03 agosto 2005

EL RELOJERO. Sociedad

Se cuenta, que Bono, el ministro más folclórico de ZP, en las vivitas que hacía por aquellos lugares de la Mancha cuando ocupaba la presidencia de la Comunidad, se acercaba a los lugareños y tras echarle la mano por el hombro e intercambiar unas sonrisas con aquel que se acercaba para confesarle su cariño, se quitaba el reloj de la muñeca y se lo regalaba al paisano. He escuchado esta historieta varias veces, pero, la verdad, creí que se trataba de una leyenda urbana, o mejor dicho, de una leyenda rústica.

Pues no, me tenía que haber fiado del cuento. Ayer, viendo al ministro de defensa en Afganistán, y tras proclamar solemnemente que le subirá el sueldo a los militares (caray con el Gobierno de la paz infinita), pude contemplar con estos ojitos la escenita: se acerca de soslayo, como aquel que no quiere la cosa, a unos afganos y tras echarles una sonrisilla, zas: se quita el reloj y se lo da.

No sé si repararía don José en que el donatario del obsequio no le puede votar. Ah, eso sí, le pueden votar los familiares que residan en España, porque vete tú a saber si tienen familia aquí. La cuestión es que, en cualquier caso, Bono adapta este teatrillo al escenario que le pongan: le da lo mismo regalar relojes con los molinos de viento de fondo, que con la de una casa hecha ruinas y una decena de chiquillos agarrándole los pantalones. A fin de cuentas, estas cosas se ven en España (especialmente en “La Uno”, que ya no “la primera”) y a los manchegos siempre les gusta recordar viejos momentos, ¿verdad?.

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