Se cuenta, que Bono, el ministro más folclórico de ZP, en las vivitas que hacía por aquellos lugares de la Mancha cuando ocupaba la presidencia de la Comunidad, se acercaba a los lugareños y tras echarle la mano por el hombro e intercambiar unas sonrisas con aquel que se acercaba para confesarle su cariño, se quitaba el reloj de la muñeca y se lo regalaba al paisano. He escuchado esta historieta varias veces, pero, la verdad, creí que se trataba de una leyenda urbana, o mejor dicho, de una leyenda rústica.
Pues no, me tenía que haber fiado del cuento. Ayer, viendo al ministro de defensa en Afganistán, y tras proclamar solemnemente que le subirá el sueldo a los militares (caray con el Gobierno de la paz infinita), pude contemplar con estos ojitos la escenita: se acerca de soslayo, como aquel que no quiere la cosa, a unos afganos y tras echarles una sonrisilla, zas: se quita el reloj y se lo da.
No sé si repararía don José en que el donatario del obsequio no le puede votar. Ah, eso sí, le pueden votar los familiares que residan en España, porque vete tú a saber si tienen familia aquí. La cuestión es que, en cualquier caso, Bono adapta este teatrillo al escenario que le pongan: le da lo mismo regalar relojes con los molinos de viento de fondo, que con la de una casa hecha ruinas y una decena de chiquillos agarrándole los pantalones. A fin de cuentas, estas cosas se ven en España (especialmente en “La Uno”, que ya no “la primera”) y a los manchegos siempre les gusta recordar viejos momentos, ¿verdad?.
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