Por coherencia personal, no podía comenzar el repaso de estos “grandes discos desconocidos” por otro que no fuera este. Primer disco en solitario del que fuera líder, vocalista y compositor de los Commotions. Y digo lo de la coherencia porque, con todo lo bueno que es, seguramente es el disco que cambiaría para siempre mi vida musical. Año 1990. Nada más escuchar las primeras notas del Don´t look back, tema que abre el vinilo, supe que me iba a ofrecer: pop melancólico de guitarras acústicas, salteado con rock melódico de baterías contundentes y órgano Hammond. Composiciones básicas pero a la vez originales, especialmente por cómo trató Lloyd el sonido: enormemente enérgico en las canciones más directas (Sweet Heart o I hate to see you doing that staff) pero sin perder en ningún momento la sensibilidad con la que el de Glasgow concibe siempre su música; y tierno en las baladas (Loveless).
En cuanto al estilo, escuché en su momento que tenía ingredientes de Bob Dylan, no lo creo en absoluto (salvo en la harmónica de Undressed). Es mucho más deudor del pop inglés de los ´80 que de cualquier grupo de las islas. Es más, se puede comprobar sin dificultad que este disco culmina el propio estilo de Lloyd Cole and the Commotions, por su madurez, y porque, aun sonando igual, la instrumentación es impecable, a diferencia de la de aquellos, que a lo largo de su trayectoria fueron rehenes de los medios técnicos y de las producciones de la década de los ´80. En cambio, Lloyd en solitario incluye espléndidos arreglos de viento (A long way down), el delicioso sonido del Hammon, y la dulzura de los punteos acústicos. Rebañado todo con su sensual voz.
En definitiva, un disco perfectamente coherente, original, vivo, deliciosamente rítmico, emocionante (Ice cream girl), divertido cuando quiere serlo, reconfortante y cantado con esa voz tan personal medio impostada de Lloyd. Un disco maravilloso que se presentó y es conocido con una perla: No blue skies.
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