Una vez que los franceses han dado la espalda al Tratado por el que se establece una Constitución para la Unión Europea, la pregunta que se hace todo el que tiene cierto interés por el futuro de la misma es la de poder saber, o por lo menos intuir, hacia dónde se dirige, pues, la UE. Ante la inminencia de la negativa gala, los responsables de las instituciones de la Unión ya advirtieron de que no había “plan B”, es decir, que no querían ni imaginar qué sería del “viejo continente” si el rechazo de los franceses se consumara. Pues no, parece que no; que no hay “plan B”. Hay “plan A”, y me explico: la Declaración 30 del Acta Final del Proyecto del Tratado contiene una norma de consecuencias inquietantes y de un estilo legislativo claramente deficiente. Dice la Declaración que si 5 de los 25 países “han encontrado dificultades para proceder a la ratificación, el Consejo examinará la cuestión”. Por eso digo que no hay “plan B”, porque el propio texto del Proyecto constitucional prevé la situación que se ha planteado ahora.
Dicho de otra forma: los redactores del Proyecto previeron que la Constitución se habría de ratificar antes o después por todos lo países y que si alguno o algunos se opusieran a ello, ya se le ocurrirá algo al Consejo para soslayar este inconveniente. Teniendo en cuenta que la gran parte de los países de la UE ratificarán el Proyecto en sus Cámaras Legislativas, el trance del referéndum sólo les resta a 7 Estados. Por eso, la defenestración de la futura Constitución no es fácil, aunque sí posible.
Conclusión: la UE será lo que quieran los políticos que la dirigen. De hecho, no se descarta que se puedan realizar tantos referendos como sean necesarios hasta que todos digamos “sí”. Ahora bien, si la conducen hacia un horizonte que haya sido rechazado por los ciudadanos de la Unión, la descomposición de Europa empezará a claudicar ahí mismo.
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