La amenaza a la que está sometida nuestra sociedad deja tras de sí una serie de efectos derivados del fenómeno físico de la “acción-reacción”. A partir del asesinato que la policía británica cometió la semana pasada contra un sospechoso tras los atentados de este mes de julio, se ha planteado la cuestión del equilibrio entre las necesarias medidas seguridad para prevenir estas amenazas, y los límites del poder coactivo del Estado.
Cuando leí la noticia de la muerte a balazos del sospechoso, pensé inmediatamente en que las fuerzas de seguridad inglesas seguramente se habían excedido en su celo. Tras los atentados, los encargados de la seguridad londinense tienen encendido el piloto rojo y supongo que estaban ávidos de dar con el canalla/s que los perpetraron. Después de saberse que fue un penoso error, hasta el mismísimo Blair se ha disculpado en público.
No creo que sea cierto que estemos ante la “tercera guerra mundial”, como ha comentado el presidente del Tribunal Supremo. A lo sumo estaremos ante la “enésima guerra sucia mundial”. En la medida en que no hay declarada contienda bélica alguna, no puede hablarse de guerra sino de “guerra sucia”, en la que un enemigo inconcreto te ataca cuando te descuidas y lo único que puedes hacer es intentar dar con él para meterlo en la trena. Sí es cierto, en cambio, que vivimos una situación excepcional, en la que, como de hecho sucede, se han incrementado paulatinamente las medidas de protección tanto en el transporte aéreo, ferroviario y en las entradas fronterizas. Esta alerta perenne conlleva, como digo, un mayor celo sobre la seguridad. Y entre este mayor celo se encuentra el hecho de que si, como no puede ser de otra forma, dadas las circunstancias, hubiera que disparar a un sospechoso, así se hiciera. Es gracioso, pero la gente se siente alarmada porque un policía mate a un mestizo vestido con un abrigo en pleno verano que huye tras darle el “alto”. Los policías se dedican a proteger a la gente, y asumen la posibilidad de que les maten, de la misma forma que se pertrechan con un arma de fuego para disparar a un sospechoso cuando sea necesario, no para jugar a la ruleta rusa a la hora del almuerzo. Esto no quiere decir que la policía pueda detener y pegar una paliza a un negro que conduce a 120 por hora, como ya hemos visto varias veces en Estados Unidos. Eso sí que no.
La reflexión del presidente del CGPJ sobre el asunto no tiene otro sentido. Lo dice como jurista y al margen de los dictados de la “política corrección”. A la progresía, en cambio, le ha faltado el tiempo para lanzársele al cuello. López Garrido, ex comunista converso al socialismo emergente, ha comentado que Francisco Hernando “es el adalid del tiro en la cabeza”. Me gustaría que el diputado socialista hiciese un poco de memoria para poder explicarme a qué se dedicaron la gran mayoría de los líderes a los que durante tanto tiempo alabó y cuyos postulados abanderó: sirvan de referencia Stalin, Pol Pot, Mao o Castro. También me gustaría que López Garrido me explicase a qué se dedicaron y dónde están ahora Rafael Vera, Barrionuevo, San Cristóbal, Amedo o Domínguez, durante el gobierno del PSOE al que representa actualmente.
Y es que hay gente que no puede criticar ni a los jugadores de su equipo cuando fallan un gol a puerta vacía, porque su historial les deja con el culo al aire irremediablemente.
Cuando leí la noticia de la muerte a balazos del sospechoso, pensé inmediatamente en que las fuerzas de seguridad inglesas seguramente se habían excedido en su celo. Tras los atentados, los encargados de la seguridad londinense tienen encendido el piloto rojo y supongo que estaban ávidos de dar con el canalla/s que los perpetraron. Después de saberse que fue un penoso error, hasta el mismísimo Blair se ha disculpado en público.
No creo que sea cierto que estemos ante la “tercera guerra mundial”, como ha comentado el presidente del Tribunal Supremo. A lo sumo estaremos ante la “enésima guerra sucia mundial”. En la medida en que no hay declarada contienda bélica alguna, no puede hablarse de guerra sino de “guerra sucia”, en la que un enemigo inconcreto te ataca cuando te descuidas y lo único que puedes hacer es intentar dar con él para meterlo en la trena. Sí es cierto, en cambio, que vivimos una situación excepcional, en la que, como de hecho sucede, se han incrementado paulatinamente las medidas de protección tanto en el transporte aéreo, ferroviario y en las entradas fronterizas. Esta alerta perenne conlleva, como digo, un mayor celo sobre la seguridad. Y entre este mayor celo se encuentra el hecho de que si, como no puede ser de otra forma, dadas las circunstancias, hubiera que disparar a un sospechoso, así se hiciera. Es gracioso, pero la gente se siente alarmada porque un policía mate a un mestizo vestido con un abrigo en pleno verano que huye tras darle el “alto”. Los policías se dedican a proteger a la gente, y asumen la posibilidad de que les maten, de la misma forma que se pertrechan con un arma de fuego para disparar a un sospechoso cuando sea necesario, no para jugar a la ruleta rusa a la hora del almuerzo. Esto no quiere decir que la policía pueda detener y pegar una paliza a un negro que conduce a 120 por hora, como ya hemos visto varias veces en Estados Unidos. Eso sí que no.
La reflexión del presidente del CGPJ sobre el asunto no tiene otro sentido. Lo dice como jurista y al margen de los dictados de la “política corrección”. A la progresía, en cambio, le ha faltado el tiempo para lanzársele al cuello. López Garrido, ex comunista converso al socialismo emergente, ha comentado que Francisco Hernando “es el adalid del tiro en la cabeza”. Me gustaría que el diputado socialista hiciese un poco de memoria para poder explicarme a qué se dedicaron la gran mayoría de los líderes a los que durante tanto tiempo alabó y cuyos postulados abanderó: sirvan de referencia Stalin, Pol Pot, Mao o Castro. También me gustaría que López Garrido me explicase a qué se dedicaron y dónde están ahora Rafael Vera, Barrionuevo, San Cristóbal, Amedo o Domínguez, durante el gobierno del PSOE al que representa actualmente.
Y es que hay gente que no puede criticar ni a los jugadores de su equipo cuando fallan un gol a puerta vacía, porque su historial les deja con el culo al aire irremediablemente.
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