14 abril 2005

BALANCE DE UNA AÑO DE GOBIERNO. Política

EL balance del primer año del Gobierno socialista ofrece, a juicio de cualquier observador objetivo, más sombras que luces. El manido «talante» de Rodríguez Zapatero, que ayer dibujó un escenario idílico en un notable ejercicio de autocomplacencia, se ha traducido en la práctica en muchas sonrisas y pocos hechos. Estamos, con los datos en la mano, en presencia del Ejecutivo con menos capacidad de iniciativa legislativa en estos últimos veinticinco años, si bien hay que reconocer que ello no parece haber repercutido sobremanera en la opinión pública. Las encuestas salvan a un Gobierno con no pocos ministros «quemados» o desaparecidos en el fragor de la contienda política.

En todo caso, ha habido mucha prisa por dar la vuelta a la política desarrollada por los Gobiernos del PP: es notorio, por ejemplo, respecto a la reforma de la Ley Orgánica del Poder Judicial, el PHN o la LOCE. En el propio Congreso no existen avances sustanciales en la elaboración del nuevo reglamento. En cuanto al Senado, la estrategia socialista se agota en proclamar una y mil veces la conveniencia de la reforma. Lo mismo ocurre con la tantas veces anunciada revisión constitucional. Zapatero insiste en una modificación limitada a cuatro puntos concretos, pero la consulta al Consejo de Estado con un encargo poco definido demuestra que el Gobierno no sabe qué hacer.El flanco más débil se sitúa, sin duda, en la carencia de un modelo territorial. En rigor, nadie le exige que invente nada: el Estado de las Autonomías está ya consolidado. Al rechazar la oferta de Rajoy, el PSOE se echa en manos de sus aliados radicales. Zapatero prefiere hacer concesiones a ERC para sostener al inestable tripartito catalán antes que pactar con los populares una fórmula rigurosa que haga inviable el chantaje nacionalista. Peor todavía es el intento de extender este modelo al País Vasco, donde el PSE parece dispuesto a enterrar cualquier posibilidad de acuerdo entre los constitucionalistas. El error más reciente puede ser también el más perturbador, al permitir que el terrorismo manche las elecciones del domingo. Estamos ante un problema grave, creado por el interés coyuntural de un sector del PSOE, que da lugar a una fuerte confrontación interna. La floja intervención de Zapatero en el debate del Plan Ibarretxe fue la expresión patente de una política que conduce al fracaso colectivo.

En el ámbito exterior, el Gobierno ha situado a España en tierra de nadie. La retirada atropellada de nuestras tropas en Irak -promesa electoral que le proporcionó un indudable rédito electoral- y la retórica vacía sobre la «alianza de civilizaciones» marcan los hitos de una relación conflictiva con los Estados Unidos. La amistad con Hugo Chávez y los guiños a Fidel Castro no contribuyen, lógicamente, a presentar una imagen de país serio. Aunque se salvó el tipo bajo mínimos en el referéndum, la política europea refleja una sumisión inquietante al eje franco-alemán, que no conlleva por ahora ventaja alguna para España. Zapatero está incómodo en los ambientes de la alta política internacional y el ministro Moratinos no ha acertado en la dirección de una diplomacia errática. En política económica, las cosas no van mal del todo, aunque también se anuncian síntomas preocupantes. La coherencia no es la virtud principal de un equipo lastrado por el mal entendimiento entre el pragmático Solbes y Sebastián. Han fracasado, por fortuna, algunas operaciones injustificadas para interferir en la gestión de empresas privadas. En general, se vive de los réditos de la etapa anterior, pero ninguna herencia dura para siempre, aunque es justo reconocer que la situación de la economía permite atenuar, aunque sólo en parte, el mal rumbo tras un año de Gobierno.Un radicalismo innecesario, con fuertes dosis de sectarismo, preside la orientación del Gobierno en asuntos muy sensibles de política social. El laicismo trasnochado de algunos grupos dentro del PSOE condujo a un choque frontal con la Iglesia, ahora reconducido a medias. Ahí están, en todo caso, el matrimonio de homosexuales, los proyectos sobre la asignatura de Religión y la fría reacción inicial -después matizada- ante la muerte del Papa como muestras de una mentalidad que ofende inútilmente a la confesión mayoritaria en la sociedad española. A esto se suma el deseo de reabrir viejas heridas cerradas por la Transición y el aplazamiento de la prometida regeneración de la que el PSOE hizo bandera electoral.

En relación con los medios, el esperado informe del comité de sabios de RTVE ha concluido en fracaso y algunos proyectos han conseguido suscitar el rechazo de una parte considerable del sector audiovisual.Tampoco otras políticas sectoriales ofrecen razones para el optimismo oficial que luce en la sonrisa del presidente. Fomento parece dar preferencia a unos territorios más que a otros. Cultura paga su peaje con el Archivo de Salamanca y pone en peligro el consenso sobre el Museo del Prado. En Educación los proyectos van lentos y mucha gente en la Universidad habla de «parálisis» ministerial. Las ocurrencias de la ministra de la Vivienda reflejan la improvisación que supone recuperar un ministerio sin competencias. Muchos ministros pasan de puntillas y son desconocidos para la opinión pública. Tal vez los elementos que los ciudadanos perciben de manera más favorable son la Ley contra la Violencia de Género -aunque se trata más de un manual de buenas intenciones que de una norma de eficacia práctica- y cierto orden en la gestión del ministro del Interior, así como las sensaciones -más que los logros- que transmite el ministro de Defensa. Escaso bagaje. >Tomado del Editorial del diario ABC, 14 de abril 2005 del que suscribo todo lo dicho.

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