Ya no sé si este Gobierno hace las cosas por convicción o simplemente para irritar al respetable. La nueva andanada corre a cargo de la ministra de educación, que está estudiando (o tanteando, mejor dicho) la posibilidad de suprimir la Historia del Arte como carrera universitaria. Tras la polémica sobre la eliminación de las Humanidades universitarias, la ministra, con esa sensibilidad que caracteriza a los chicos de ZP por la cultura, ahora nos sale con esta. Qué más da que no existan profesores de arte, ¿verdad? Si total, el arte qué tendrá que ver con España. Pero además, ¿qué arte? Ah, las iglesias, esos sitios para rezar. Ya. Qué cosas tenemos que aguantar los sufridos españolitos de a pié.
No hace falta una licenciatura para saber de arte, que va. Es suficiente con que los profes de historia aprendan un poquito, así por encima, para enseñar otro poquito a los adolescentes qué es el románico, el impresionismo, la escuela flamenca (no, la de los cantaores no, señora ministra, esa es otra), o los gordos y gordas de Botero (sí señora ministra, el de la bota, ese). Si queremos una sociedad de cabestros, de merluzos sin sensibilidad por el Arte con mayúsculas, la propuesta del Gobierno es ideal. En verdad, resulta coherente con la cultura retroprogre en la que el arte es un concepto discutido y discutible (lo es España, según ZP, cómo no lo va a ser lo que hacen los titiriteros afectos al servicio del Régimen). El arte está en todas partes, dicen los progres. Para qué enseñarlo si no hay más que mirarlo, ¿verdad señora ministra? Y digo mirarlo adrede. Parece que lo mismo es el Museo Británico que las mamarrachadas de ARCO. Qué más da un inigualable Dalí (aunque sean sus famosos huevos de Cadaqués) que un “blanco sobre blanco”. Ninguna diferencia existe entre Velázquez y los que estampan botes de pintura durante un arrebato esquizofrénico. Dan lo mismo las maravillas góticas de nuestro Camino de Santiago que un zurrullo puesto encima de una mesa. Todo es igual, ¿verdad señora ministra? Pues nada, eduquen a los niños en la doctrina de que las catedrales sólo sirven para ir a rezar, explíquenles que en la mezquita de Córdoba está escondido Bin Laden; díganles que el arte está en la trasgresión, en cualquier chufláina multicolor y en los esperpentos de los que hacen de su defecto virtud. Ahora bien, no esperen nada de ellos.
El arte es todo aquello extraordinario, por su excelencia, dentro de su género. Es verdad, como dice Jorge Drexler, que no hay arte sin artesanía, pero es que el Arte es el superlativo de “artesanía”, es decir, aquello que hacen los que poseen un don del que otros carecen. Pero qué van a saber ustedes de virtuosismo, ¿verdad señora ministra? En la sociedad de “el arte es todo”, del “todos hacemos arte”, de las camenlacias estéticas, del fraude ornamental, del defecto recompensable, de la ausencia de moldes de belleza, de la trasgresión zafia, del aplauso a lo abominable, de la imaginación mutilada, del talento extinto y del estímulo a la mediocridad, qué podemos esperar de un Gobierno que alaba todos esos principios. ¿Verdad, señora ministra?
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