo abono de sus honorarios, a detallar que se ha encalomao a fulanito o a menganita, pero hasta ahí. Es decir, el previo pago no legitima nunca a los entrevistadores (o a sus jefes) para insultar al entrevistado, ni para humillarlo, ni para poner en solfa la veracidad de su testimonio. El personaje se presta a comentar sus aventuras y ya. No se presta, so pretexto de haber pasado por caja, a ser vejado de forma enconada y sañuda. Eso cree él con lógico criterio. Pero la realidad se vuelve otra: los que han requerido sus servicios, tras haberle sacado la entretela y después de haberle interrogado sobre todo aquello que el espectador quiere escuchar, pasan a una segunda fase (como en cualquier tortura) en la que proceden a increparle y a intentar avergonzarle de su propio testimonio.

Esto es en lo que consistía el citado “Tómbola” y en lo consiste “Salsa Rosa” (aunque mejor haría en llamarse “Puré Negro”). Y, en efecto, aquel era un programa auténticamente estercolero, de la misma forma que este otro es una bazofia de la misma calaña. Pero lo peor de todo es que el fenómeno ha resucitado con bastante energía, hasta el punto de que en cualquier franja horaria de ciertas cadenas (o mejor, de cierta cadena de televisión) es imposible no encontrar alguna alusión, referencia o anuncio capcioso (o pretendidamente capcioso) relacionado con determinados bulos desacreditadores, engaños impudorosos, difamaciones gratuitas, inventos infundados, maquinaciones tendenciosas, manipulaciones maliciosas o conatos de injuria de una amplia gama de famosos, famosotes o de advenedizos colgados del cuello de unos u otros.

Por eso, la “telebasura” no depende de tanto de la excelencia o lustre de sus personajes como de la falta del más mínimo decoro con la que proceden sus directores, productores y programadores. Por eso, yo lo admito todo; todo salvo la falta de educación y respeto.

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